Dejaré a un lado las palabras elaboradas, ahora mismo no sé si tienen algún valor. ¿Es posible que una tragedia terrible haga que despiertes del quejido falso e impulsivo que ahora parece no tener ningún sentido? ¿Mala racha? Ahora me doy cuenta de que es absurdo utilizar este tipo de términos, todo es tan relativo como las sensaciones que cada uno encarna ante un hecho objetivo.
Nuestra alma está bailando en un mar variable, calmado en ocasiones, en otras tormentoso.
Preparaba la cena, la noche del 26 de febrero, mi marido y mi hijo estaban en clase de natación, mi hija jugaba con sus princesas, y yo pelaba patatas escuchando de fondo las noticias, nuevos chorizos mohosos destapados de sus guaridas, entierros dolorosos, y nuevas víctimas de violencia de género. Una mujer en Barcelona y una en Fuenlabrada, ésta última apareció en su casa con signos de violencia y su expareja estaba también en el mismo piso muerto, no se sabía muy bien qué había causado su muerte.
Hacía un mes que el amigo de mi marido había vuelto a vivir a su casa de Alcorcón porque su pareja había cortado con él y le había echado de la casa de Fuenlabrada en la que vivía con sus cinco hijos. Juan, que así se llamaba, era una persona normal, muy bueno, siempre atento y servicial, con una disposición a ayudar casi excesiva. Estaba destrozado, se mostraba incapaz de aceptar que su relación había terminado, continuamente hacía referencia a ella, a sus hijos, a las niñas especialmente de las que hablaba como si fueran sus propias hijas. Mi marido y él se conocieron tres años atrás, a través de los pájaros, ambos tenían en común la afición de tener pájaros, su cría, su cuidado, casi su estudio. Y a partir de ahí empezaron una relación de amistad que fue creciendo.
Nuria era su pareja, llevaban unos cinco años juntos, ella tenía dos hijos biológicos y tres hijas que había adoptado, eran hijas de una hermana que había tenido problemas y ella se hizo cargo de ellas. Por lo tanto Nuria era una persona admirable, generosa, entregada y muy trabajadora, con un gran corazón. Ambos se conocieron en el trabajo. Ella era profesora en un centro de integración, él trabajaba en el mantenimiento del mismo centro.
Hasta el 25 de febrero mi marido había estado en contacto con Juan casi diariamente, todos los fines de semana se iba con él y le ayudaba a arreglar los animales, pájaros, gallinas. En dos ocasiones ella había roto, Nuria lo había echado de su casa; él decía que ella quería que estuviera pegado a ella, que le pedía que alquilara su piso para ayudar económicamente. Él decía que no podía alquilar su piso porque entonces no tendría un sitio a donde ir en caso de que ella rompiera con él. La primera vez que cortó con él nosotros estábamos en Galicia. Volvió con ella a la semana porque ella le volvió a llamar. A él lo veíamos como una persona increíblemente generosa, asumiendo una situación particular de su pareja que no era fácilmente asumible, por lo cual era admirado. Ocuparse de cinco hijos que no eran suyos, ayudarla a ella en la vigilancia de las niñas cuando ella trabajaba, acompañarlas a cumpleaños, las niñas pequeñas tienen ocho y diez años. Ella había perdido su trabajo, y esa situación le preocupaba a él, no hacía más que repetir que a ver qué iban a hacer sin su ayuda, que qué sería de las niñas, que cómo se las iban a apañar.
Había perdido mucho peso, decía que se le había cerrado el estómago y que no tenía hambre, que no dormía porque se despertaba y no era capaz de conciliar nuevamente el sueño. Estuvo comiendo en nuestra casa dos domingos, esos días por la mañana se había ido con mi marido a la parcela y al regresar también él se quedó a comer en casa, mi marido lo veía muy decaído y creía que le vendría bien comer acompañado. Cuando mis hijos le saludaban con un beso o se despedían de él con afecto, Juan mencionaba a las niñas, que no podía, que se acordaba de ellas, que las echaba mucho de menos. Reconocía que estaba abatido, le hacíamos ver que debía tratar de rehacer su vida, que con el tiempo se daría cuenta de que era posible, que podría encontrar a otra mujer y tener hijos propios, que era una persona muy válida. Pero él hablaba nuevamente de comenzar con ella, hablaba de futuras condiciones que ella le pudiera poner, de que no iba a aceptar cualquier cosa. Él había llevado su nevera a casa de Nuria porque la que ellos tenían se había estropeado y él no tenía nevera, decía que no quería pedirle la nevera porque les iba a hacer una faena, no le había devuelto las llaves. Y al parecer había seguido en contacto con las niñas a través del wassap hasta hacía algo más de una semana, le preocupaba el que no pudiera seguir en contacto por falta de medios económicos para recargar la tarjeta de la niña. Sentía mucha pena por las niñas y lo manifestaba una y otra vez.
El 26 de febrero mi marido le había estado enviando mensajes que no hallaron respuesta, se preocupó, y el 27 había resuelto acercarse a su casa después de dar su clase de entrenamiento para saber de él, porque le parecía muy raro que no respondiera a sus mensajes. Del trabajo mi marido vino directo a ver el festival de Carnaval del colegio de los niños. Salimos corriendo porque después tenían el entrenamiento padre e hijo, de camino a casa, para cambiarse, recibimos una llamada en el manos libres del coche. Aquella voz era igual que la de Juan, era su hermano, "¿ha pasado algo?", "le he estado llamando y enviando mensajes", "sí, sí ha pasado, lo han encontrado muerto, en casa de Nuria, los dos muertos". Mis hijos no se dieron cuenta de la otra parte de la tragedia, que Nuria también estaba muerta, poco más sabía el hermano. Recordé la noticia de Fuenlabrada que había escuchado el día anterior mientras pelaba las patatas para la tortilla, tuve como una pequeña intuición, no sé, yo no sabía dónde vivía Nuria y nunca había estado en su casa pero entendí que era de Fuenlabrada, al ver la valla de acceso a la comunidad, pensé muchas cosas. "Parecía un sitio grande, ella vivía en una comunidad grande, no, no, qué va. Tenían piscina, no desde la puerta no se veía piscina alguna, qué va, no, no. Pero si tenían las niñas, pero, qué va, no, no". Ni si quiera se lo comenté a Agus, además él hablaba todos los días con él, se habría enterado. Además, no, ¿Juan? Pero si nunca tuvo una mala contestación ni un mal gesto, ni si quiera cuando hablaba de Nuria, siempre hablaba con cariño y desde la preocupación. Pero cuando su hermano nos dio esa trágica noticia, entonces mi mente se fue a aquella noticia del día anterior.
¿Cómo es posible que haya pasado esto? ¿acaso habían habido malos tratos anteriores? ¿Puede uno fiarse de su propia percepción de las personas? ¿Estaba premeditado? ¿Por qué lo de las bolsas de basura en sus pies? ¿Fue un accidente? ¿Perdió el control de sus actos totalmente? ¿Cómo pudo camuflar tan bien su verdadero estado crítico? ¿Y por qué tuvo que ir a casa de Nuria? ¿Quería recuperarla a ella con la excusa de la nevera? ¿Qué paso por su cabeza? ¿Una discusión fue el desencadenante de todo? ¿Fue la insoportable soledad de él? ¿Cómo una vida tan aparentemente ejemplar podía terminar así? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Y ella? ¿Y sus hijos? ¿Qué será de esas criaturas sin el cariño y las atenciones de una madre ejemplar? ¿Por qué su vida se ha tenido que ver así truncada? Una mujer que asumió la maternidad de unas criaturas necesitadas de cariño y atención, una persona extraordinaria con tanto amor en sus adentros que se embarcó en una gran travesía de entrega hacia los demás, que la crisis la había llevado a una situación dura porque sin trabajo era difícil llevar a buen término su afrenta. No se merecía ese trágico y triste final.
En el tanatorio conocí al padre de él, un hombre extraordinario, decía que la policía cuando fue a tomarle declaración trataba de consolarlo, habían hablado con una larga lista de personas, ninguno había dicho nada negativo de Juan, al contrario, todos lo describían como un buen hombre, con buenas acciones, con grandes gestos. La madre, una señora entrañable, sentada frente al cuerpo de su hijo, toda vestida de negro, hasta el fondo de su alma, lloraba desconsolada, temblorosa, frágil. Nadie se explicaba lo que había pasado. En navidad habían estado todos juntos, los cinco hijos de Nuria y la familia de Juan, y Juan nos contó que Nuria lloró con su madre preocupada por un posible diagnóstico de cáncer de mama, que al final fue negativo y se resolvió bien. Apenas dos meses después estábamos en ese tanatorio de Alcorcón, con el cuerpo presente de Juan; ella, Nuria, también muerta en otro tanatorio suponemos de Fuenlabrada, con tantas lágrimas cayendo, derramándose desconsoladas, incrédulas, despavoridas por una tragedia que jamás debió producirse. Una mujer, sentada junto a esa madre enlutada no dejaba de repetir que era el destino, que cada uno tenía escrito su propio destino, y que ese era el de su hijo, el destino, todo está escrito.
No lo sé, sólo sé que el lunes 24, cuando llegaba con mis hijos de la clase de inglés, había hecho compra, mi marido se llevaba al niño a natación, y Juan y él habían estado juntos, le habían vendido una pareja de canarios a alguien. Esperaban en la calle, hablaban con otro hombre, yo bajé del coche cargada de bolsas, mi marido se iba en el coche con mi hijo a natación, yo subía a casa con las bolsas y con la niña. Entonces Juan se acercó a mí y se ofreció a ayudarme a llevar la compra, le agradecí el gesto pero le dije que no era necesario, que yo podía. Insistió en ayudarme, finalmente desistió ante mi negativa y se fue a su casa. Él era así, servicial, dispuesto a ayudar, una buena persona. Es imposible no estremecerse al pensar en que un desenlace similar haya tenido lugar, y en ese estremecimiento una pregunta siempre quedará ondeante en nuestros adentros, ¿Cómo una persona como Juan ha sido capaz de hacer algo tan terrible? ¿Por qué? ¿Por qué?
Desgraciadamente he tenido que vivir una tragedia de violencia de género, muy de cerca, conociendo al causante, al hombre que la mató, y comprobando que la violencia de género es una lacra social porque no se la ve venir, no se imaginó, era inimaginable, impensable. Pero está ahí, rodeándonos, y aunque tal vez nunca la maltrató físicamente, bastó una vez, y acabó con ella. ¿Por qué? No lo sabemos, no lo sé, no me lo explico.
Isolina Cerdá Casado
viernes, 28 de febrero de 2014
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