Dejé el reloj, bueno no lo dejé, cayó, se posó en un saliente del tronco del olivo, ese querido hacedor de oro líquido y reparador. Le pedí que se quedara con él, ya no quería mirarlo otra vez con miedo, el miedo a su transcurso, a no darme cuenta de cómo fue y qué pasó cuando abrí los ojos y ya no estaban los sentidos. Se fueron a vivir con los ángeles.
Parecía que iba lento, y sin embargo corría demasiado deprisa, todo fue muy rápido; cuando me quise dar cuenta las agujas del reloj habían girado y girado, y ya todo había pasado. Pasó la hora del baile, de las alegrías, de las locuras imprevisibles...me quedé pensando cuál sería mi siguiente paso, qué metas quería alcanzar. Pero el sabio olivo me dijo que no debía pensar en las metas, debía concentrarme en disfrutar el presente y exprimirlo al máximo para que no me volviera a ocurrir lo mismo, para que el tiempo no se me volviera a escapar de las manos sin apenas darme cuenta.
Isolina Cerdá Casado
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