Hoy es un día gris, el cielo va a llorar de un momento a otro, acompañará con su pena a la tristeza de una familia que ha sufrido un golpe más. No podemos explicarnos por qué, por qué estas cosas pasan, estas cosas tristes de niñas que con tan solo quince años dicen adiós al mundo. Haya pasado esto o esto otro, haya ocurrido por un cáncer, por una caída fatal, por un atropello, por una enfermedad silenciosa y desconocida, da igual: el dolor es el mismo, la impotencia la misma, la pena igual de terrible e insoportable. Tengo cuarenta y un años, he visto y he vivido muchas cosas, muchas penas, muchas desgracias para las almas sensibles que caminan con sus cuerpos finitos.
Desgraciadamente sé lo que se siente, sé lo que significa, sé que esa herida siempre va a estar ahí. Con el tiempo se irá soportando mejor; menos mal que esta medicina gratuita e irremediable irá haciendo su efecto, y la vida seguirá con su transcurso de aparente normalidad. Quedarse con un buen recuerdo, aislar el dolor en una urna de cristal colocada al lado del corazón, sentir que esto estaba escrito en el libro del destino y que no había culpables, que no hay un responsable.
Ayer estuve moviendo tierra en mis adentros, y me di cuenta de que esas heridas te determinan tanto o más de lo que pudiera pensar tu cordura. Recuerdo un accidente terrible que ocurrió en mi pueblo, y tantos otros, pero este dio un vuelco al corazón muerto por la empatía. Era un niño de unos cuatro años, jugaba con su hermano a tirarse por una cuesta con un monopatín, lo hacían en una calle por donde nunca pasaba un coche, el padre trabajaba en un local que daba a esa calle en un negocio propio. Un día un coche subió por la calle, justo en el momento en el que los hermanos se tiraban con emoción por esa cuesta. El coche se tragó a uno de ellos, el otro lo presenció todo y por suerte no le alcanzó el golpe fatal. Conocía a ese angelito, y aquella trágica noticia me golpeó el alma. Pero estas cosas pasan, pasan una y otra vez.
Tengo cuarenta y un años, ya lo he dicho, y lo que más me atemoriza es la certeza de que estas cosas seguirán ocurriendo, normal que el miedo de vez en cuando baile conmigo y apriete tanto mis costillas que apenas me deje respirar.
Isolina Cerdá Casado
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