Huele a restos de gamba cocida, gotarrones cuyo aroma quedó impregnado en la bandeja de madera en la que venían colocaditas y que ahora mismo, unas doce horas después, llenan la cocina de un olor nauseabundo. Ni si quiera el recuerdo de su buen sabor en el momento de comerlas logra apaciguar las ganas de vomitar que me invaden por momentos.
Pues así con todo. Una no es capaz de equilibrar, sopesar, compensar en la cabeza ni en el alma. Porque si algo huele a podrido hoy es que en su esencia ya había podredumbre, al menos esa es la lógica. La cosa es que me siento aquí, del verbo sentarse, en la mesa de la cocina, en la silla de la mesa de la cocina, con el olor del habitáculo de las cobayas, con los doce huevos en su huevera, con el bote de cristalmina codeándose con el ordenador portátil. Algún día desapareceré engullida por el desorden reinante, alguien vendrá a buscarme y no me encontrará porque estaré tapada por los folios, camuflada entre cuentos de la biblioteca, con la chaqueta del chándal de mi hija sobre mis piernas y el mantel de cuadros tapándome la cara. Mi voz se enmudecerá como consecuencia de un ataque producido por una alergia a los restos del sacapuntas presentes en la increíblemente abarrotada mesa de la cocina, las cobayas señalarán hacia mí pero la persona que me busque no podrá dar conmigo porque estaré fusionada con el caos.
¿De qué ibas a escribir hija? Ay, no sé qué tienes pero muy bien no estás, algo te está pasando por esa cabecita tuya. ¿Quieres que vayamos a dar un paseo por el parque? ¿Visitamos a un médico? ¿Qué es lo que te impulsó realmente a sentarte frente a la pantalla del ordenador y ponerte a teclear? ¿Tiene que ver algo en ello el polvo de las cortinas? ¿A caso estás frustrada porque no te sientes bien? Pero si esto es algo transitorio hija, te lo digo yo. Es así, hoy estás bien y mañana no sabes cómo vas a estar. ¿A caso te ha afectado la noticia del accidente? ¿Empatizaste nuevamente con esa familia? ¿Y si nos vamos al psiquiatra y se lo comentamos? No es posible que andes con estas subidas y bajadas. ¿Es por lo del suavizante darramado por el suelo de la cocina? Pero si era de marca blanca, qué más da, si me dijeras que se te derrama el Mimosin, pero chica que es del Alcampo, vale suavizante concentrado, pero del Alcampo. ¿A caso tiene que ver con la cara que viste en el espejo que denotaba justamente tus cuarenta y pico años? ¿O es por el sueño terrible en el que yo aparecía y moría también en el incendio? Todo se quemaba sí, pero era una pesadilla, solo era un sueño. Ya sé que te levantaste algo alterada, todo influye, todo. Ay, querida, pues no te queda nada, la vida es eso, una lucha constante, olores nauseabundos que van apareciendo, simplemente hay que hacer limpieza, que ya sabes que el pescado huele fatal de un día para otro si tiras sus restos en la basura. Pues igual que el pescado los pequeños conflictos acaban por oler terriblemente si no se resuelven. Venga, vayámonos al médico ese tan bueno, a ver qué nos dice. Que no estoy muerta mujer, que sólo era un sueño, que yo estoy como una rosa, ya me ves, si por más que tu subconsciente quiera acabar conmigo estoy ahí, dando guerra, y a ver si vienes a limpiarme un poquito la lápida guapa, que me tienes contenta con tu dejadez, ni una mísera visita al campo santo. Pues que sepas que eso es lo que te está pesando, que el subconsciente te está recordando tus deberes, que a ti no te gustan estos sitios, pero a mí sí, ya sabes lo reluciente que lo dejaba yo cuando íbamos a ver a tu hermana, y que tenga que tener yo las flores de tela hechas una pena, no te digo las naturales, que no duran bien ni un día, ¿pero las de tela? ¡Vamos! ¡Indignada me tienes!
Isolina Cerdá Casado
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