Domingo un objeto de inspiración: El sombrero.
Vaya, algún
domingo tenía que pasar esto. La inspiración se quedó aparcada, perdida entre
las sábanas de franela que me han hecho sudar como si hubiera estado caminando
a través de un desierto. Vaya nochecita he pasado. Y claro, lo de coger un sombrero
ha sido un hecho casual. Tengo varios en la cocina, una gorra está encima del
frutero, ¿qué narices hace una gorra que publicita una tienda de jardinería
codeándose con los plátanos? Pues no sé, en algún momento tenía que pasar, poseído
por el desorden reinante, algún miembro de mi familia dejó la gorra sobre el
frutero, después llegó otro miembro y comenzó a morder la gorra confundiéndola
con una pieza de fruta, lo peor de todo es que no se llegó a dar cuenta de que
ese sabor a tejido rancio no era insecticida de árbol frutal sino el sabor de
una leyenda publicitaria impresa sobre tejido gorril. Esas cosas absurdas solo pueden pasar en una casa de mesas
de cocina invadidas por objetos atípicos en semejante espacio.
Yo ya sé que no
podemos seguir así, un piolín que está impreso en una gorra azul de niño de una
cabeza no superior a cuatro años, me mira con cara de desconcierto, preguntándome
por su abuelita, afirma estar cansado de tener que escuchar las conversaciones
que tienen sus compañeros de espacio: un sombrero de paja clásico jubilado ya,
que echa de menos sus paseos por los campos de trigo, y un sombrero de paja
verde que publicita un restaurante, O’Barazal, en el que se puede disfrutar del
mejor marisco de las costas gallegas. El sombrero de paja tradicional se jacta
continuamente de que él es auténtico, que no se ha tenido que vender a ninguna
marca para funcionar perfectamente sobre la cabeza de algún agricultor, tacha
al sombrero verde de playero dominguero, y de vez en cuando sueltan alguna
palabrota mal sonante que chirría a los oídos de ese pollito amarillo cuya
inocencia está muy lejos de los señores cubrecabezas.
Y yo, aquí
perdida, en este domingo extraño, domingo primero de mayo, día de la madre, mi
día, día de mi madre, de la madre de mi marido, mi suegra, de mi tía que también
es madre, de mis cuñadas, amigas y demás mujeres luchadoras.
En este día en el
que no me acompaña la chispa, en este día en el que me he tenido que dar una
ducha para desprenderme de los sudores terribles del desierto franeloso de la noche. No me queda otra que reconocerme sola
y sin la inestimable compañía de las musas mañaneras de esos domingos mágicos
de los Héroes del pensamiento. Me siento tan vacía como la huevera espectacular
sobre la que se posa otro sombrero de la casa. Un sombrero verde que llevó en
la cabeza mi hija en su disfraz de carnaval, mi niña es la principal heredera
de este desorden genético que me posee. No sé si debería decirlo con este tono
positivo o amargarme por ser la portadora de esos genes terribles que hacen de
la cocina un espacio mágico en el que conviven plátanos, gorras, patatas,
sombreros y hueveras desconcertadas porque esperan ilusionadas un huevo para
sentirse realizadas. No debería olvidarme del trapo amarillo, podría lanzarse
nuevamente contra mí.
Pues bien, en este
domingo soleado, en el que tengo especial relevancia en los corazones de mis
hijos, no he recibido ningún presente, creo que estos pobres no se han dado
cuenta del día en el que nos encontramos. No me siento defraudada, pero sí
olvidada, dejada de la mano de un dios injusto que no les recordó a estos
pequeñuelos que hoy es mi día, y sin embargo mis labores me esperan como
cualquier otro día, la lavadora me reclama que la llene de kilos de ropa sucia,
pero yo tengo toneladas; el fregadero está atascado de montañas de vasos
usados; la cama espera que le airee y le estire las dichosas sábanas de franela
rosas, y mientras tanto, esta madre, mujer, cansada del mundo no puede hacer otra
cosa que echar fotos a los olvidados sombreros desorientados por su inusual
espacio de descanso.
Me voy a tomar un
café, me lo merezco, celebraré junto a esa taza caliente que hoy es mi día. ¡Yupi!
¡Feliz día a todas las madres olvidadas del mundo en este domingo sin inspiración!
Isolina Cerdá Casado
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