Domingo un objeto de inspiración: bolsos.
¿Qué puede haber más
enigmático que lo que contiene el interior de un bolso? Es casi tan enigmático
como el interior de la casa de alguien a quien no conoces, o en la cual nunca
has estado. Habrá personas que probablemente tengan una casa siempre preparada
para las visitas, casas impolutas, sin una mota de polvo sobre la balda del
mueble del comedor, o con un extractor de humos sin un chorreón de grasa
anaranjada por el tiempo. Personas que limpian el baño cada vez que cae una
gota de agua en el suelo, gente pulcra y ordenada que no permite que un resto
de leche del desayuno entorpezca el esplendor del mantel de plástico que lo
cubre. Uno no podría nunca imaginar la realidad de ese mundo cotidiano hasta
que no llegara por sorpresa a esa casa y entrase en el baño por una urgencia
urinaria y se encontrase con los restos de vidas intímas incómodos. Recuerdo
una vez, esto es que me acabo de acordar y lo tengo que escribir porque soy así
de impulsiva, hace como ¿veinte años? Uf, como pasa el tiempo de rápido, venía
con nosotras una chica nueva, de reciente incorporación y que al poco se fue
tal cual vino. La cuestión es que esta chica hablaba con mucha naturalidad de
todo, incluso de las bragas sucias. Un día contándonos que había tenido la
visita de un amigo que por lo visto la visitaba de vez en cuando, a casa de sus
padres cuando éstos no estaban, nos relató cómo tuvo que esconder las bragas
sucias debajo de la cama para que él no las viera. Era casi más pudoroso para
ella el que este amante ocasional descubriera sus desórdenes mundanos, que el
hecho de que sus propios padres la pillaran retozando en la cama con un hombre
al que no conocían en ese ámbito postural. Y lo más sorprendente fue que nos lo
contara, tanto una cosa como la otra. Por un lado es tranquilizador saber que
cualquier mujer se ha podido dejar las bragas sucias tiradas por el suelo, pero
por el otro es desagradable imaginarte las bragas sucias de otra persona. A mí
por lo menos no me gustó ver esas intimidades en mi mente. Así que cuanto más
mostrar las intimidades hogareñas, pero ¿y qué pasa con los bolsos? Sí, vamos a
centrarnos. He aquí mi bolso:
Como se puede ver
en la foto este bolso con cuadros negros y blancos es el que llevo
habitualmente, le acompaña el otro pequeñajo que ha querido posar también y lo
he dejado porque no quería discutir con él. No debería ser un bolso
conflictivo, pero este bolso blanco y negro tiene muy mala leche, y me hace
unas jugarretas que nadie lo diría por su apariencia seria y modosita. Cada vez
que introduzco en él alguna cosa, lo mezcla en su interior como si de una coctelera
se tratase con todos los otros cacharros que pueda haber en sus adentros, después
cuando introduzco la mano en busca del objeto en cuestión puede aparecer teñido
por trozos de carmín, rebozado por migas de galletas o incluso aromatizado por
un plátano olvidado unos días antes en sus adentros. La cuestión es: ¿el bolso
se está manifestando? ¿Quiere decirme algo? ¿No es el bolso sino yo la causante
de esas mezclas explosivas? ¿Por qué pesa tanto mi bolso?
Veamos parte del
contenido del susodicho bolso:
Para empezar, ¿es
necesario llevar un plátano en el bolso? ¿Y un tomate? ¿Y por qué narices tengo
que llevar una cartera tan grande llena de descuentos del día y del Carrefour que
nunca utilizo porque se me pasan las fechas y me desoriento con las cantidades?
¿Por qué tengo que llevar una caja entera de Ibuprofeno en lugar de llevar un
pastillero con tres pastillas que es la dosis máxima diaria? ¿No me puedo echar
la crema de manos en casa y dejarla guardadita en el mueble del baño? ¿Para qué
llevo esas botellas de agua del decathlon que pesan un quintal llenas de agua,
una rosa y una azul, para mis hijos, cuando no voy a ir a buscarlos al cole? ¿Por
qué narices me compré una agenda tan grandísima cuando en realidad apenas tengo
acontecimientos que escribir en ella?
No, no puedo
responder a tantas preguntas complejas, solo me he tomado un café y otro
ibuprofeno, y a todo esto me pregunto: ¿soy adicta al ibuprofeno? No, me lo
mandó el médico. Ah, bueno, empezaba a preocuparme.
En cualquier caso,
he de decir, que mis bolsos, siempre, siempre pesan muchísimo, no soy capaz de
ir con un bolso ligero. Incluso esos pequeñajos propios de las bodas, esos que
no valen para nada porque no cabe nada, esos bolsos brillantes de lentejuelas y
brillos extremos, consigo atiborrarlos hasta el punto de que en mitad de la
ceremonia se abren de golpe y pobre del que esté cerca: una barra de labios,
unas llaves, un paquete de pañuelos, unas monedillas, pueden caer del cielo
procedentes del estómago de mi mini bolso que no fue capaz de aguantar tanta
carga en tan poco espacio.
En fin, las casas
y los bolsos tienen grandes paralelismos, y algo común y muy determinante: la
misma dueña que puede que sea impulsiva y desordenada, o previsible y pulcra. Es
igualmente aplicable al género masculino. Miren su bolso y verán su casa. Yo
llevo el bolso muy cerradito para que nadie se meta en mis intimidades salvo en
alguna ocasión que olvido cerrarlo y se me van cayendo los plátanos o los
tomates por el camino, o las compresas o las toallitas. Un momento, un momento,
que yo soy muy pulcra ¿eh? A veces, y en ocasiones puntuales.
Feliz domingo a
todos, me voy a limpiar el baño, que tengo visita, ah, y los chorreones de
grasa roja, está cada vez más oscura la jodida.
Isolina Cerdá Casado
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