jueves, 9 de mayo de 2013
Plátanos
Está usted demasiado alterado, debería sosegarse, respirar, sentir. No es bueno tanto sufrimiento. Piense en su hermano. ¿Qué va a ser de él? Sí, es cierto que acabará totalmente machacado dentro de algún estómago hambriento, pero todos tenemos un destino, y ese es su destino. Estuvo mucho tiempo sonriendo a la vida y colgando de una palmera, además vivió durante muchos meses en un clima tropical que ya quisieran muchos en pleno febrero.
No, me niego, no quiero terminar así, como terminan todos, yo quiero algo grande, algo que trascienda más allá del tiempo, más allá del espacio, yo quiero inmortalizarme de alguna manera.
¿Y qué hacemos? En qué puedo ayudarle, no sé, usted dirá.
Hágame una foto con él, y póngala en algún lugar donde todo el mundo pueda verme y que ponga la siguiente leyenda: "Este plátano vivió como quiso vivir, y aunque terminó como tenía que terminar nunca se olvidará de aquel día en el que alguien lo miró con apetito, lo desnudó y se lo llevó a la boca para culminar así toda una trayectoria vital que se inició aquel día en el que toda su familia fue metida en una caja y enviada a la península con un único objetivo: alimentar a algún hambriento. Soy consciente de mi destino, sé lo que va a ocurrir, pero no huyo, espero sonriente."
Qué leches de chorradas estás escribiendo, no sabes ni lo que quieres decir, estás delante de la página en blanco dándole vueltas a otro tema más grave, y no quieres hablar de eso, por esa razón te metes con los plátanos. Eso es lo que sucede, en esta noche en la que tiemblo de miedo por una serie de pensamientos que me atormentan. En medio de ellos salen plátanos bailando, tomates que brindan con una copa de vino, y un grupo de manzanas que comen jamón recién cortado acompañado de unas cuantas cervezas. Todos empiezan a decir tonterías en tu cabeza. Tú misma no sabes lo que dices ni lo que piensas, solo sabes que esto te viene bien, lo de escribir, lo de desahogarte, lo de contar mentiras.
Te estás desviando, te desvías y no haces nada por volver a encarrilarte. El otro día tuve un sueño extraño. Iba de excursión, con mi madre, mi abuela y una especie de oso amoroso, llevaba bajo mi responsabilidad a un niño, pero no sabría decir si era mi hijo, ante esa duda no debía serlo, tal vez mi hermano. Fuimos a cenar al interior de una cueva que había en lo más profundo de una montaña. Yo iba preocupada por mi abuela, porque no sabía si iba a ser capaz de atravesar todos los obstáculos. Llegamos a cenar, era un salón grande, muy grande, con unas amplias mesas redondas con manteles blancos, y servilletas blancas dobladas en triángulo. Yo las sentí vivas, como si en mi subconsciente onírico no hubiera ahondado la idea de que han muerto. Ahora acabo de recordar que también estaba mi hermana en esa cena. No sé por qué razón la idea de la muerte está tan cerca de mí, no sé si quiere decir algo, no sé si me estoy obsesionando enfermizamente.
El kiwi solitario me mira con una gran pena...intuye que ahora mismo lo estoy utilizando para desviarme nuevamente del tema.
La leche fresca me sienta bien por la noche, a estas horas, sobre las once y pico, con el cuerpo cansado y la mente un tanto alterada porque nuevamente... Hoy ha muerto Alfredo Landa. Esta leche fresca me acaba de recordar sabores de antaño, cuando mi abuela subía a la casa de Galicia con un cubo lleno de leche recién ordeñada.
Creo que hoy no es un buen día para escribir. Diez años han estado estas cuatro mujeres secuestradas, sufriendo todo tipo de abusos y vejaciones. Uf, qué horror, no debería tener tanta empatía, me duele todo, me siento gravemente trastornada ante la sola idea de rozar su pensamiento, el de esas pobres víctimas.
Hubo una época en la que pensaba que si quedaba paralítica, o tenía algún tipo de problema de salud, la escritura me salvaría, siempre he visto a la escritura como un anclaje a la vida, a la esperanza, al sentido de todo. Pero en realidad el amor es el anclaje.
Todas las mañanas me encuentro con unos vecinos, la mujer empuja la silla de ruedas en la que permanece sentado su marido, cuya parálisis apenas le deja articular palabras y limita cada vez más su movimiento. Ella siempre está sonriendo, tiene una fuerza vital impresionante, no tiene tiempo de amargarse con pensamientos paralizantes, ella empuja con fuerza esa silla, y habla con todo el mundo, siempre tiene unas palabras especiales para los niños. Él también sonríe, con su media sonrisa, con su gesto limitado y paralizado por su enfermedad, tiene un anclaje claro que le permite dibujar eternas sonrisas, cuando no lo hace con la boca, lo hace con los ojos. Ella lo lleva hasta el autobús que lo acercará al centro de día en donde durante unas horas trabaja para mejorar su estado.
Bueno, creo que las patatas se están empezando a rebelar porque yo no las menciono nunca, y las tengo muy cerca, como también creo que hoy no es un buen día para escribir, ni si quiera encuentro inspiración en dos plátanos inseparables que se sienten tristísimos ante la sola idea de dejar de estar juntos, quieren que un señor gordísimo los encuentre y sea capaz de zarmpárselos a los dos a la vez, para que ninguno de ellos quede solo y desamparado.
Isolina Cerdá Casado
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