Domingo, un objeto de inspiración: sujetadores.
Mucho más
sugerente que una faja, desde luego. En la foto, hecha con cariño hace unos
segundos he colocado al lado del sujetador azul marino a los polvos pédicos,
para desligarlo de cualquier referencia erótica, sé que es difícil, más si cabe
por la primera palabra del nombre compuesto de su acompañante: polvos. La
realidad es que me senté delante del ordenador, a eso de las once y media de la
mañana de este domingo otoñal, uf, sí, ya estamos en otoño, y me puse a darle
vueltas al tema sobre el que escribir, pensé en la faja, pero gracias a mi
desorden me encontré con el sujetador. Estaba un poco enfadado conmigo, porque
la noche anterior, mientras me tomaba un yogur, sentada en la cocina, mirando
al vacío, me saqué al susodicho objeto y respiré. Fue a parar al primer sitio
en el que cayó, sobre los papeles y medicaciones varias que pueblan la mesa de
la cocina, tal vez mi subconsciente me estaba indicando que era un buen sitio
para que a la mañana siguiente, hoy, lo tomara como objeto inspirador de mi
mente inquieta. Sí, fue el subconsciente, no mi desorden enfermizo el que lo
sitió en semejante e inapropiado sitio. Observándolo desde la distancia, y
sintiendo la libertad de mis domingas, me pregunto quién lo habrá inventado,
quiero decir, a quién se le ocurrió la idea de producirlo y venderlo. ¿Sería
una mujer cansada de sentir ese movimiento libre en su pecho? ¿A caso se trató
de un expedicionario que al volver de uno de sus viajes estudió la manera de
que las domingas de su esposa no acabaran alargándose hasta el ombligo tal y
como observó que pasaba en los pechos libres de las indígenas? ¿No pudo darse
cuenta que la libertad de esas mujeres también era un grado a favor del
bienestar femenino? Últimamente tengo
que reconocer que no lo soporto, cada vez que puedo, me desprendo de él, como
si de una faja se tratara, y respiro, es tal vez una asociación errónea, esa
presión que siento en el pecho no la produce el sujetador sino mi propia mente,
las preocupaciones varias se enfocan ahí, en el centro de todo, en el punto
medio de mi cuerpo. Pero por qué me preocupo, qué es lo que hace que tenga esa
sensación tan angustiosa en mis adentros. En ocasiones no hay nada externo, o sí,
pero no es más grave, ni menos, que días antes o días después. La doctora me ha
mandado que me relaje, que haga yoga o lo que quiera, pero que dedique unos
minutos a mi bienestar; sé que no basta con quitarse el sujetador, pero ayuda,
la verdad, es una especie de prenda constreñidora, que no te pones de una
manera puntual, como pudieras ponerte una faja, sino que está todos los días
apretándote el pecho. En fin, que estamos en otoño ya, que me voy a poner con
la comida y a limpiar los mejillones, que vienen cargaditos de vida marina; qué
lástima, ser un mejillón y acabar tu vida en una nevera lleno de algas y restos
de parásitos marinos, teniendo que compartir cajón con los estirados gallos,
limpios y relucientes. Pues al menos ellos no se han tenido que poner
sujetadores, y no ha habido nadie que insinuara que sus domingas podían dejar
de ser sensuales por un descenso en su nivel gravitatorio, ellos han sido libres
en su batea de agua marina, cual mujer indígena corriendo por la selva amazónica.
Claro que, esta pobre mujer, igual tropezaba con una máquina taladora de árboles
milenarios y de repente le entraban las ganas de ponerse un sujetador y
sentarse en la silla de la cocina a comerse un yogurcito. Qué pena de vida, por
dios te lo digo, es un asco, que como la cosa siga así no vamos a tener ni para
comprar mejillones. Si ya lo digo yo, la culpa la tienen los sujetadores y esos
que nos obligan a apretarnos las domingas, quiero decir, los machos. Feliz
domingo, queridos y queridas, disfrutad porque el lunes está demasiado cerca.
Isolina Cerdá Casado
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