domingo, 6 de octubre de 2013

Lechugas: Mi colaboración semanal en Héroes del pensamiento.

Domingo, un objeto de inspiración: Lechugas.



    Al mercado que me voy, a comprar unas hojas verdes, todas ellas unidas por un tronco, felices, arropadas, superpuestas,…Muchas veces me siento como una hoja de lechuga escondida en lo más profundo del matojo verde que me envuelve, en ocasiones son hojas secas con un tono marrón, apagado por el desánimo vital momentáneo que me persigue por las laderas del fregadero, especialmente cuando se me acumulan los vasos y los platos con restos de macarrones secos por la oxidación del impulso de recoger la cocina, cuando no recordé que debía ponerme una crema ultrasónica especial para evitar que las células se me fueran apagando, las células impulsivas me refiero…
    - ¿Pero de qué estás hablando hija? Es que ya estamos con la tontería dominguera, quieres hacer el favor de ponerte a escribir en serio, que no sé qué te ha dado con las cremas últimamente, para todo tienes una crema especial que resuelve el conflicto interno a través de una caricia externa. Pero tú sabes que la solución la mayoría de las veces está en el interior de uno, porque un nudo se ha formado y no se sabe bien cómo desenredar el asunto psicológico en cuestión.
    Me siento algo así como una lechuga deshidratada, con la hoja caída, sin fuerza…
    - Eso es porque no te has tomado el café al que acostumbras diariamente, y sin esa explosión energética sientes que no eres nada. Deberías dejar de tomar café, te has creado una dependencia absurda con el líquido negro. ¿Te gustan los negros?
   Me encantan, y me encanta el café, y ya no voy a casarme con un negro porque me encontré con un vaso de leche que me gustó y me venía bien para la hidratación anímica, pero no voy a dejar de tomar mi café como si de un negro se tratara, es lo único que me queda.
   - Cada vez estás peor, y te lo advierto, el mundo no está preparado para tus locuras transitorias y esporádicas, especialmente si las dejas inmortalizadas en un artículo.
    ¡Qué sabrás tú del mundo! Viviendo como vives en mi cabeza, y cuando no sabes hacer otra cosa que marearme y dirigirme, hacia aquí y hacia allá, y “esto está mal” , y “esto está bien”, y “esto lo tienes que hacer”, y esto…
- Pobre neurótica exprimida, estás al borde de otra crisis, ¿no te das cuenta de que las tormentas internas están emergiendo nuevamente? Tienes que cuidarte más, y poner orden, y limpiar la casa, si tu madre levantara la cabeza…
   Si mi madre levantara la cabeza me daría un abrazo gigantesco y me envolvería con su calor de madre, y me amaría tanto que yo me pondría bien en un instante mágico. Conciencia, querida, ayer estuve leyendo algunas cosas interesantes. Qué importante es el lenguaje, y cuántas cosas nos dice de nosotros mismos. Voy a dejar de utilizar el verbo “Tener”, a partir de ahora, cada vez que me tenga que referir a una cosa por hacer, utilizaré el verbo “Querer”. No es lo mismo decir: “Tengo que hacer ejercicio”, que decir: “Quiero hacer ejercicio”. Con el “tengo” se crea una obligación, con el “quiero” es una decisión libre que yo asumo. El libro en cuestión llegó a mis manos accidentalmente o fortuitamente, tenía tiempo y buscaba algo para leer, y perdido entre revistas de cotilleos, estaba él, “Cartas para Claudia” de Jorge Bucay, esperando ser cogido y buceado por alguien. De vez en cuando una necesita releerse algún libro de psicología, esta no es una relectura, pero al zambullirme en él he vuelto a tener el impulso de leer nuevamente información sobre el tema. Pues bien, quede constancia de que quiero leer más cositas sobre psicología; quede constancia también, de que quiero hacer las camas y darle el desayuno a mi hija, así como también quiero preparar cositas porque hoy tenemos visita; entre las muchas cosas que tengo que hacer, quiero decir, entre las muchas cosas que quiero hacer está limpiar la lechuga, quitarle las hojas oscurecidas por la oxidación y el paso del tiempo y del tormento de una vida ajetreada, y descubrir las hojas frescas, verdes, y relucientes que se esconden en su interior, de paso me quitaré mis propias hojas mustias y me quedaré más turgente e iluminada que, que, que,…que, ya me iba yo por otros caminos más propios de la noche que del claro domingo en el que nos encontramos…ha sido culpa de la palabra “Turgente”, creo que aparecía reiteradamente en textos de novela erótica a la que fui aficionada en una época de mi vida. Ahí tenemos una prueba más de la importancia del lenguaje. Una frase tan sencilla como: “Ay, qué turgente estás cariño”. Feliz domingo despejado y azulado, por lo menos aquí en Leganés.


Isolina Cerdá Casado

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