lunes, 14 de octubre de 2013

Es lunes, un lunes más.

 

 El bolígrafo me está hablando al oído (lo dice la botella), pocas veces tiene la oportunidad de hacerlo. Normalmente estoy metida en tu bolso, esperando a que uno de tus hijos te pida agua. Pero hoy me tienes aquí, no sé si lo que pretendes es que sirva de objeto decorativo o lo que pasa es que te has cansado de guardarme cada vez que me sacas. Los gusanitos están hartos de seguir en el mismo sitio. ¿Han crecido tanto tus retoños que ya no te piden gusanitos para calmar el hambre? El globo ha dejado de estar terso, pierde aire, poco queda de ese aspecto feliz y de ese movimiento de juego con el que tus hijos hacían luchas de aire contenido, el llanto de uno de ellos indicaba que tenías que intervenir.
      ¡Cómo pasa el tiempo! Disfruta ya mismo de las pequeñas cosas porque apenas estamos unos minutos paseando por la vida, es la percepción que uno tiene cuando ha pasado unos años brindando por uno y otro año nuevo. Personas a las que quieres, que ya no están por aquí, se han ido a otra realidad, todos nos vamos, el premio es el presente, vivir sintiendo que estás haciendo aquello que quieres y aquello que debes. El producto de algo que está bien hecho es la satisfacción. Pensar en que tal vez esta sea la última vez, sentir, ser capaz de respirar, gritar, saltar, sentirse plenos con apenas nada. Y mientras tanto el folio en blanco te mira tentador, a la espera, a la espera de que te sientas inspirada para contar el cuento que nunca antes contaste. Te tienes que poner, hablar, decir.
     Piensas en tu abuela, no sé por qué me ha venido a la cabeza ella; su imagen ante los demás no era la de una mujer ideal, ni admirable, solo respetable. Porque una mujer que se ocupa del campo y va a la iglesia los domingos a escuchar la lección del día es respetable, su falta de calor no era lo que había que evaluar, su frialdad tampoco, simplemente ese levantarse con los primeros rayos de luz y salir a trabajar al monte ya da derecho a cierto bien mirar social.
    Mi madre luchaba cada día, el apoyar en el suelo firme el primer pie que sacaba de la cama ya suponía una lucha, su cuerpo arrastraba a su alma a caminar, a pesar de los pesares, ella irradiaba una luz diferente, su lucha había sido tan continuada en el tiempo y tan constante en su vida que no había espacio para tontear con esas cosas nimias que nos paralizan en nuestras pequeñas afrentas diarias.
    Y yo estoy aquí, sentada, al lado de la ventana, hija de mi madre, luchadora también, inconsciente en ocasiones de la suerte de estar en este instante en el lugar en el que estoy, buscando un respirar profundo, sabiendo que nada es eterno, nada, ni si quiera lo es la vida, porque hubo un tiempo en el que no la había, y puede volver a llegar ese tiempo vacío de existencia y de dolor, y de sonrisas, de llantos, de pulsiones.
    Es lunes, un lunes más, pero siento como si en este lunes me hubiera subido a una gran montaña y desde aquí arriba me encontrara en disposición de observar y observarme. ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿Hasta dónde soy capaz de llegar? Soy una mujer. No lo sé, tal vez por encima de todo una madre. Llegaré seguramente más lejos de lo que nunca imaginé: hasta el final mismo, en donde se puede tocar el sueño, acariciarlo y poseerlo con amor. Mejor pensarlo así.

    Es lunes, un lunes más, pero en este lunes me siento distinta.

Isolina Cerdá Casado

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