Domingo, un objeto de inspiración: Pimientos.
Sabes
perfectamente que no te importo menos que un pimiento, dímelo, solo tienes que
decírmelo. ¿No los estás viendo? Quieren darse importancia, ponerse peso,
cargarse de sentido, y para ello se están alineando para formar una cara,
porque ellos mismos creen que para ser importantes tienen que parecer personas,
pero qué es lo que significa eso de que los pimientos estén pensando cosas tan absurdas
como que si no son humanos no tienen más valor que la de ser un simple, rojo o
verde pimiento. Es como si los pimientos se estuvieran rebelando, no quieren
seguir estando desconsiderados, ellos quieren ser iguales que el resto. ¿Qué el
resto de pimientos, el resto de personas, el resto de qué?
Yo los vi una
noche, a ellos, a todos, iban subidos en una gran barca, flotando en la bañera,
no sé quién se atrevió a jugar con sus sueños, sin los pimientos no seríamos lo
que somos. Esa noche, yo me había sumergido en lo más profundo de mis miedos,
la bañera estaba desbordante de agua espumosa, mi cuerpo tenía unos cuantos
grados de alcohol prohibitivos si en lugar de manejar la esponja hubiera tenido
que manejar un volante. No necesitaba sobriedad para conducirme hasta lo más
resbaloso de la bañera. Tenía que haberme dado cuenta de que al estar borracha
podía ver pimientos donde no los había, hasta incluso ser capaz de asignarles
propiedades imposibles. Pero yo los vi, estaban confusos y hambrientos y
muertos de frío. Iban buscando la otra orilla, alguien les había hablado de las
maravillas de ese mundo que se encontraba más allá del mar. Entonces, el que
parecía llevar el timón de esa barcaza a la deriva, el que se había
autoasignado como la voz de aquel kilo y medio de pimientos, se dirigió a mí
desde su singular altillo, dos pimientos lo sujetaban para que sobresaliera
entre los demás. Ese pimiento gordo, rojo y orondo, ideal para asar al horno,
se dirigió a mí. A esas alturas de la noche, cuando la llama de la vela y el
olor a incienso apenas me dejaban ver con claridad; bueno lo más determinante
en mi estado turbado fue el vino tinto, seamos claros. Pues, como iba diciendo,
a esas alturas de la noche aquel pimiento me habló. Yo, en realidad, veía dos
pimientos hablándome, y no entendía muy bien ese tono empleado, rebozado de
cansancio, agotamiento, hasta unas gotas de súplica teñían sus palabras. Qué
habían hecho ellos para merecer morir de aquella manera, sabían que sus sueños
apenas estaban a unos kilómetros en línea recta, pero la barca no resistiría
tanto, eran muchísimos, ¿no podía hacer algo para salvarlos de tanto
desconsuelo? Su pueblo llevaba tanto tiempo inmerso en tal amargura vital, que no
fueron capaces de ver el riesgo de aquel viaje. A mí sólo se me ocurría hacer
un asado e invitar a comer a mis amigos, pero ellos esperaban mucho más de mí.
¿No podías
escribir un cuento? ¿A caso no te quedaba imaginación para inmortalizar la
causa de este pueblo injustamente exterminado? ¿Crees que tú no tienes nada que
ver con ese ahogamiento? ¿Cómo puedes pensar que es posible crear un
paralelismo entre una bañera y el mar mediterráneo? ¿Ves pimientos en lugar de
hombres? ¿Todavía estás borracha? ¿Tu marido te trajo demasiados pimientos de
la parcela? ¿De dónde te has sacado la idea de que a los pimientos les importes
hasta el punto de que se puedan llegar a sentir desconsiderados por ti? ¿Has
desayunado? ¿Todavía tienes restos de surrealismo pegados en tu cabeza de chorlita creativa? Es domingo, descansa,
tírate un cubo de agua en la cabeza, y espera a que el mundo se arregle, o
escribe, o sueña con que jamás volverá a ocurrir algo tan dramático en ningún
mar del mundo. Sí, soñemos, pero soñando no se cambian las cosas querida. Lo sé.
Feliz domingo. Y que sueñen con hombres que no tengan que
cruzar forzados los mares, que lo puedan hacer libremente, hombres, mujeres y
niños.
Isolina Cerdá Casado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario