martes, 30 de abril de 2013

2/06/2012 ¿Qué fue de Carmen?


¿Qué fue de Carmen?

 Todo se ha despertado con esa afirmación de mi padre, la caja de los recuerdos, me contaba que Andrés ha encontrado novia, eso lo animaba a pensar que también él lo podría conseguir, no se considera mayor para eso, dice que precisamente esa posibilidad le mantiene vivo, la ilusión de rehacer su vida emocional. Dice que está viviendo cosas que no ha vivido ni cuando era joven, esas ilusiones ingenuas y dolorosísimas solo entendibles por el alma presa en un estado de enamoramiento. Yo no acababa de entender su razonamiento, vamos a ver, ese Andrés, el hijo de Carmen y Andrés, estaba ingresado en un centro especial para enfermos mentales más de quince años debido a su esquizofrenia, que en una época lo hizo peligroso, no solo para su familia sino para el resto del vecindario. Recuerdo haber sufrido amenazas que se resolvieron en un juicio que ayudó para que sus padres pudieran tener respaldo documental a la hora de conseguir ingresarlo en ese centro en el que podría estar bien atendido sin riesgo para sus progenitores y demás familia. Durante muchos años los gritos, los golpes en paredes y muebles, formaron parte de la banda sonora de mi día a día; podía imitar perfectamente la voz deformaba por la desesperación que salía de la boca de Carmen, destrozada por esa enfermedad de su hijo tan dura, que empañaba su vida, y  la de su marido, la de sus otros cinco hijos, la del resto de familia e incluso  la de los vecinos. Mi familia y yo vivíamos justo en el piso inmediatamente superior, así que sabíamos que aunque Carmen saliera a la calle como siempre, con sus andares, sus peinados y su cara maquillada, como si fuera una feliz mamá haciendo sus recados, la belleza de su rostro no podía ocultar la batalla que momentos antes había tenido lugar en su hogar, al menos para mí; el “te voy a matar” también taladraba otras almas pero nada que ver con lo que le hacía a la de una madre oyéndolo de boca de su propio hijo. Ahí empezó mi admiración hacia esta mujer, todos los días salía de casa arreglada para hacer la compra, ocupándose del cuidado de toda su familia, era como una gallina cuidando de sus polluelos aún a riesgo de un zorro amenazante en forma de enfermedad que la acosaba sin parar. Pero ella sabía que las amenazas de su hijo eran causadas por ese mal y ella conseguía salir ilesa por fuera, la procesión ya la llevaba por dentro. Al mismo tiempo que los golpes destrozaban la casa con su contenido e iban quedando huellas de aquel seísmo esquizofrénico, el alma se retorcía y también quedaba marcada para siempre.
    Por eso cuando mi padre decía que Andrés había encontrado novia yo no acababa de entender cómo eso era posible después de haber estado tantos años interno en ese centro, algo me había perdido de la fase de recuperación y de su vuelta a la sociedad. Lo de vivir a cuatrocientos kilómetros de mi pueblo natal me estaba pasando factura. Sin embargo no era el Andrés enfermo, más o menos de mi edad, al que se refería mi padre, sino el Andrés padre, marido de Carmen. ¿Y entonces? ¿Es que se han divorciado? ¿Qué pasa con Carmen?
-¿Pero es que no lo sabías? Carmen murió hace algo más de un año, de un cáncer, como la mama.
-¿Qué? Pero si yo he estado en el pueblo, en varias ocasiones, en vacaciones, en algún puente, en navidad, cuando lo de tu operación... Y no me he dado cuenta, ni si quiera eché en falta su voz, sus ruidos, no sé, pensé que estaba. No lo sabía, no me enteré.
-Pensé que te lo había dicho, yo no fui al entierro, estaba de viaje cuando me fui a Mallorca ¿te acuerdas? Tu hermano sí fue.
    De repente ocurrió algo dentro de mí. Una persona que, aunque no era pilar de vida, era importante para mí se había ido para siempre. Sentí una responsabilidad de escribir algo sobre ella, no sé, cómo era posible que fuéramos tan poca cosa en esta vida, bueno sí, sus hijos y su marido la echaran de menos y sus nietos, pero para mí también era importante y de repente me dolió que hablaran de la otra mujer que ahora estaba con su marido, como si su ausencia no fuera importante, sí ya sé que lo es, ya sé que para Andrés es duro, que de nada sirve hundirse en la desesperación y morir también, pero…tuve la sensación de que el zorro se había comido a la gallina y que el granjero la había repuesto, y cuál es la diferencia, qué queda de ella. Dios me libre de querer establecer paralelismos imposibles, pero estaba vulnerable y pensé en lo poco que éramos al fin y al cabo, y volví a pensar, si yo tenía un cáncer y moría en unos meses no sería más que otra gallina desaparecida sin más historia, sus huevos comidos en sucesivas tortillas, sus polluelos en otros gallineros y la memoria de mi persona desaparecería, olvidada para siempre en un cementerio perdido en el fondo de la granja. ¿Qué nos queda? ¿Para qué toda esta lucha?  
    Uf, tengo un dolor en el pecho, donde acaba el esternón camino del ombligo, ese dolor es terrible para una hipocondríaca como yo en tiempos de crisis anímica. Voy a morir, pienso, y qué me queda, qué será de mí, qué será de todo lo que se creó o de lo que no se llegó a crear. Hay que escribir sobre Carmen, tengo que hacerlo, antes de que yo muera. Pero por qué narices pienso ahora que me voy a morir, ya ves, lo que me faltaba, no está bastante jodida la cosa como para verlo voluntariamente negro. Si yo estoy bien, vamos que yo sepa no tengo una enfermedad grave, pero viendo House nunca sabe uno lo puede tener, es verdad, eso es, ayer vi tres capítulos seguidos, estoy siendo víctima de reminiscencias housianasapocalípticas.
    Bueno, pues ya está, se acabó, a partir de ahora escribiré hasta de la pobre tortuga que anda sobreviviendo al lado de las orquídeas del salón, no, no es un salón maravillosamente ordenado, cualquiera diría que tengo una preciosa mesa en el salón con dos macetas estupendas, que sí, pero no, es una mesa caótica, como yo. No hay nada peor que ser la responsable del orden en casa siendo la mujer del desorden organizado. En fin…que este iba a ser el comienzo de mi trigésimo libro, y éste como los otros veintinueve, no lo acabaré, lo interrumpió una discusión con mi marido, llegó en el punto de las reminiscencias y la temperatura que adquirió la conversación no procedía de los cuerpos deseosos sino de pensamientos elucubradores que dejaron a mi inspiración hecha un cristo empanado.
    Quede este pequeño texto dedicado a la memoria de Carmen, a la que nunca olvidaré y de la que escribiré en cuanto empiece mi trigésimo primer libro que sí acabaré, o no, a lo mejor publico un libro con los inicios de mis treinta libros inacabados, quién sabe.   


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