Ausencia. Vacío. Nubes negras. Vamos a contar mentiras tra lará.
Hace mucho tiempo ella llegó al mundo. Fue en tierras lejanas, allá, en medio de un monte lleno de pinos y robles. Ella no sabía con lo que se encontraría ni contra qué gigantes tendría que luchar. Se fue para quedarse en los corazones enlutados por la pérdida. Testigos de su viaje, compañeros de trayecto, vecinos de hogar, equilibristas tristes de sensaciones dispares. Con tan solo un año de vida se le quemó la mano, gateando salvajemente como lo puede hacer un niño de esa edad, llegó hasta el fuego en el que no veía peligro alguno puesto que nadie estaba para advertirle. Su lucha empezó ahí, ya apenas adentrada en su vida. Dicen que siempre suspiró por un cariño de su madre, mujer fría devota de cristo y fiel a las creencias de un tiempo de carencias, ésta última era mi abuela. Si al menos hubiera sido amable con ella, ya no digo dar amor o afecto sino amabilidad, buenas caras, gestos de cariño.
Ella siempre luchó, por no hundirse, por avanzar, por no dejar de caminar en la vida. Mi querida niña. No puedo olvidarte. Una gran mujer. Un terremoto de mujer. Qué vacío más grande.
Hay nubes negras en el cielo, sobre un fondo azul, y allá, a lo lejos, una nube blanca destaca dando luz a mis sueños. Sueño que te veo, sueño que te vuelvo a tener frente a mí, sueño que nada pasó y que todo queda, sueño una presentación, un abrazo gigante, una sonrisa indescriptible.
Como todo, todo será recuerdo...yo también lo seré...yo...poder darle vueltas a la cucharilla de café, el vasito de café con leche endulzado con el azúcar moreno. Qué suerte, todo ha sido una fortuna, poder estar aquí, poder soñar con escribir mi gran obra, mientras busco el tema adecuado describo desórdenes mundanos. Todo es mucho más sencillo, bastaría con hablar de las muchas cosas que siento día a día. Podría escribir sobre todo, podría pero no lo hago, el impulso, me falta el impulso.
Pero, cuál es el problema, si hay que hablar de la cajera amable del supermercado, o del John que preside la puerta dando los buenos días, o del laberinto cotidiano en el que se encuentra mi vecina, pues hablemos, escribamos, serán verdades, verdad subjetiva, la de mi mirada, la que sucumbe ante los látigos atrevidos del cotilleo. ¡No es cotilleo! ¡Por el amor de dios! Es pura observación, no hay más verdad que la que trasciende de uno mismo a través de sus ojos. Me voy al bosque a reflexionar. Apago la luz, cierro los ojos, puedo sentir la cascada tras de mí, chorros de agua de los llantos invisibles. Hubo un tiempo en el que encendía cigarros mientras esperaba a la inspiración, pero las musas no deberían aparecer cuando estoy limpiando el baño, deberían esperar a que me sentara frente al ordenador o ante una libreta virgen, sin rastro de tinta derramada. Lejos de mí cualquier intento metafórico. Yo, no soy nadie. Sólo sé que tengo necesidad de contar mentiras, tralará, sueños, ovejitas, cualquier cosa es válida para saciar mi hambre creativa.
Lo importante, por muy alejado que esté el impulso verdadero y definitivo, es que ahora mismo estoy aquí, sentada sobre una pelota, feliz por haber contado algo, no importa el qué.
Isolina Cerdá Casado
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