martes, 30 de abril de 2013

6/12/2011 A comprar lotería con hojas de otoño


Céntrate querida, céntrate. Lo primero apaga la tele. Y piensa en lo que pasó por tu cabeza ayer, en ese paseo delicioso en el que ibas a comprar un número de lotería y fuiste atacada por una serie de impulsos creativos que no tenías ni idea de cómo ibas a apañarte para recogerlos todos y regalárselos a alguien interesado en su lectura. Era una mañana fría, por fin había llegado el frío, es verdad yo prefiero el calor, el frío me paraliza pero los cambios vienen bien al espíritu para hacerlo reaccionar. El cielo no estaba encapotado, el sol era radiante y sus caricias se agradecían. Hojas por el suelo de este otoño marrón rojizo que todavía me sigue fascinando. Sigo recogiendo hojas caídas y las colecciono con esmero entre las páginas del Larouse. El primer otoño en Madrid regalé más de una hoja escrita en rotulador  negro con mensajes navideños. La cuestión es que me dirigía a comprar lotería, un número para compartir con mis amigas de Crevillente, de camino pensé en mi madre, no sé por qué pero me vino su imagen, de cómo un ser tan importante en mi vida se había convertido en presencia, recuerdo añorante, espacio vacío en ocasiones. Y entonces la lotería me llevó a la tristeza, la tristeza me llevó a la esperanza con la imagen de mis hijos ya en el colegio, la esperanza me llevó al miedo de que les pudiera pasar algo porque pasan muchas cosas y de repente una vida se va igual que una hoja se cae, y pensé en esos niños cordobeses desaparecidos, recordé a mi hermana y me di cuenta de lo efímera que es la vida, personas mayores con las que me cruzaba me recordaban lo rápido que pasa todo, en menos de nada estaría igual que ellos, mis huesos me dolerían por el desgaste y tal vez mi compañero de paseo sería un bastón de madera brillante. Y todo llegará, eso es lo seguro, el tiempo pasa, tal vez la lotería no toque, pero lo que es seguro es que para bien o para mal el tiempo pasa. Y sin darme cuenta llegará el momento en el que pise las hojas caídas del otoño madrileño y no me pare a mirar de qué color son o qué dibujo tienen. Me crucé con dos mujeres mayores, sobre los setenta años, una de ellas tenía un acento gallego muy marcado, eso significaba que no era oriunda pepinera sino que por cualquier circunstancia que trae consigo la vida vino a parar a Leganés, tal vez por un trabajo, tal vez por un reencuentro, tal vez por una huida. La cuestión es que no era una visitante temporal, era posible adaptarse aunque no haya carballos, ni eucaliptos, ni vacas pastando los prados. También es posible que aunque gallega nunca hubiera visto una vaca pastar, tal vez era de Vigo y nunca salió al monte. Qué se yo. Lo que verdaderamente importa en este caso es que ahora estoy aquí sentada, escribiendo, en mi cocina, con mis hijos peleando cada dos por tres en pijama, tirándose naranjas y balones, extraña combinación; unos cachorrillos de pastor alemán ronronean junto a su madre; un cubo lleno de patatas esperan ubicación en medio de la cocina y yo, sin alterarme lo más mínimo por el desorden reinante estoy sentada aquí, escribiendo, recuperándome de esta parálisis creativa que me ha invadido por un tiempo; moqueando, no por nostalgia sino por catarro. Ya pasó querida, el periodo de darle teta a tu hija ya pasó, ahora estamos en el momento de mandarles algún grito para intentar apaciguar las reyertas entre hermanos. Pero lo importante, sí mi reina, lo importante es que no has dejado de impulsarte, que sigues teniendo ilusión, que te diriges a comprar un número de lotería para ver si te toca y entonces... entonces a seguir exactamente igual que ahora porque así es la vida.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Semanal 1: Clic

Vamos, empieza ya, escribe, sobre lo que sea, oblígate, siéntate y dedica un tiempo a la escritura. Sabes que hubo un tiempo en el que la es...