Ayer vi la tele (Planta de oncología-El valle de lágrimas-Solidaridad y otros asuntos navideños)
Quiero confesar que esta es la segunda vez que escribo este texto. Voy a intentar que me no se altere demasiado la esencia de la primera vez, en la que escribía inspirada, ahora más que inspirada estoy mosqueada, después de estar casi media hora escribiendo un texto, se ha perdido en los mundos cibernéticos porque lo escribí directamente en el blog, al subirlo desapareció de la pantalla sin más por un error de conexión, así que añado el estado humeante de unas orejas que pertenecen a una cabeza pensante y cabreada. Es posible cierta alteración.
Pasados unos días desde este inicio de texto trastornado lo retomo. Lo volví a escribir esta vez en el Word para que no se perdiera, aunque es verdad que se pierde la magia de la espontaneidad, pero al menos no desaparece.
Me dio mucha pena perderlo, el texto me refiero, porque las letras inspiradas hablaban de un testimonio muy interesante y enriquecedor del que fui testigo. Estuve todo el tiempo llorando, mientras lo veía y después al recordarlo. Y no es el lagrimeo lo que quiero recoger aquí, sino el gran ejemplo vital que no me dejaba volver a las ocupaciones en las que estaba. Era una entrevista que realizaban a una niña que estaba bajo tratamiento de quimioterapia, no sé qué tipo de cáncer tenía. A ella solita se le ocurrió la idea de pedir colaboración a un cantante, Menendi, para que autorizara y participara en la grabación de un video-clip en el que saliera toda la planta de oncología, enfermos, médicos y enfermeras, bailando y cantando una de sus canciones en la que se animaba a seguir adelante, con un mensaje claro de superación. La entrevista se la realizó Mariló Montero en el programa La mañana de la 1, su madre la acompañaba. La niña tenía unos doce años, su sonrisa se salía de la cara, tenía una luz que traspasaba la pantalla del televisor. Yo estaba admirada de verla, con su energía, con ese gran ejemplo que estaba dando. Hablaba de su enfermedad y del tratamiento que le estaban suministrando con una naturalidad que te dejaba con la boca abierta. Al final de la entrevista supe que llevaba puesta una peluca, contó cómo fue el momento de raparse el pelo, su madre estaba cerca pero ella no dejó que entrara porque no quería que llorase y sabía que lo iba a pasar mal; ella, con sus doce o trece años ya estaba cuidando de su madre. Una mujer increíble que se admiraba de cada cosa que decía su hija. Lo más importante es que además de ser un ejemplo para todos, los que están enfermos y los que no, había movilizado a mucha gente para enviar ese mensaje de lucha, de que se podía salir, de que no había que rendirse. “Se rodó a trozos, se paraba si alguien tenía que ponerse el suero, y seguíamos; algunos iban con los cables colgando, fue increíble, todos bailando”.
En el texto perdido también hablaba de otra cosa. La navidad está cerca, tan cerca que resulta imposible dar un paso por la calle sin ver a un papá Noel en actitudes peligrosamente suicidas, colgados de las fachadas y balcones. Por suerte vuelven a reactivarse las campañas de recogida de alimentos, juguetes, ropa, para animar a todos a colaborar. La cuestión es que estas navidades se presentan más duras que otras, sencillamente porque la crisis se sigue extendiendo, y cada vez hay más casos de familias cercanas con problemas porque el padre, o la madre, o ambos progenitores se han quedado sin trabajo, de modo que no hay forma de pasar el mes, ya no de llegar a fin de mes, sino que el caminar cada día resulta ser toda una hazaña. Y claro, cuando eres tú el que se tiene que recortar, y dejar de comer filetes de carne o pescado, e insistir con las lentejas, que son muy sanas sí, pero no los siete días de la semana, y sin otro tipo de complemento alimentario, se lleva, pero cuando el recorte se lo tienes que aplicar a tus hijos, ahí sí que duele, aunque tu hijo tenga veinte años, es igual de doloroso. Pero aplicando la filosofía de esta niña, se puede salir, o por lo menos atravesar la tormenta con un chubasquero que alguien bueno te preste. Seguro que todos tenemos un chubasquero metido en el armario, de esos amarillos que no hemos vuelto a utilizar desde que lo compramos aquel día en el parque de atracciones, guardado por si acaso, o una barca que no hemos llegado a utilizar porque no llegó la inundación, que en cambio está casi ahogando a nuestros vecinos. O un bocata de chorizo, también sirve, a lo mejor el señor que está sentado en el banco que se ve desde tu ventana lleva tres días sin comer, y allí trata de recobrar fuerzas para seguir caminando. A lo mejor ese kilo de arroz que está en el fondo de la alacena, o de judías, o la socorrida lata de atún; sirven igual de manta para mitigar el frío. Es posible que no sea necesario asomarse a la ventana, baja por las escaleras de tu edificio, algún vecino llora en silencio las carencias del presente y echa de menos la posibilidad de ir a un supermercado a comprar algún antojo con forma de yogur.
Pues eso, que si no conoces a nadie cercano con problemas es una suerte, pero no por eso no los hay, puedes hacer una compra y llevarla a un lugar donde repartan alimentos, te puedo asegurar que llega, lo sé, he visto la caja en casa de mis amigos, he escuchado los relatos de mi vecina cuando contaba lo duro que le resulta ponerse en la fila para esperar el turno, codeándose con personas como ella que nunca antes lo habían hecho y con otras personas que siempre se han asociado a este tipo de situaciones. Y verles la cara destrozada, descompuesta, porque no solo es comer, hay que pagar las letras, y uno tiene que soportar estar bajo el techo de su propia casa evitando sentirse atrapado en ella. Sin trabajo, sin dinero, sin razones para abrir la puerta y salir a la calle a sentir el sol.
Otra cosa que contaba en el texto perdido eran mis hazañas como fontanera, pésimos resultados, es lo que estaba haciendo precisamente cuando lloraba tanto ante el televisor de la cocina; compaginaba ambas actividades, y creo que los tubos que desmonté de debajo del fregadero se contagiaron de mi lagrimeo porque ellos mismos no dejaron de llorar ni si quiera cuando retornaron a su lugar de origen. Así fue como aquel día mi cocina se convirtió en un auténtico y literal valle de lágrimas, tanto de origen tubular (procedentes del canal de Isabel II) como puramente orgánico (procedentes de un alma demasiado frágil y sensible).
Isolina Cerdá Casado
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