martes, 30 de abril de 2013

Dedicado a mi tía Conchi. 8/08/2012


Adiós a la mujer de ojos grandes e inmensa sonrisa

  Poseída por un gran temor paralizante, así es como estoy en este momento en el que me pongo a escribir por vez primera de ella, en algún texto anterior ya escribí sobre lo que le pasó de pronto, ese amarillo amenazador que empezó a teñirla del color del mal fario en el mundo de la farándula. El resplandor de esos ojos amarillentos instalaron el miedo en la familia y ahí se quedó hasta que el otro día, el uno de agosto del 2012 con 57 años vividos, se puso a lanzar cuchillos a destajo contra la esperanza de que se sobrepusiera del que fue el último derrame interno, esa camuflada corriente de sangre en la que se le estaba yendo la vida. 
    Para mí ella fue mucho, formaba parte del todo que da sentido a mi vida. No puedo creer aún que ella no esté aquí, en el mundo, que no esté para sentirla, para escuchar su voz. Y escribo con esa imposible esperanza de volver a hablar con ella, con su energía y su alegría, recibir ese color brillante de su mirada.
    Piensas que se merecía mucho más de lo que tuvo, pero en realidad lo que ocurre es que tienes la certeza de que cualquier cosa hubiera sido insuficiente para un sol de persona como ella. Qué suerte tuve de caminar a su lado durante un tiempo de mi vida, treinta y nueve años y siete meses exactamente. Recibí tanto cariño de ella que ahora mismo no sé si acertaré a enumerar alguno. Para empezar una palabra de cariño siempre presente, un encuentro con ella era un abrazo de amor asegurado porque el cariño se le iba cayendo por los bolsillos, en su caminar dejaba un rastro de amor que lo impregnaba todo, su infinita paciencia, su imborrable sonrisa, su belleza.
    Conoció a mi tío, su marido, bailando en una discoteca del pueblo, y ese encuentro fue el inicio de cuarenta años de amor incondicional. Se querían tanto que su relación estaba por encima de cualquier otra cosa. Ahora pienso que su alegría vital era algo innato y alimentado por la certeza de su amor hacia Martín. Recuerdo que cuando en alguna conversación con ella hablábamos del amor, Conchi siempre describía esa sensación interna de plenitud cuando estaba con Martín, entendía los desvaríos amorosos o las locuras dirigidas por el corazón porque ella cuando conoció a su amor sólo quería estar junto a él, y seguía sintiendo exactamente ese imán alado que lo atraía hacia mi tío hasta el mismo momento en que abrió esos ojos a modo de despedida. Trabajó mucho, estuvo muchas horas de su vida metida en una cocina, primero en la Peña, luego en el Martin’s y después en el Carpazal. Los tres negocios que emprendió Martín, nunca delegó en nadie, ni si quiera para criar a sus hijos, y ahora sé por qué. No podía alejarse de él, era una especie de pozo de energía para ella de la que se surtía a cada instante; lo necesitaba cerca, bailaba con él con sólo verlo moviéndose cerca de ella.
    Él lloraba con pena por no haberle dado más cosas en su vida, por no haberla dejado que arreglara su casita antes que arreglar el negocio; era en esos momentos grises demasiado cercanos a su despedida, él no era capaz de ver lo mucho que le había dado. Una gran historia de amor, eso es lo que ambos tenían. Cuando él estuvo muy malito, tanto que los médicos auguraban un final inminente porque la creatinina se le había subido más allá del Picacho, Conchi no se despegó de su marido ni un instante, sólo se movió de su lado cuando fue preciso para trabajar y que el negocio, que con tanta ilusión había emprendido su marido, no se viniera abajo. No se podía imaginar, nadie lo hubiera creído entonces, que ella misma iba a ser receptora de ese amor cuidadoso y amable en la enfermedad. Martin devolvió cada segundo de los cuidados que le dio Conchi cuando sus riñones se plantaron y no quisieron seguir cargando con más piedras. Vivieron muchas horas de hospital juntos, intercambiando los papeles al poco tiempo de iniciarse en esas forzosas visitas hospitalarias.
     De pronto parecía como si una maldición oscura y tenebrosa se hubiera instalado en sus vidas: la enfermedad hizo una entrada triunfal amenazando sus vidas, primero la de él y luego la de ella; el negocio comenzó a tambalearse porque no había salud para contrarrestar un inicio de crisis amenazador y al final el Carpazal se fue volando por los aires llevándose los últimos impulsos de lucha por un sueño. Lo importante es que el tiempo que duró Conchi tuvo un cuidado jardincillo que le daba la vida, unas plantitas verdes que crecían ante sus ojos, con flores de colores y las blancas florecillas de un gran jazmín envolvente, y disfrutó de una brisa privilegiada en un pueblo al pie de la montaña. Ella decoró aquel lugar como si de una gran interiorista se tratara, con un gusto exquisito demostrando que de haber querido ella podía haber alcanzado la luna. Pero ella ya tenía su luna: su gran amor, su Martín.
    Un Martín que vino de Galicia siguiendo la sombra de su hermana, una furia de la naturaleza, una mujer que gritaba a la luna los golpes que la vida le había dado. En el silencio de la noche todavía quedan resuellos de esos gritos de enfado por las injusticias que la golpearon, a ella a Solita. Es verdad que ella tenía la fuerza, por eso duró tanto y tan bien, otra persona hubiera caído en un pozo cuando le pasó lo de su manita; o se hubiera lanzado al vacío cuando el amor intenso le hizo daño; o hubiera cerrado las ventanas y la puerta con llave y se hubiera encerrado de por vida ante la muerte de su primogénita; o se hubiera muerto de miedo ante el cáncer que golpeaba su cuerpo. Pero no, ella luchó, siempre, gritando salió adelante, hasta que ya no estaba en su mano el seguir caminando.
    Así que, querido tío Martín, tienes que seguir adelante con la vida, porque ella está contigo, como está conmigo. Porque lo que tú consigas será fruto de los dos, porque tienes dos hijos que te necesitan, porque una nieta anda pululando a tus pies para que juegues con ella y sonrías. Porque allá en el horizonte de ese mar que has contemplado cientos de veces junto a ella están cientos de tesoros por descubrir, porque la vida es un regalo y mientras tengas vida tienes que aprovechar al máximo cada partícula de oxígeno que se adentra en tu cuerpo, porque ella lo hubiera hecho, y mi madre también.
    Dame un ejemplo de vida, hazme creer lo que Ricardo me decía: tu madre está allá arriba y dirige el cotarro para que las cosas salgan bien, su fuerza atraviesa la frontera de los dos mundos. Y ahora se están confabulando para darte la fuerza que necesitas, Conchi y mi madre, para que no decaigas, para que el duelo sea una transición y vuelvas a emprender nuevos proyectos.
    Sea como sea, te quiero, y espero verte luchando y viviendo a pesar de que no la puedas ver. A ella la quería muchísimo, siempre fue muy buena conmigo y es un pilar de vida importante ante cuya pérdida no puedo evitar sentir vacío y tristeza, pero hay que seguir, hay que seguir.

Con cariño,
      Soli.

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