Pero vamos a ver, a qué te refieres con eso. ¿Pretendes que te lean con más interés por mencionar la palabra monstruo? Déjame conciencia, déjame tranquila, hoy he descubierto algo y quiero disfrutarlo, así que ni tú ni nadie va a conseguir que me detenga en esta explosión repentina de contenidos expresados. Mi mundo interior está repleto de monstruos y no puedo permitirme ir a terapia, pero a su vez no creo que esto sea meramente una explosión sin sentido de pensamientos que se me pasan por la cabeza, es creación, eso es lo que creo que estos minutos dedicados a escribir en una página en blanco tiene que ver con el arte de alguna manera. ¿Y a quién le puede importar? Vaya, a mí, ¿soy lo suficientemente importante como para hacerlo bien? Hay muchas cuestiones que bailan en mi mente, muchas, muchas ideas, muchas imágenes, muchas vidas paralelas que me rozan y me influyen y hacen que crezcan monstruos y fantasmas, y también niños pequeños llenos de ilusión.
Hoy iba a recoger a mis hijos al cole, por la tarde, e iba caminando justo detrás de una señora que también se dirigía al colegio a buscar a alguien, niños claro, sus nietos. Por esas casualidades de la vida, ya me había fijado en esa mujer con anterioridad, de unos sesenta y cinco años de edad, vestida de negro, un luto riguroso del que yo no sabía su historia. Entonces, en esas conversaciones que a veces se tienen con otras mamás, supe de ella, y desde entonces no puedo dejar de estremecerme cuando la veo, por la intensidad de su vida, por lo que la vida le ha deparado justo en el momento en el que debía llegar la calma. Ella va a recoger a sus nietos, todos los días, los lleva y los recoge. Su hija murió hace unos meses y ella es la que se ocupa ahora de cuidar de ellos mientras el padre está trabajando. Tiene una expresión dura y dolorida pero con una fortaleza increíble, no hay tiempo ni lugar para quedarse en la cama, hay muchas cosas que hacer para que esos niños puedan seguir adelante con su vida.
Ella caminaba delante de mí, a buen ritmo, pero yo llegaba tarde así que la adelanté. En mi mente estaba su tristeza, la dureza de esa madre que no puede dejar de pensar en que lo que queda de su hija está dentro de ella, empujándola fuera de la cama para que se ocupe de esos niños de apenas ocho y diez años, esas deben ser sus edades. Para las personas sensibles esos acontecimientos tan tristes, aunque sucedan lejos, afectan como si ocurrieran cerca. Yo tengo cuarenta años, tengo dos hijos, de cuatro y siete años, yo soy una hipocondríaca preocupadiza y tristona, que siento lo que le ha pasado como si una parte de mí también estuviera afectada; sin embargo yo no la conocía, la mamá que murió tal vez se cruzó en mi camino también en algún momento pero yo no sabía de su vida y de los problemas que llevaba encima. Es normal que esa sensibilidad que me envuelve y me impregna también me produzca reacciones ante esos hechos que no tienen sentido. Ahí es cuando llegan los miedos.
Es un fantasma negro, que te susurra un "Buuu" cuando menos lo esperas. ¿Es primavera? Sí, claro, por eso estoy que me salgo. Salgo, salgo, salgo...
Solo quedan los recuerdos...están en nosotros...ellos siguen vivos en nosotros...No han muerto en realidad...Sí, sí han muerto...Pero y si yo...yo estoy viva, yo tengo ganas de seguir...¿Por qué no hablas de las copas de vino? ¿Por qué no te imaginas con un tanga bailando libre al borde de una piscina llena de agua salada? ¿Por qué no sonríes teniendo como tienes pulso y fuerza y ganas? Tienes los pelos hechos un cristo, te has puesto un chándal solo porque era la ropa que tenías más a mano, estás molida por falta de ejercicio, necesitas agujetas frescas en la cara indicadoras de ataques de risa sin sentido. ¡Despierta ya! Y tú, monstruo, a callar de una vez, que... ¡aquí mando yo!
Isolina Cerdá Casado
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