martes, 30 de abril de 2013

Marzo 2011: Tiembla la tierra


Tengo frío, me ha entrado un escalofrío en el cuerpo tras ver las imágenes del terremoto y del sunami japonés, y el frío se ha instalado en mí al comprobar la vulnerabilidad del ser humano. Un señor estaba cruzando un puente, la ola del sunami arrastraba multitud de vehículos y barcos hacia el puente desde donde el hombre miraba cómo objetos impensables atravesaban por debajo de él. Supongo que todo se grababa desde un helicóptero. Hasta que su tranquilidad aparente se ahogó literalmente por la fuerza que empujaba a la lengua del sunami, detrás venía la base del músculo y lo hizo desaparecer.
    Sorprendente, increíble, terrible. No puedo escribir más sobre ello. Hay demasiadas gotas de lluvia decorando los cristales de la ventana, sobre cuyo pollete hay una jardinera con un geranio resistente al frío invierno madrileño. Me levanto, voy a por un jersey o algo que abrigue, estoy todavía con el sunami en la cabeza y el frío en el cuerpo.
    Los gritos de la niña reclamando la atención de su hermano me despiertan, ya me he colocado una chaqueta de lana, y aquí he vuelto, sentada en la pelota gigante, creando un texto improvisado. Un recorte de Alicia en el país de las maravillas me acaba de recordar que un señor extraño vino a visitarme anoche. Supongo que fue culpa mía el haberlo dejado entrar, lo invité a café con galletas de avena y empecé a contarle un cuento. Me dijo que si había venido a verme era porque necesitaba mi ayuda, y que un cuento no bastaba, era necesario una dramatización. Así que empecé a actuar, me veía cocinando, el escenario estaba vacío, tan sólo una mujer que removía sin parar el contenido de una olla situada sobre la mesa que había en el centro de la escena. "Sí, ya está casi listo". "No, al final no eran lentejas sino pollo frito guisado a la cocina lenta con sonrisa de guisantes y tomates". "Pues si no te gusta te vas a Burgos y te comes un pollo crudo". "Ya sé que te gusta el crujir de la carne poco hecha"...No había manera de que le gustara lo que hacía, pero a dónde, por dónde, hacia dónde. Lo siento. Esto está demadiado oscuro. Calla y no digamos nada de este desvarío, mi marido no tiene por qué enterarse, está dormidito en la cama, pues eso que descanse, le vendrá bien, mañana madruga. Toma, fúmate un cigarro imaginario, es que no soporto el humo. Más, quiero más. La tierra ha temblado. Siempre está temblando, no es algo nuevo, pero es que hoy, hoy está atacada, le ha dado un golpe de estrés repentino y las palpitaciones se han convertido en saltos de liebre alocada. Y los edificios se han visto obligados a bailar. No, hoy no estoy cuerda. Hoy no voy a buscar el equilibrio peloteando. Hoy simplemente me voy a dejar llevar, qué remedio, si el mar te lleva no puedes hacer nada. Son cosas que pasan continuamente. Bueno, y qué pasa con lo nuestro. Digo, quiero decir, vamos que yo pensaba que entre tú y yo había algo más que un simple: "bueno, pues vamos"; yo creía que lo nuestro era algo así como: "bueno, pues es para siempre".
    Hay gomas de colores, un cuento del Tesoro de los piratas, un babero de mi niña, doblado pero lleno de restos de arroz con pollo. Hay una caja de bandas de cera para depilar, unos cuantos folios en blanco, muchos cables, un gorro de muñeco, y un sobre. En mi mesa de cocina, acompañando al ordenador hay desorden puro y caos desorganizado y en lugar de ponerme a ordenar me siento a escribir mi propio desastre. "Sí señor, todo arreglado, márchese de una vez de mi casa. Mi marido está al llegar. Me está ocasionando verdaderos desórdenes mentales." "¿Que quiere llevarse las lentejas que al final no he cocinado? ¿Quién es el enfermo entonces?"

Isolina Cerdá Casado

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