Querida mujer, olvídate de todas las penas que arrastras, vuela feliz, ya ha llegado tu momento, eres un ángel que deambula sin ser visto por aquellos hogares en los que tus familiares lloran tu ausencia. Sabes que no puedes intervenir, que no hay nada que hacer, solo te es posible acercarte con el alma y que ellos perciban que no están solos.
Porque no están solos, ellos lo intuyen, miran al cielo, identifican una estrella con ese ser querido que se fue con el tiempo, en ese segundo que dejó de respirar, el corazón dijo basta y toda esa masa corporal se convirtió en el resto de su paso por la tierra, la huella temporal. La huella permanente queda dentro de cada una de las personas que amaban a ese ser, y hasta que todo desaparezca ellos seguirán estando ahí, en un rinconcito del alma terrenal.
Ellos deben saber que no están solos, el recuerdo de un abrazo es un síntoma, la lágrima que sale sola de una mirada triste es la expresión de que hay una pulsión de vida; aunque todo parezca una pesadilla, en el fondo hay una pena guardada que siempre estará ahí, pero se irá transformando, y la energía dolorosa se irá convirtiendo en resignación inmersa en añoranza.
No temas, ellos están contigo, la pena puede ser tan grande que todo se nubla hasta intensidades mortales.
Hoy estás enlutada. Tienes la oscuridad instalada en tu mirada. Tal vez por ese accidente que se ha cobrado la vida de setenta y siete personas, en las inmediaciones de Santiago de Compostela, gente que iba a un lugar, con una función, con un sueño. Gente a la que esperaba otra gente. Es así de triste, es así de brutal, la vida puede ser tan dolorosa como intensa. Tal vez por un fallo técnico, tal vez por un exceso de velocidad atribuido a un error humano, la cuestión es que esas almas no hicieron nada para que su vida terminara así, tan solo se subieron a un tren. Mi solidaridad con las familias, mucha fuerza en estos dolorosos momentos.
Isolina Cerdá Casado
jueves, 25 de julio de 2013
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