¿Pero qué le pasa a esta mujer ahora? En esta mañana de julio, calurosa, típica veraniega, en la que parece que se le ve el impulso de teclear en los ojos. Esta mujer debería sentarse con nosotros. Su trasero no entraría en este banco aunque le dejáramos un sitio. Es cierto, ella está en otra dimensión, nosotros estamos así todo el día, ella en cambio solo se sienta para escribir, es de locos. Le van a empezar a salir humo de las manos. ¿Te has dado cuenta de que ya le salen chispas de los ojos? No puede ver nada, es demasiado susceptible. Debería observar las jardineras, como nosotros, entre el libro y las jardineras estamos bastante entretenidos. ¿Has visto lo bonita que han puesto esta, con esas surfinias blancas?
¿Y de qué va a escribir hoy? Nunca se sabe, cualquier día nos sorprende hablando de ufos. Eh, Paty, ¿tú qué dices? ¿crees que te hará protagonista de uno de sus textos?
A mí dejadme, enanos pesados, bastante tengo yo con soportar el calor sofocante como para tener que pensar en lo que esta respetable mujer está liando en su cabeza.
Pues ahí van mis líos...
Yo estoy un poco regular, yo estoy un tanto arrugada, estoy pasmosa, estoy repleta de motas de polvo pegadizo, estoy bailadora, ora, ora, ora. Las visitas al tanatorio son dolorosas, una trata de hablar del tiempo, de las nubes, de las tendencias pasajeras de las sillas de los coches; una trata de pensar en aquel vestido de lunares que un día una mujer con energía lucía acompañando a su voz; una puede tratar de no pensar lo que ha pasado: que detrás de ese cristal que suele interponerse entre el cuerpo yacente y tu corazón herido hay un último adiós que contiene todas las despedidas habidas y por haber que junto a esa persona querida protagonizaste. Esos adioses de nos vemos pronto, de me alegro de haber estado en tu compañía, de los de te doy dos besos con pena porque me voy a marchar; esos adioses que incluyen abrazos sinceros y la necesidad de un último contacto físico.
Te tomaría en mis brazos y te apretaría tanto que estrujaría todo tu cuerpo en un impulso de acogerte plenamente con mi cuerpo físico. Ahora mismo me acaba de venir a la memoria el recuerdo de cuando abrazaba a mi madre, la memoria sensorial de su cuerpo pegado al mío, no recuerdo cuántas veces la abracé y me abrazó, solo sé que tengo impresa en mi alma la sensación de proximidad de su cuerpo, puedo cerrar los ojos y reavivar ese tacto carnoso, cariñoso y afable. Qué inmenso valor tiene nuestra memoria. Ahí guardamos nuestros grandes tesoros, esos que nadie nos puede quitar mientras vivamos y no nos veamos afectados por esa dura enfermedad que es el alzheimer.
¿Por qué ahora me pongo a hablar de tanatorios? Supongo que las imágenes del televisor en las que una madre con el pelo blanco y vestida de extremo luto iba a dar su último adiós a su querida hija ha sido la que ha traído a mi memoria esos momentos vividos en carne propia. Qué doloroso tener que despedirse de un ángel. ¿Cómo concentrar esa despedida en un instante cuando además la otra persona no te puede decir nada? Su alma está dando vueltas por allí, sintiendo ese dolor que ha despertado su marcha repentina, sin poder decir unas palabras de aliento para los que quedan vagando por la vida y que han de cargar con la pena de su ausencia. Y uno llora con amargura, pero cuando ya no hay más lagrimas, tras haber recibido todo tipo de consuelo terrenal, sientes cierto alivio, como de forma misteriosa, es ahí cuando el alma del ser al que amaste con locura te ha abrazado desde su otra dimensión, tratando de consolarte, intentando transmitirte un poco de su paz eterna. Ya está, quédate con todo eso que tienes dentro de tu alma, esas semillas que ese ser fue instalando en tu interior, sin ser consciente, quédate con ese hermoso recuerdo, con tu recuerdo particular, con el tuyo propio, el que quedó grabado en ese trocito de tu alma y que siempre pertenecerá a esa persona.
"Mira, estamos en verano, estamos asados de calor, sudorosos, caóticos. Dime la verdad: ¿no te aparecería más escribir sobre otra cosa?"
Me encanta la sensación de nadar desnuda, sin ropa, libre.
"No te estaba animando a hablar de sexo."
No estaba hablando de sexo, estaba hablando de desnudez, liberación. Ay, me ocurrió una cosa curiosa con la desnudez liberadora que voy a contar ahora mismo. Me encontraba en una playa libre, entre la playa de los Arenales del sol y Santa Pola, en la que cada uno podía ir como quería, siempre que no se metiera con el resto. El que hoy es mi marido me animó a que hiciera topless, y llevada por un impulso liberador, lo hice; total que esa playa estaba muy cerca relativamente de dónde residía habitualmente, quiere decirse que era fácil que pasara lo que pasó. Una vez superado el momento inicial de la vergüenza repentina, y estando en compañía de otras tantas desnudeces empecé a actuar con naturalidad, me bañaba, me comí un bocata, con las tetas al aire. De pronto, en uno de mis acercamientos a la playa, me encontré de frente con un señor y su mujer que conocía, demasiado como para hacerme la longui, ambos participaban conmigo en el montaje de Don Juan Tenorio. Les saludé con la mayor naturalidad del mundo, tratando de obviar la peculiar circunstancia de tener las domingas al aire, porque ellos iban vestidos paseando por la playa libre, claro. Interiormente yo me decía: "Sé valiente, actúa con normalidad, que no se note que te estás muriendo de la vergüenza, tú eres muy progre, no tienes complejos, vamos, vamos". Imagino que el señor estaría pensando: "no las mires, no las mires, quedarías como un baboso, está tu mujer al lado, no mires las domingas de la Brígida". A su vez la mujer, Olvido, que es majísima, pensaría: "Vaya marrón, esta pobre. Pues mírala, tiene más tetas de las que parecía, siempre va encorvada la jodía". En fin, sonrisas por aquí, despedidas por allá, y finalmente ese momento estresante pasó, y ahí ha quedado, formando parte de mi haber de experiencias que comparto con mi amor. Todavía se ríe al recordar ese momento. Yo también, ya soy capaz de reírme. Sólo me podía pasar a mí una situación como esa, reconozco que la intensidad de ese marrón sólo puede ser entendible si se es conocedor de mi gran timidez.
Isolina Cerdá Casado
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