¡Cógete al bebé, dale teta, cósele un pantaloncete, échate unas carreras para mantenerte bien, sé una barbie como la de tu hija, súbete al coche y vámonos pa Córdoba, prepara la maleta y la tortilla de patatas, vamos que nos vamos! ¡Será posible que tardes tanto nena!
Una persona, mujer, me dijo en una conversación: "yo quería tener un hijo, no una hija". Yo me sorprendía extrañada: "Pues fíjate, con lo que a mí me gustan las niñas". Yo quería tener una hija, aunque reconozco que cuando la ecógrafa me dijo que lo que venía en mi primer embarazo era un niño, fui invadida por una emoción increíble, era como concretar a esa pequeña cosita que estaba creciendo en mis adentros, y no pensé entonces en el sexo, me olvidé de mis preferencias, y me entregué a ese amor incondicional que ya sentía. Pero ella decía: "no, yo no quería tener hijas". Poco a poco entendí el por qué.
Ella no quería tener hijas porque sabía lo mucho que una mujer se ha de sacrificar, por puro amor, por pura entrega, porque además de que el instinto te lleva a ello, la sociedad no te apoya en ese desarrollo profesional, ni la sociedad ni la cultura social y machista. No es solo la parte física, es cierto que el cuerpo de la mujer está preparado, pero después de un embarazo todo tiene que volver a su lugar, y no vuelve al lugar anterior, se han modificado las proporciones, todo ha cambiado, porque a la vez que crecía un ser dentro de ti, también iba pasando el tiempo y las células se hacían mayores y el tiempo que se requería para el entrenamiento rehabilitador lo tenías que emplear dando teta, cambiando pañales y trabajando fuera de casa, la que pudiera hacerlo. La mujer que tiene la fortuna de trabajar, fortuna únicamente por el desarrollo profesional propio y la independencia económica, que es bastante asunto como para no detenernos, esa mujer además de ser independiente tiene que manejar tropecientos hilos para que aunque no pueda estar físicamente con sus hijos en sus comidas, en sus juegos, tenga la tranquilidad de que su prole está bien cuidada mientras ella trata de no bajarse del barco profesional al que con tanto esfuerzo logró subirse. Así, a la vez que corre veloz, ve cómo crecen sus hijos, y cómo todo va desarrollándose tal y como la sociedad le exige. Aunque, de vez en cuando se ve obligada a sacar la cabeza por la ventanilla del tren en el que está subida, recibiendo una lluvia de aire fresco continuada y, en esas ráfagas brutales de viento liberador, ella cierra los ojos y piensa en el momento en el que decidió formar una familia, rápidamente se acuerda de que no ha puesto la lavadora con la ropa que los niños van a necesitar para el día siguiente, vuelve a meter la cabeza dentro del tren y se va a buscar esa cesta de mimbre tan mona con sus lacitos de decoración que parece vomitar ropa sucia por los cuatro costados, hace dos días que no pone lavadoras y ese retraso lo va a pagar caro, seguramente esa noche se la pasará planchando los babis y la camisa de su marido.
"Yo no quería tener hijas, yo sólo quería tener hijos..." Pues claro, era lógico pensarlo, esta mujer que afirmaba eso llegó a condicionar sus preferencias por puro amor, en realidad adora a las niñas, pero había experimentado en sus propias carnes el gran sacrificio que supone ser una mujer y se daba cuenta de las ventajas de ser un varón. Porque en su época, además de todo lo ya presente y contado, ella por ser mujer no pudo estudiar, ella por ser mujer tuvo que aprender a coser obligada, lo cual hizo que llegara a aborrecer algo creativo como la costura. Ella es una mujer con inquietudes que estuvo condicionada por muchas cosas, entre ellas el ser mujer; ahora vuela libre, se la ve feliz, dispuesta a disfrutar de esa porción del mundo que no pudo saborear en otro tiempo y se sube a todos los trenes que pasan por su lado, tiene más de sesenta años, cuatro hijos, tropecientos nietos, no ha parado de trabajar en su vida, pero desde que se casó siempre lo hizo dentro de casa. Irremediablemente, en algún momento, vuelve a sacar la cabeza por la ventanilla del tren y siente que la vida va tan deprisa que no está dispuesta a perder ni un minuto más en reprocharle a la sociedad, y a todos aquellos que fueron conniventes y lo siguen siendo ante la discriminación por sexo, la falta de oportunidades. Ahora es tiempo de disfrutar, de abrazar a sus nietos, de viajar, de sentir.
Desgraciadamente, en esta situación de falta de trabajo general, no solo hay mujeres frustradas, hay hombres que no pueden trabajar como siempre se les ha exigido, hay niños que no pueden disfrutar, como se merecen, de todo cuanto les rodea. Y mientras tanto, en ese cúmulo de llantos contenidos, un bebé crece dentro de la barriguita de su mamá, ajeno a todas las luchas externas, sintiendo el calor de ese vientre acogedor lleno de vida, bailando, girando, dando pataditas, notando las caricias de sus hermanos que toquetean la barriguita de su mamá en busca de los saludos de la vida esperanzadora que siempre se manifiesta.
Isolina Cerdá Casado
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