domingo, 2 de junio de 2013

Mi colaboración de los domingos en Héroes del pensamiento. Hablamos de los envases...

Domingo, un objeto de inspiración: Envases.




     Por un momento he dudado, bueno, en realidad me paso la vida dudando, pero hoy, en este domingo con un cielo azul chisposo, no tenía muy claro hacia donde iba a dirigir la mirada creativa. Qué objeto podía ser el protagonista. Me dije que podía escribir sobre los envases, que anda que no tenemos receptáculos variopintos. Andaba yo paseando por casa, con esa mirada inquisitiva que provoca cierto respeto en mis hijos y mi marido, respeto hacia el que está tramando algo cuyo resultado no siempre se entiende. Entonces lo vi claro, ahí estaban el estropajo y el trapo amarillo guiándome hasta ellos. Debían ser protagonistas definitivamente, el brik de leche, la botella que contuvo un vino delicioso, un albariño gallego que entró en el cuerpo con la misma densidad que el agua pero cuya intensidad acababa por producirte ciertas alteraciones en el cerebro. El gigante cacharro de las aceitunas que más parecía que estaba destinado a un ejército que a una familia de cuatro miembros, cinco si contamos a Paty, seis si contamos a mi padre que está de visita. El envoltorio de cartón de la ensaimada, las galletas de mil tipos, el café, el cacharro de fairy reciclado con lavavajillas del Carrefour, el bote de vidrio de mahonesa, la bandeja con dos restos de pasteles de una fiesta pasada…el aceite de oliva…la mermelada casera…el colador…¿Acaso no podía despejar un poco la cocina? Reconozco que las que mejor estaban eran las tazas sucias del fregadero, a los demás envases se les veía un poco estresados, preguntándose por qué seguían en el mismo sitio, minuto tras minuto. Tenían su círculo de espacio íntimo absolutamente invadido, pero muchos no sabían que no volverían a estar colocados en la misma estantería de siempre, que vacíos de su contenido tendrían que ir al contenedor de los envases, esperando una nueva vida; no sé qué podría ilusionarle a la botella de vino, que habiendo contenido una materia tan valiosa pasase a ser contenedor, en esa reencarnación, de garbanzos cocidos, o judías verdes. Tal vez estos envases arrastraban traumas, de vidas pasadas de alta alcurnia, como aquella lata de atún baratillo que en otro tiempo llevó en sus adentros foie de pato, o  caviar auténtico.
    ¿Acaso se merecían estar en ese estado de desconcierto estos pobres objetos? Sin saber el tiempo que iban a permanecer en la encimera de la cocina, viendo descender su contenido sabiendo que una vez vacío terminaría su vida útil. Ahora empiezo a entenderlo todo. La pasada noche oí un llanto extraño, me levanté creyendo que mi hija estaba teniendo una pesadilla, pero no, ese lloro no venía de la habitación de mis hijos sino de la cocina, de las profundidades del frigorífico. El envase de zumo de granini estaba sufriendo un ataque de histeria, apenas le quedaban unos dedos de zumo, me puse a hablar con él tratando de calmarlo, decía tener un miedo atroz a los productos abrasivos, y que sólo de pensar que se podía transformar en una botella de lejía le entraba el pánico. Entonces acordé con él reciclarlo yo misma, mantenerlo en casa enfriando aguas con gotas de limón para el verano, pero no pude asegurarle la permanencia para la temporada de otoño e invierno.
    Otro día pillé en medio de una pelea atroz a la jarra de agua y a la botella de bezoya, ésta última le decía a la jarra que dejara de meterse con ella porque sino los botes de cerveza se ocuparían de terminar con ella, un pequeño golpe y el cristal se rompería en mil pedazos y no tendría una segunda oportunidad como en el caso de los envases de vidrio. Por lo visto la jarra se jactaba de su permanencia en la casa, y de que no sólo era contenedora de agua sino que en ocasiones la habían llenado de leche merengada, o incluso de vino con casera.
    ¿Y qué pasa con mi envase? El envase de mi alma gansa, el contenedor de este cúmulo de emociones, miedos, ilusiones, amores, retos… Este envase anda tonto, porque envejece, porque le nacen canas nuevas cada día, porque esas arruguillas que se van marcando en el rostro indican que el envase se hace mayor. El dolor físico, que en ocasiones aparece, me hace intuir que yo, como la lata de judías de la asturiana, empiezo a oxidarme, y no puedo frenar los efectos del paso del tiempo con el betacaroteno del tomate, no ni con kilos de crema, ni con cirugías carísimas, al final todas parecen artificiosas. Además que no tengo un duro para pagármelas, claro. Al final, a mí misma, como al tetrabrik de la leche, me tendrán que reciclar. Me reencarnaré en una princesa de un cuento de hadas, o en un saltamontes de esbelta figura…no lo sé…tengo miedo…lloro por las noches…la caja de galletas de avena me viene a ver, me explica que no pasará nada, que me transformaré en otra cosa…pero que seguiré estando en el mundo…la energía no se destruye, se transforma.
    ¡Es muy fácil decir eso! ¡Seguro que a ella le toca transformarse en una orla contenedora de caras sonrientes! O tal vez en un periódico valiente lleno de noticias…Pero yo…yo puedo transformarme nuevamente en persona…nuevamente preocupaciones…nuevamente dolores…nuevamente emociones…nuevamente creaciones…
    Dejaré de llorar…haré caso a la caja de avena…Qué suerte tengo…podré volver a vivir otra vida. Todas las vidas de las personas son intensas, todas pueden sentir como un vaso lleno.
    Me voy a recoger la cocina y a fregar las tazas del desayuno, que ya es hora, hay que pensar en positivo porque seguro que en otra vida soy más ordenada. ¡Feliz domingo!



Isolina Cerdá Casado

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