Yo me veo allí, recreo ese momento, en el que viajábamos juntas. Ella era un gran bloque de miedo e insomnio, yo estaba simplemente temblorosa, mi miedo no era visible, pero yo también estaba impregnada de ese líquido ennegrecido y denso que me recorría por dentro. Su pelo rizado estaba tan asustado como ella, hacia dónde la llevaban, en qué lugar espantoso la íbamos a dejar pensando que sería algo bueno para ella. Íbamos de camino hacia la boca de un gran ogro de ojos rojos, cara mofletuda y pelo hirsuto, con una boca abierta gigantesca, con hambre de carne humana. Estaba como ida, se había tomado montones de pastillas que no lograron serenarla, noches de insomnio que nublaban su visión, que le presentaban fantasmas que la insultaban y que sólo ella era capaz de ver. Y nosotros pensando que sería bueno, que la llevábamos directamente a un lugar donde encontrar la paz. Pero la paz no está en los lugares, la paz está en nosotros, nosotros somos los que tenemos la capacidad de sentirla, de bailar a su son, de flotar en sus aguas. Ella se fue para siempre, se quedó metida en la barriga del ogro devorador de almas. Y hoy, como si quisiera que este hecho volviera a mi memoria, me ha venido a la mente esa imagen de su último viaje. Las cosas que no se resuelven permanecen presentes siempre, por más que uno crea haberlas digerido vuelven a repetirse en forma de recuerdo doloroso. La página en blanco me indicaba que tenía que escribir algo, pero cuando me puse a ello, una especie de debilidad me impidió comenzar, después tuve un segundo intento, igualmente fallido, hasta que en el tercer intento conseguí volver al recuerdo. Quise camuflarlo, ¿por qué no conviertes a tu hermana en un robot y creas una historia distinta? Como que ese viaje tuvo un retorno, que fuisteis las dos en un cohete espacial hasta la luna, y allí os hicisteis unos amigos marcianos, que todos los veranos venían a visitaros y se bañaban con vosotras en la playa del pinet.
Me sigue resultando difícil escribir sobre ello. Tal vez porque no está del todo cicatrizada la herida. Lo que pasó es que después de estar muchos días sin dormir nada, tomando pastillas y más pastillas que no hacían el efecto deseado, un psiquiatra recomendó ingresarla en este centro del cual no salió con vida. A la semana nos llamaron para decirnos que había muerto. De vez en cuando tengo que volver a escribir sobre ello. Lo peor fue no haber hecho autopsia y no saber realmente qué pasó allí dentro.
Hoy me he cruzado con mucha gente cuando iba corriendo, mucha gente mayor, gente que caminaba, gente con más de sesenta y setenta años, gente que caminaba con dificultad, gente que corría ligera, todo tipo de gente. Y yo, camuflada entre tanto gentío saludable, me preguntaba en qué momento había dejado de ser una niña traviesa para convertirme en una mujer con tantos recuerdos amargos, también positivos claro, la amargura se distingue de lo dulce porque previamente has saboreado ambos extremos. No sé, es el tiempo misterioso que nos va llevando con sigilo a otras realidades en las que de pronto un día nos vemos inmersos sin saber muy bien qué explicación dar a esos cambios de rumbo que tomó nuestra vida, y al final miras atrás y aún te atreves a agradecerle al tiempo que te haya situado en ese punto en el que te encuentras, tecleando recuerdos, sensaciones, dolores...
Antes de conocer al que es hoy mi marido, tuve una relación con un filósofo, después de divorciarme de mi primer marido. Este hombre, el filósofo, me fascinó, siempre me han deslumbrado los hombres ilustrados, era el mediano de diez hermanos. Sacó su plaza de profesor y tenía una buena situación económica. La cuestión es que este hombre más o menos, resumiendo sus conclusiones tras unos cuantos meses de tonteo, sin profundidades íntimas físicas pero sí de corazón, al menos eso creía yo, rechazó mi ofrecimiento, digamos que yo me ofrecí abierta a una relación más seria y familiar. Seguramente él no se enamoró de mí, claro, pero el argumento de ruptura fue que yo había vivido demasiadas desgracias como para poder llegar a ser el tipo de mujer esposa que él buscaba. Quedé tocada pero no hundida.
Estas cosas no las debería contar aquí, supongo que es el tipo de cosas sobre las que hablaría y volvería hablar con una amiga a la sombra de un café, y como no hay café, ni amiga, y estoy en casa, con niños revoloteando por las habitaciones, no me queda más remedio que soltárselo a la página en blanco. Aunque pensándolo bien creo que igualmente escribiría sobre ello, yo siempre acabo por escribirlo todo.
En fin, que no sé a qué ha venido lo de traer aquí lo del filósofo, pero me ha venido así de pronto el recuerdo, como lo del viaje hacia aquel hospital psiquiátrico privado en el que murió mi hermana.
Isolina Cerdá Casado
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