Se iba arrastrando por la orilla de la carretera, frente a ella tenía un montón de hierbajos y matojos, algunos secos, otros con alguna que otra hoja verde saliendo. Los coches pasaban a toda velocidad, daba un poco de miedo, en ocasiones sentía que la velocidad de los vehículos la levantaba del suelo, haciéndola descubrir más en detalle el paisaje que la rodeaba.
Esos vehículos eran auténticas máquinas peligrosísimas para su especie. En una ocasión sintió que casi le faltaba el aire cuando se encontró de frente con el tubo de escape por donde salía aquel humo negro irrespirable. También se daba cuenta de que toda la vegetación que se acercaba al borde de la carretera acababa por deformarse y adquirir un color amarronado que parecía ser el fruto de un extraño tinte ambiental polutivo.
Ella era libre, una hormiga libre y observadora, una hormiga que caminaba por el borde de la carretera, una hormiga que cogía con sus patitas restos de migas de bocatas viajeros.
Da miedo, damos miedo, la civilización doblega a la naturaleza, que es obligada a arrodillarse y pedir clemencia. No somos conscientes, no lo somos.
Sí, no lo eres, no le eres, subida en el coche, yendo de un sitio para otro, con la amargura que provoca esta vivencia cómoda.
Pero aun así yo me quejo, soy capaz de quejarme.
Isolina Cerdá Casado
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