miércoles, 2 de marzo de 2016

La percepción de la luz.


Me preparaba un café, ahí está preparado, en la foto, al lado de la cafetera. Sentía como si me faltara el impulso, me lo estaba cuestionando, era una sensación que venía de dentro, el desorden reinante no era lo que me estaba determinando, era la falta de impulso. La lavadora esperaba su suavizante, el estante de la cocina esperaba que guardara los dos aceites que andaban pululando sobre la encimera, el colador de la pasta imponía su contrastado color rosa fucsia, una mandarina se veía bloqueada en su acceso al frutero. Y a mí, ¿a mí quién me bloqueaba? Podía coger la sartén del mango rojo y guardarla, podía dar un salto de altura ante la bolsa de basura y del reciclaje que esperaban ser llevadas a sus respectivos contenedores. Decidí encender el ordenador, ya apenas me quedaba nada que contar, sentía que estaba exprimida, ¿por quién? ¿por qué? En el televisor escuchaba de fondo el discurso del que aspiraba a ser presidente del país, no dejaba de hablar del proyecto de cambio, de cambio. Pero, sinceramente me sonaba a más de lo mismo, se oían los gritos de los simpatizantes del otro partido mayoritario y que ya había dicho que no lo iba a apoyar de antemano. Y mientras tanto yo tecleaba, no sé qué narices quería contar. Pero era como una especie de necesidad, necesitaba escribirlo, necesitaba que quedara impresa esa percepción repentina que tuve: las percepciones son cambiantes. ¿Qué hace que cambien? ¿Qué es lo que provoca en nosotros que en un momento dado ante la misma situación externa nosotros nos sintamos distintos y por lo tanto percibamos lo externo de una manera diferente? ¿Bastaría con ser más positivos? ¿Se puede a caso ser positivo cuando uno quiera? ¿Es posible que tocando un botón de algún lugar de nuestra cabeza o corazón cambiar a la percepción? Piensa en positivo, piensa en positivo. Tengo una cocina, tengo una cafetera, me puedo hacer café, tengo basura que tirar porque genero basura, tengo aceite que guardar porque previamente lo he podido comprar, tengo vasos y tengo grifos con agua, y tengo sed y tengo hambre y puedo beber y puedo comer.
Ya, pero hoy, no sé, ahora...la percepción es distinta.  

Entonces cambié el enfoque. Entraba luz, había luz en mi cocina, tenía luz, la luz del sol.


Del sol, de esa gran bola de fuego que a la vez que me había provocado un daño en la piel, también me envolvía con su luz y me mecía, y me llenaba de fuerza, y me llamaba, y de decía que el mundo estaba lleno de oportunidades, la vida estaba llena de luces.

¿La ves? Está entrando por las ventanas, te está llamando, quiere llegar a ti, a tu alma, a tu dolor. 
Pero, niña, dime ¿qué te duele?

No lo sé,
no lo tengo claro
no puedo situar el dolor
no puedo determinarlo
no puedo decir aquí
allí
más abajo.
Me duele la vida.
Pero la vida es lo que tengo
así que 
debe ser que
la vida es dolorosa,
además de hermosa
además de intensa
además de bella.
La vida es por tanto hermosa,
 bella e intensamente dolorosa.


      Isolina Cerdá Casado

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