domingo, 27 de noviembre de 2022
Déjame que te cuente el cuento de Cantoblanco
jueves, 27 de octubre de 2022
Fiesta de Hallowen (escritura creativa)
(A partir del susto producido por la caída de una piña cuando volvía a la Conserjería)
Me dirigía hacia el pabellón San Francisco, me había pedido una medicación la enfermera del pabellón San Luis. Apenas estaba iluminado el camino, nadie circulaba por el recinto hospitalario, se escuchaba el silencio de la noche, al estar rodeado de árboles preciosos sólo el sonido de ramas que se mueven por el viento, alguna lechuza nocturna o el corretear de una ardilla inquieta rompía la quietud sonora. De pronto se oyó un chasquido, giré la cabeza hacia el tronco del pino y vi cómo caía una piña que chocaba contra el suelo desde la rama más alta, o eso o una ardilla adolescente mosqueada en grado máximo la lanzó con toda la fuerza que le permiteron sus patitas delanteras de ardilla. Sonó muy fuerte al caer. Si me hubiera caído en la cabeza me habría hecho un buen chichón.
Entonces me vino a la mente esa posible discusión entre madre e hijo ardilla:
- Mamá, la noche del treinta y uno hay una fiesta justo enfrente del pabellón de los Cármenes. Será a las doce de la noche, habrá disfraces fantasmales. Ya sabes que es Hallowen.
- Rodri, eres muy pequeño y tienes que dormir, a esas horas pueden pasar muchas cosas.
- Pero mami, va a ser una pasada, hasta va culebrilla disfrazada y a mi amiga Luci sí la dejan ir.
- Tu amiga Lucía tiene tres años más que tú, así que no me compares.
- Pero mami, seguro que hay fiesta especial porque han quedado allí los viejos moradores de los Cármenes.
- ¿Qué dices niño?
- Pues que va a ser una pasada, cientos y cientos de almas recordando viejos tiempos, vendrán tuberculosos ilustres.
- Te dejo ir un ratito y a las diez y media te quiero en casa.
- ¡Pero mami!
- No es discutible Rodri. (El adolescente enfadado lanza una piña con todas sus fuerzas ante la impotencia de no poder hacer nada frente a la cabezonería de su madre. ) ¡Bajas ahora mismo y recoges esa piña que has tirado!
- Mami, hay una señora vestida de blanco.
- Pues espera a que se vaya, seguro que es la celadora que va de un pabellón a otro llevando cachivaches o medicinas.
- Mami porfí, ¡que venga la celadora también!
jueves, 8 de septiembre de 2022
Despierta a tu duendecill@
Sucumbir no debería ser tan fácil. Deberíamos tener un duendecillo que nos acompañara siempre, y que nos ayudara a decidir, a impulsarnos, a no rendirnos.
Deberíamos tener, pero ¿y si ya existe? Existe, no estamos solos.
Lo creamos, lo inventamos.
Oye, ¿y si fuera una duendecilla? Un hada del bosque que siempre te recordará que tú puedes hacerlo, que eres capaz de hacer lo que te propongas, solo tienes que hacer algo antes: creer en ti.
Y saber que si no lo intentas nunca lo sabrás.
Tu hada está contigo, de verdad, aunque nunca la hayas visto.
Resulta que no te has dado cuenta de que con el paso del tiempo, y de la vida, has perdido visión, es la llamada "presbicia onírica'", con la edad dejas de creer en tus sueños, algunos afortunados no la llegan a sufrir nunca.
Si quieres hazlo, es el momento. Tienes que escuchar la voz de tu Isolinilla, o de tu Yolandita, o de tu Emilita,...
Es que sucede que también la edad trae consigo problemas auditivos, sordera selectiva, se trata de una enfermedad terrible, el que la sufre solo escucha los malos presagios, los miedos paralizantes.
Tus luchas no son nuevas, ni únicas, ni exclusivas de tu nombre o condición.
Así que saca a pasear a tu duendecilla y no dejes de cuidar de ella, la vida te lo recompensará con una mayor plenitud y satisfacción.
Isolina Cerdá
martes, 9 de agosto de 2022
Mis vivencias con el Covid en las Urgencias del Hospital La Paz
La precuela del síndrome
postraumático actual
1
¿Lo tienes todo claro querida? Bueno, no lo olvides, baja el fuego a
cuatro y que siga a esa temperatura una hora más. Luego pasas el caldo para los
fideos a la olla pequeña, para la sopa, sobre cinco cacitos y cuando empiece a
hervir echas los fideos y bajas el fuego, que en unos cuatro minutos está
hecho. Pues nada, me voy para allá, terrible asunto, a ver con qué me
encuentro. La urgencia está terrible, siguen acondicionando nuevos espacios,
liberando para llenar.
Eso era justamente lo que pasaba,
se mezclaban las sensaciones, los sentimientos, lo extraordinario con lo más rutinario del
mundo. Intentabas prepararte para el más espantoso escenario bélico, muy
parecido al que habías visto en las noticias alguna vez y que generalmente
tenía lugar a miles de kilómetros de nuestro país, o eran escenarios que habían
llegado a través del tiempo, recreados en alguna película terrorífica. No
podías quitártelo de la cabeza mientras hacías los deberes con tu hija o
ayudabas a tu hijo a entender un tema que había dado la profe de matemáticas a
través de un vídeo de youtube. Era todo tan absolutamente surrealista, como
estar viviendo una pesadilla de la que todos formábamos parte.
Esta pandemia nos ha marcado a
todos, nos ha dejado tocados en lo profundo, donde se sostenían los pilares de
nuestra sociedad, esa que algunos creíamos segura, me refiero a la seguridad
que hasta ese momento nos ofrecía la sociedad capitalista, liberal y
democrática, con una protección social sentida por la mayoría. De pronto llega
un día y aparece un virus que lo rompe absolutamente todo, tanto lo que se ve
como lo que no se ve, los muy sensibles emocionalmente caen del todo en el
desconcierto de la locura, aquellos cuya cordura pendía de un hilo dejan de
estar anclados a un puerto estable y seguro, y los que jamás precisaron de
muelles a los que asirse ahora no encuentran la estabilidad que antes
disfrutaban en mar abierto. ¿Qué ha pasado? Bueno, todos sabemos lo que ha
pasado, que un virus desconocido empezó a atacarnos de una manera traicionera,
prácticamente por la espalda y sin avisar, para cuando quisimos protegernos ya
estaba entre nosotros. Su nombre fue haciéndose más y más conocido y lo peor es
que lo empezamos a sentir mucho antes de saber cómo se llamaba y de dónde
procedía o lo que era capaz de hacer.
Supongo que desde la distancia
relativa que me da esta calma tensa de haber puesto tiempo de por medio y de notar
nuevamente una séptima ola cuya virulencia se ha visto atenuada por la rápida
respuesta de una vacunación en masa,
desde la distancia, como digo, puedo ver claramente que el milagro es seguir
cuerda o ignorar forzosamente el trastorno postraumático que no hemos dejado
salir porque sencillamente no había opción, o tiras o tiras, no hay más. Pero
sucede que en cuanto me paro, en cuanto echo la mirada atrás, o me asomo al
pozo de la memoria se me vuelve a erizar la piel, y los ojos sienten una
presión increíble, como si un chorro de lágrimas estuvieran empujando los
párpados, y la mirada se torna cristalina, y alguna gota de llanto contenido
escapa a mi control y la aparto antes de que recorra la mejilla, lo hago con el
canto del dedo índice para evitar su exposición a los ojos ajenos. Seguramente
si lo dejara caer más a menudo no tendría este nudo que constriñe mi cerebro,
porque el pretendido control no me
permite mostrar mi vulnerabilidad. Pero, ¿por qué siento que estoy tocada? ¿Por
qué todavía me pongo a llorar por dentro y me contengo por fuera? ¿Qué fue lo
que pasó allí, en el hospital La Paz, en las urgencias del hospital La Paz?
¿Sólo a mí me pasa esto? He hablado del tema con muchos compañeros, todos dicen
lo mismo, están tocados también pero no nos permitimos caer, ni nos lo
permitimos entonces ni nos los permitimos ahora.
Nosotros hacíamos nuestro
trabajo, nos limitamos a hacer nuestro trabajo, sí, es cierto, nos pagaron por
ello, pero solo yo sé lo que sentía cada vez que terminaba mi turno y salía de
la urgencia camino al vestuario, yo, y todos mis compañeros supongo, cerraba la
puerta que conecta la urgencia con los pasillos que llevan hasta el edificio de
la mater, muy cerca del mortuorio. Recuerdo el llanto, me caían las lágrimas
solas, casi sin conciencia, llegaba al vestuario con la cara empapada. Pero,
¿por qué? ¿Qué es lo que te dolió tanto? ¿Qué? ¿Qué es lo que te sigue
persiguiendo? ¿Qué? ¡Maldita sea! ¿Lo preguntas? ¿Lo estás preguntando en
serio? En la vida hay muchos tipos de dolor, muchos desgraciadamente, y el
trabajar en las urgencias de un hospital de referencia y tan grande como el
Hospital La Paz, debía haberte preparado. Llevabas trabajando allí desde el
verano del 2019, sabes que muchas veces te enfrentabas a situaciones difíciles,
cuando llegaba algún accidentado e iba a la REA, o había que llevar a algún
paciente a la UVI, o a Coronaria, estabas entrenada, las cosas se podían torcer
en cualquier momento. Ya, pero aquello, aquello fue algo absolutamente
inimaginable.
Pero qué paso, qué vieron tus
ojos que te dejó tan tocada. ¿Cuándo empezó? ¿Cuánto duró? ¿Qué forma tenía?
¿Por qué te hizo tanto daño? ¿Qué heridas te produjo? ¿Cuáles fueron los
síntomas de tu afectación? ¿Se lo contaste a alguien? ¿Te descargaste?
¿Compartiste con tus compañeros el alcance de tus heridas? Escribí sobre ello,
algunos de mis escritos fueron destinados a liberar un poco el alma, pero
claramente no fue suficiente. Recuerdo cuándo fue la primera vez que este virus
hizo acto de presencia en la urgencia. Se trataba de un hombre que había estado
en Italia, venía en un vuelo recién llegado de Roma y no se encontraba bien.
Cuando comunicó de dónde venía y cuáles eran sus síntomas se aplicó el
protocolo, similar al que ya se aplicaba con el ébola según me dijeron.
Se le llevaba a un cuarto de
aislamiento y una vez allí esperaba a ser atendido por el equipo de enfermería todos
debidamente enfundados en sus EPIS. Imagino el susto para el paciente esperando
en ese cuartito y de pronto viendo aparecer al equipo médico vestido de esa
guisa. Se le hacían las preguntas pertinentes para elaborar un informe médico,
una serie de pruebas que un celador llevaba hasta el laboratorio y una vez se
informaba del resultado entonces se procedía. Se cortaba todo acceso a la urgencia
para aislar al paciente de modo que no interactuara con ningún otro paciente
hasta ser llevado al cuarto de aislamiento. El segundo caso del que fui testigo
fue una pareja de recién casados procedente de china, mismos síntomas, mismos
protocolos. Entonces ningún trabajador de la urgencia llevaba mascarilla solo
aquellos que iban al cuarto de aislamiento e interactuaban con el paciente. Con
el transcurso de los días se fue intuyendo que su propagación extraordinaria
podía tener que ver con las vías aéreas, así que empezaron a darnos mascarillas
quirúrgicas a los que estábamos en puerta. Hasta que llegó un punto en el que
todos llevábamos mascarillas en la urgencia, para entonces ya habían empezado a
aflorar los primeros casos positivos entre los compañeros.
Del cuartito se había pasado a
una sala. La sala cuatro de la urgencia pasó a ser la sala de los casos
sospechosos. Había un equipo preparado para atender dichos casos en
exclusividad. Cada vez eran más frecuentes los viajes al laboratorio para
llevar las duquesas que contenían las muestras de posible covid. En la
televisión las noticias sobre esta enfermedad originada en China copaba cada
vez más tiempo en los informativos y las tertulias, lo mismo ocurrió con las
redes sociales y los buscadores. Las noticias sobre el Covid 19 desplazaron a
los demás temas, importaba todo aquello que tuviera que ver con el virus y su
propagación por el mundo, lo que pasaba en los hospitales, en el trabajo, en
los colegios...hasta que la OMS consideró que había que hablar de Pandemia
mundial y nos dimos cuenta de que ya nada volvería a ser como antes.
Tengo muchas imágenes en mi
cabeza, muchas, de esas que me impactaron sobremanera, de esas que no se borran
ni aunque enfoques toda tu energía en hacerlo, lo sé porque lo he intentado,
pero de vez en cuando aparecen y ahí está la lava del volcán, sus rugidos, su
voracidad.
Hace unos días llegó a casa un
ramo de flores y un paquete lleno de sorpresas y de cariño. El ramo de flores
era para mí, con gerberas, claveles, amaryllis… y la cajita era para mi hija,
contenía una bolsita de aseo muy mona con rímel, agua micelar, loción especial
para el cuidado del cabello,… cositas que para una adolescente en cierne formaba
parte de sus mimos. Sus maravillosos tíos Alfredo y Gisela nos lo habían hecho
llegar a través de una mensajera amiga. El motivo era porque mi hija estaba
confinada y yo recién intervenida, nos enviaban cariño y nos ilusionó mucho la
verdad. En ese momento yo le estaba dando vueltas a este texto, a que debía
ponerme manos a la obra con él porque sentía que me iba a ayudar hacerlo, y no
solo eso, sentía que podía ayudar a más gente. La cuestión era que no sabía
exactamente por qué necesitaba escribirlo, bueno, sí lo sabía pero tal vez me
daba miedo remover, y tampoco estaba segura de si eso iba a ser positivo para
superar esa etapa, ni si quiera tenía la certeza de que fuera justo hacerlo.
Aquel ramo de flores fue inspirador.
La analogía tampoco es que sea
muy aclaradora, pero la imagen que me vino a la cabeza fue la de aquel paciente
aislado en una habitación de aquella sala de la urgencia. Yo esperaba la entrada
de la auxiliar, era el personal con el que trabajábamos mano a mano en el aseo
de los pacientes, la TCAE, mi compañera había ido a coger unas esponjas para el
lavado y yo entré antes, con mi epi, enfundada para protegerme a mí y a mi
familia, me aseguré de que el paciente tenía bien colocado el oxígeno, estaba exhausto, se
le veía que estaba haciendo un gran esfuerzo por continuar en esa lucha contra
ese monstruo cobarde, en un acto reflejo acercó su mano a la mía, yo le cubrí
su mano con mi otra mano y me acerqué a su oído, le dije que era un valiente,
que no se rindiera, que luchara, que su familia lo estaba esperando, que él
podía. Él podía, ella podía, tú podías, yo podía, nosotros podíamos… Miré su
pulsera, y con mis manos enguantadas comprobé que tenía setenta años, apenas
setenta años y estaba haciendo un esfuerzo increíble por seguir respirando.
Entonces, no sé por qué, me vino a la cabeza su vida, sus luchas, todo lo
que una persona de setenta años había tenido que hacer para seguir vivo y
cuerdo hasta esa edad. Todos formamos
parte de ese ramo de flores, cuando ves que una se marchita el resto se pone a
temblar. En la siguiente vuelta el señor dejó de respirar, había fallecido en
apenas unas horas.
En busca del origen del dolor
2
Quiero pensar que este escrito no solo me
va a servir a mí, para soltar y liberar, también va a ayudar a otros, tal vez
por eso me obligo de alguna manera a hacerlo, creo que muchos compañeros se
sentirán identificados y mostrará una visión que ayudará a conformar esos
escenarios que se dieron en pleno centro de batalla, o al menos en uno de
ellos, el lado humano de los guerreros blancos. O a lo mejor no, y simplemente
se convierte en un desahogo para mí, para nadie más, pero tengo derecho a ello,
a gritar de alguna manera las imágenes imborrables, a ponerles voz, a la
tremenda tristeza, al trauma por la impotencia, pero también al privilegio de
haber estado ahí entregando energía y fuerza.
Esta situación de estar presente y formar
parte del equipo que contribuye a ese cuidado tan importante del paciente no
solo se da o se ha dado en los casos de covid, en ese escenario bélico que fue
para todos, pero no es lo mismo la normalidad que esta intensidad cargante y
casi inasumible de personas afectadas por un virus desconocido, como lo fue
entonces. Tengo tantas imágenes en mi cabeza, tantas: de miedos paralizantes,
de luchadores incansables, de valientes arriesgados y entregados.
Para mí siempre ha sido un privilegio
trabajar en un hospital y lo fue desde el principio, antes de que llegara el Covid,
desde el minuto uno en el que pisé la urgencia de un gran hospital como lo es
el Hospital La Paz. Me sentía afortunada de estar presente por ejemplo en la
recepción de un paciente que llegaba a la REA, y era precisamente porque podía
ser testigo del gran equipo sanitario que se ocupaba de él. Recuerdo que mi
estado era de puro nervio, y eso que en la escala de responsabilidades y toma
de decisiones estaba en el escalón más bajo, yo participaba en la transferencia
y movilización del paciente, no tenía más complejidad, es cierto que las
transferencias no siempre eran fáciles, ni el traslado urgente a la UVI,
siempre se me aceleraba el corazón al sentir que formaba parte de su atención
aunque fuera poniendo un pequeño granito de arena. Y aunque era cierto que no
tenía que hacer intervenciones complejas sobre el paciente mi intervención era
esencial para facilitar la intervención del resto del equipo, y cada vez que
estaba dentro de la REA me sentía privilegiada al ser testigo directo de la
actuación de esos grandes guerreros y guerreras cuyas armas son el conocimiento
y la humanidad.
A ver, estaba con el Covid, con
el origen del trauma. Seguramente tuvo que ver con el miedo a lo desconocido.
El ver los estragos que estaba causando, verlo y respirarlo. Sentir el miedo
también en los mismos enfermos que iban sustituyendo a los pacientes de otras
enfermedades, que habían sido relegadas a un segundo plano porque sencillamente
este virus afectaba a toda la población de forma indiscriminada especialmente a
las personas más vulnerables, personas mayores y con enfermedades previas,
aunque el hecho de que cursara con gravedad no siempre estaba directamente
relacionada con esos parámetros de vulnerabilidad.
Había que frenar como fuera a
aquel monstruo invisible cuyas garras estrujaban los pulmones de los pacientes
hasta dejarlos secos, muertos de pena, sin capacidad funcional. Este monstruo
tenía otros síntomas que afectaban a la totalidad de las vías respiratorias,
dolor de garganta, desaparición del gusto y del olfato, y también tenía efectos
dermatológicos y musculares. Con el paso del tiempo iban apareciendo nuevos
síntomas compatibles con el susodicho.
A cada persona le atacaba de una
manera o de todas las posibles, cada organismo respondía de una u otra forma.
Lo que quedó evidenciado fue que en las personas de mayor edad el efecto era demoledor,
sus efectos se intensificaban, neumonías que se agravaban en cuestión de horas
y que no respondían a ningún tratamiento.
Las salas de la urgencia se
fueron llenando de pacientes covid, era tal la cantidad de afectados que
llegaban con los síntomas compatibles con el virus que hubo que aprovechar al
máximo el espacio disponible, duplicándose en algunos casos la cantidad de
pacientes por sala. Después vendría la necesidad de acondicionar nuevos
espacios para organizar a los pacientes por niveles de gravedad y según las
necesidades de atención: los más urgentes, los que podían esperar…
Habría que cambiar la
funcionalidad de los espacios como el gimnasio o la sala de espera de la
urgencia que se convirtieron en salas de preingreso, o parte del parking de las
ambulancias y vehículos especiales que tuvo que ser ocupada por una gran carpa
que se convertiría en una nueva sala de espera de la urgencia.
Las imágenes impactaban, todas,
hasta las que aparentemente podían serlo menos por la situación de los
pacientes porque cuando estaban en sillones podía dar la
sensación de que no estaban tan malitos como los pacientes encamados, sin
embargo no siempre era así debido a la escasez de camas disponibles. Impactó
ver el gimnasio convertido en una sala más, gigantesca, repleta de sillones
vacíos que rápidamente se llenaron de pacientes, con la misma mirada asustada,
con la incertidumbre, todos ellos con una bala de oxígeno colocada al lado del
sillón, la mayoría tenía la saturación baja. Cuando se necesitaba más
intensidad entonces se les ponía un reservorio y se colocaba a los pacientes en
las zonas en las que había tomas de pared, generalmente cuando esto ocurría la
gravedad se estaba abriendo paso en su evolución. Muchos empezaban con una gafitas
de oxígeno y acababan necesitando un reservorio. Era muy duro. En el gimnasio
se delimitaron las zonas. Los pacientes estaban en zona “sucia” y para
interaccionar con los pacientes había que ponerse un EPI y al salir de la zona
había que llevar a cabo todo un protocolo de desinfección para evitar que se
expandiera más e impedir contagios entre el personal y otros pacientes. El gimnasio era una especie de sala de
pre-ingreso, conforme iban habiendo camas en planta se ingresaba a los
pacientes. Las camas que se vaciaban no siempre eran altas ni éxitus, muchos
eran traslados a los hoteles medicalizados cuando su estado había mejorado
relativamente, o traslados al hospital de Cantoblanco cuando seguían
necesitando cuidados pero los criterios médicos y de gestión decidían ese
traslado hospitalario.
Fue una especie de explosión de
pacientes absolutamente impactante, trataba de que mi miedo no se notara,
camuflaba el miedo con frases normalizadoras. “¿Qué tal? Bueno, ya le han
informado de que va a ingresar en planta. Cogemos sus papeles y nos vamos.
Ingresa en la tercera de trauma.” Muchos te contaban sus historias por el
camino. Intentaba que ese momento fuera lo más grato posible, les animaba mucho
porque podía ver el miedo en su mirada. Recuerdo el caso de Manuel, me hablaba
de cosas muy cotidianas al principio del traslado, que justo se había jubilado
en febrero, que después de tantos años de trabajo por fin había llegado ese
momento tan esperado, que quería disfrutar de su nieto, pero la pandemia lo
envolvía todo, y que vaya faena con este virus, que qué iba a pasar ahora, que
cuánto iba a durar aquello… Eran tantas las preguntas que todos nos hacíamos y
que en aquel momento no tenían respuesta. Usted sea fuerte y piense en
positivo, haga todo lo que puede hacer, y una de las cosas es luchar con fuerza
mental y física, hasta donde pueda, hágalo por usted y su familia, que le está
esperando. Entonces, no sé, surgía la emoción, tenía que contenerme
emocionalmente porque pensaba en ellos, en el miedo, en su preocupación de
saberlo ahí, en el hospital sin poder verlo, era como un ejército particular,
me refiero a la familia, atenta a cualquier noticia, cualquier información,
enviando energía positiva para todos, no solo para su familiar, también para
nosotros, los que trabajábamos cara a cara con el virus, cada uno en su
función.
Yo rezaba, a mí manera, enviando
fuerza a los investigadores, para que dieran con una cura, con algo
esperanzador, algo que nos iluminara con la esperanza de que al menos la gente
no muriera como lo estaba haciendo.
He dicho con anterioridad que el
propósito de este texto es que ayude de alguna manera a todos los que hemos
vivido este proceso, que ayude a soltar, para aligerar el dolor, porque todavía
duele, porque desde aquellos meses he pasado por momentos muy duros, momentos
en los que anímicamente estaba hundida, atravesando túneles oscuros, y creo que
una de las cosas que más me está afectando, en esos viajes de transiciones
anímicas tienen que ver con aquella etapa.
La primera vez que entré en una sala cien por
cien covid, con casos de cierta gravedad, fue en la sala 1 de la urgencia, en
ese momento ya se estaba implantando como medida de protección para el personal
que atendía a esos pacientes la colocación de un EPI, y esa fue la primera vez
que me puse un EPI completo, sin curso previo, tal era la urgencia y la
necesidad, lo hice con la ayuda de otras compañeras a las que iba a ayudar en
el aseo y movilización de los pacientes, casi tres horas con el EPI puesto,
aquellas gafas eran insoportables para mí, sudaba y se empañaban las lentes,
pero era cierto que por más mal que me sintiera aquellos pacientes estaban mil
veces peor. Les cogía de la mano y les hablaba acercándome al oído, intentaba
que les llegaran mensajes positivos: No te rindas, ánimo, tu familia está
esperándote… Lo hacía mientras les movilizaba, eran unos luchadores, hombres y
mujeres que se habían encontrado de frente con el dichoso virus.
Gestos
3
Para mí siempre ha sido un
privilegio el poder poner mi granito de arena en el cuidado del paciente. Una
mirada, un gesto, unas palabras que acompañaran a esa función de movilización,
traslados, ingresos, higiene y acomodamiento del paciente. Privilegio al
ejercer esa función de apoyo a los técnicos en el cuidado y atención de los
pacientes, o a las enfermeras y médicos.
Un simple gesto de cariño puede
suponer un cambio en el estado anímico del paciente, y ese pequeño cambio
positivo puede empujar a la negatividad somatizada y sacarla del cuerpo. Nunca
podemos olvidar que tratamos con personas. Agradezco tanto el ser testigo
directo del buen hacer del personal sanitario. Sé que no siempre es así, pero
por lo general sí lo es, y el paciente lo agradece. Hay muchas enfermeras, y
médicos y TCAEs, a las que no les importa un derroche de palabras cariñosas, de
gestos atentos, de escuchar al paciente con la máxima paciencia. Y siempre
intentando transmitir la fuerza, esa que sus familiares querían que tuvieran. "Su familia está esperándole fuera, no pueden pasar para no contagiarse pero le
están esperando. Luche, luche, luche…” Pero ese maldito virus… de una vuelta a
otras les obligaba a luchar con toda la metralla, algunos no resistían los
embates y en la siguiente ronda te los encontrabas fríos, ya mirándonos desde
cierta distancia corpórea. Preguntándose cómo fue que un virus tan pequeño
había sido capaz de acabar con un cuerpo que había logrado superar tantísimas
batallas, tan gigantes como una guerra, una posguerra, un cáncer, e incluso que
logró superar el dolor más grande, como lo es la pérdida de un hijo. Hasta ese
momento el alma había logrado empujar al cuerpo a convivir con la diabetes, la
tensión, o el asma. Hasta que ese bicho malo empezó a coparlo todo, a
extenderse como una plaga apocalíptica.
El privilegio del cuidador. Supongo
que eso es lo que me ocurría en la sala 3 de la urgencia, aquellos días de
infierno en los que nos vimos inmersos en el terror más absoluto. Podíamos
hacer algo por ellos, los pacientes mayores, septuagenarios, octogenarios, la mayoría, pero también por encima de los cuarenta, desorientados, perdidos
en su malestar, podías cogerle la mano mientras estábamos aseándolos,
contribuir a su bienestar dentro de su situación, ser transmisores de
esperanza. La visión tenía que impresionar. Yo formaba parte del equipo de
valientes, y me emocionaba constantemente al ser testigo directo de muchas
actuaciones heroicas, en las que se priorizaba al paciente incluso sobre la
integridad del propio médico, supongo que estaba por encima ese instinto de
generosidad absoluto hacia el cuidado del enfermo, ocurrió en la sala 3 de la
urgencia, el médico no llevaba puesto el EPI y se trataba de un caso claro de
Covid aunque no estaba el resultado de la PCR, había que intervenir con
urgencia, pidió el material esterilizado para poner una sonda al señor que
estaba muy malito y tenía espasmos, yo intervine en la sujeción, y a pesar de
las advertencias el médico procedió porque se requería una rápida intervención.
Lo mismo se veía en la REA covid, cuando llegaba algún paciente tan malito que
apenas había tiempo para prepararse.
Recuerdo aquel líquido rosa con
el que lo rociábamos todo, el Virkon, nos rociábamos con él, rociábamos las
ruedas de las camas que tenían que salir de la sala de la urgencia para
ingresar en planta, o las ruedas de las sillas, nuestros zapatos, nuestros epis,
era el gran desinfectante… pasados los meses se dejó de usar, nos enteramos de
que era cancerígeno, no solo mataba al virus, y se comenzó a utilizar alcohol
de 70 grados en lugar del virkon.
Las durísimas imágenes no eran
exclusivas de los hospitales, en la televisión se pudo ver la famosa pista de
hielo cubierta con féretros llenos de historias crueles procedentes de los
mortuorios de los diferentes hospitales. Tal era el alcance de la tragedia,
aquella imagen la veíamos todos los días en el mortuorio, estuvimos respirando dolor
y virkon durante muchas semanas, utilizando sudarios todos los días,
despidiendo cuerpos exhaustos y almas que nos acompañaban a la fuerza,
preguntándose cómo era que su cuerpo había dejado de latir vida. Esas imágenes
no se podían normalizar, no podían ser respiradas sin dejar una huella, no era
posible que esas vivencias que tenían lugar en esas horas de trabajo pudieran
ser canalizadas con normalidad en nuestro haber emocional. Claro que no estoy
bien, ni yo ni ninguno de los que tuvo que vivir aquello: pacientes,
sanitarios, personal hospitalario, familiares…esa huella de dolor está ahí,
porque se hizo lo que se pudo hacer, lo que estaba en nuestra mano, pero esa
sensación de satisfacción por un lado no borra la tragedia de las tantas
pérdidas humanas y la impotencia de no haber podido hacer algo más que
mandarles nuestra fuerza mental y espiritual cada vez que atendíamos a algún
enfermo.
Agradecimiento
4
En medio de las historias tristes
también pasaban cosas esperanzadoras, familias que se reencontraban en la
habitación de un hospital, hermanos, matrimonios, personas que superaban el
virus, que lograban sobrevivir, aunque tuvieran que arrastrar su huella y
sufrir alguna secuela física, ya sabemos que la psicológica estará ahí, siempre
presente, en ellos y en nosotros.
Por encima de aquellos
hacinamientos que se produjeron en las salas de la urgencia se abrían paso los
equipos médicos maravillosos, el ejército de enfermeras, tcaes, celadoras, limpiadoras,
ambulancieros…con el apoyo inestimable de los auxiliares de atención al
paciente, los de centralita. A mí me emocionaba cada gesto hermoso que veía
procedente del personal, gestos a los que no estaban obligados pero que hacían
que su trabajo alcanzara un nivel diez de humanidad. Seguramente también se
cometieron errores, fallos, pero nunca conscientemente ni con mala fe.
Quiero dar las gracias a todos
aquellos que estuvieron allí, en el campo de batalla, aquellos que se dejaron
la piel para ayudar a los demás, aun a pesar del riesgo evidente, aun a pesar
del dolor, quisieron ayudar y lo hicieron asumiendo el gran coste de la cordura
y el equilibrio emocional.
Supongo que el tiempo ayudará a
que esas huellas en el alma sean cada vez más ligeras, y que poco a poco vayamos alcanzando cierto remanso
de paz en nuestro corazón, tal vez sean necesarios unos cuantos escritos
sanadores más.
Isolina Cerdá Casado
miércoles, 18 de mayo de 2022
La luna te está mirando.
miércoles, 11 de mayo de 2022
Tonos creativos
martes, 10 de mayo de 2022
Sensaciones
Hoy le he estado dando vueltas a una idea, fue tras una sensación. De repente me acordé de mi madre, me vino el recuerdo a raíz de la próxima cirugía, sin buscarlo, fue cosa de la mente, sentí que estaba conmigo, no físicamente claro era su espíritu, como si una parte de su yo estuviera en mi mente, o en mi corazón, no sabría explicarlo. Entonces pensé en mi tío Martín, su hermano que falleció en noviembre del año pasado, también lo sentí ahí. Luego pensé en una tía a la que quiero mucho pero hace años que no veo, aunque hablo con ella de vez en cuando, está viva, pero su recuerdo era muy parecido al de los familiares que se fueron físicamente, entonces fui consciente de que aquella sensación era parecida a otra ya experimentada, volví a sentir lo mismo que aquel día cuando vi el cuerpo inerte de mi tío poco antes de darle sepultura, su cuerpo ya no tenía vida pero él viviría conmigo para siempre en forma de recuerdo de vida compartida, de ideas intercambiadas, de miradas, de sonrisas preciosas. Supongo que esa conciencia puede surgir cuando el duelo ha pasado y te permite despertar esas sensaciones.
Sentí cierto alivio y quería compartirlo. Gracias a nuestros seres queridos tenemos el corazón repleto de una energía vital que nos ha regalado el amor sincero de nuestra gente y que siempre estará con nosotros.
Isolina Cerdá
lunes, 9 de mayo de 2022
¡Sonríe! ¡Sonríe! ¡Sonríe!
sábado, 30 de abril de 2022
Tiempo
viernes, 22 de abril de 2022
Naturaleza sabia
martes, 12 de abril de 2022
Escritura creativa
Isolina Cerdá Casado
Historias
jueves, 31 de marzo de 2022
Geno, la musa de Alejandría
Semanal 1: Clic
Vamos, empieza ya, escribe, sobre lo que sea, oblígate, siéntate y dedica un tiempo a la escritura. Sabes que hubo un tiempo en el que la es...

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Todo comenzó aquel día, una tarde cualquiera, me metí en un baño de un gran centro comercial, mi hija esperaba fuera frente al espejo arregl...
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Abra-zos, abra-zame, abra- la puerta y permítase soñar, abra- la mente, abra- su casa y siéntase feliz en ella. Vístase, compleméntese, reg...