martes, 12 de abril de 2022

Escritura creativa


    Acababa de tomar unas tostadas y un café con leche, de cuyo rastro solo quedaba una taza de tigre valiente con una cucharilla solitaria cubierta en parte de rastros babosos de café reseco,  de las tostadas apenas había unas migas de pan que jugaban a ser un público pegado de los conciertos de antaño, de los pre-pandémicos. Parte del agua cristalina que quedaba en el vaso había ido de viaje por el interior de un cuerpo resacoso de problemas, que en realidad no eran problemas sino la consideración como tal de las simples y complejas luchas diarias a las que todos nos enfrentamos con un simple cuchillo de untar mantequilla. Estaba emocionada y contemplativa, tal vez era el resultado de la ingesta de azúcar en forma de mermelada de frambuesa que había ido a parar a un estómago encogido por preocupaciones absurdas, siguiendo la afirmación de una conocida psiquiatra que asegura que el noventa por ciento de lo que nos preocupa nunca sucede. Me sentía afortuna por el simple hecho de volver a sentir el impulso. Ya lo he dicho muchas veces, o más bien he escrito sobre ello, sobre la importancia del impulso, eso que nos ayuda a tomar decisiones, a emprender determinadas acciones. Creedme, si no hay impulso apenas hay vida, lo sé porque lo he vivido, es como un estado de parálisis, o de reseteo, tal vez de recuperación, de rearme. ¿Estaré de nuevo de vuelta? ¿O este estado apenas es un espejismo en el desierto terrible que para una persona creativa supone no crear nada? Cuando estás animada, cuando no falta el impulso, eres capaz de encontrar delicioso pan dentro de un envase de papel que en algún momento del día anterior acogió una barrita recién horneada. Se trata del punto de vista positivo, y es que no se trata simplemente de cambiar la visión, se trata de poder hacerlo, de pronto un día te encuentras con que una escena de un simple post-desayuno puede ser una imagen inspiradora, o hacer que lo sea, y encender el ordenador que tu hijo te arregló y tener ganas de pulsar teclas, sin que el ruido de la lavadora en pleno funcionamiento te afecte lo más mínimo, ni si quiera los sucios cristales de la ventana en los que la lluvia turbia de uno estos días dejó su huella. No importa, nada se interpondrá entre el ordenador y yo, estos minutos son para mí y mi renacer. 

 Isolina Cerdá Casado

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