viernes, 30 de mayo de 2014

Cuento: Un Poquito Especial.



 
  Mi nombre es Poquito, bueno, no es exactamente así como me llamo, quiero decir que en realidad yo no tengo nombre. A ver, no es que no tenga nombre, es que en el lugar donde vivo no se necesita un nombre, todos sabemos quienes somos sin necesidad de ponernos uno. Ya sé que aquí es muy difícil de entender, por eso finalmente opté por pensar en uno y asumirlo como propio. Y para no haber tenido nunca un nombre, debo decir que me he adaptado a él con mucha facilidad, hasta me gusta llamarme Poquito. Yo diría que se ha producido una identificación absoluta con el susodicho palabro.
    Supongo que primero debería decir de dónde vengo, es complicado ya lo aviso. Toda mi familia vive en el planeta Marte, es más pequeño que la Tierra, más rojo y hace mucho más frío. Yo estaba muy bien allí, hasta que me entró una especie de alergia metabólica rarísima y mi madre, con todo el dolor de su corazón helado me mandó a explorar el universo, guiada por la orientación del doctor de la familia, una masa informe con una inteligencia ultrasónica que con solo mirarnos sabe lo que nos pasa. Pues bien, el doctor le aconsejó a mi madre que se agenciara con una de esas naves hechas con materiales imperceptibles para la tecnología humana, no temía en absoluto que yo pudiera ser visto por los demás extraterrestres que habitan el universo, pero sí recomendaba que debía guardarme muy y mucho de ser descubierto por los humanos. La cuestión es que mi rara enfermedad me llevó a realizar un viaje extraordinario por el universo hasta encontrar el planeta que mejor se adaptaba a mi peculiaridad, jamás se hubiera imaginado el doctor Remedios, llamémosle así por su alta capacidad diagnóstica y prescriptiva, que mi cura iba a estar en el planeta azul.


    
El primer planeta que visité fue Mercurio, uf, por poco me derrito, y una de sus capas de roca casi logra inmovilizar mi nave. Finalmente salí de allí como pude y me pasé por Venus, pero las gotas de ácido presentes en su densa atmósfera me agujerearon la carrocería y me tocó hacer escala en la tierra para reparar la nave, y ahí tuve mi primer contacto con el planeta azul, bueno y con el terrícola más extraordinario que jamás hubiera imaginado, y mira que yo tengo imaginación, al menos eso me decía mi maestro una y otra vez; pues don Miguelón, que así le voy a llamar, se hubiera quedado de piedra si yo le hubiera hablado en una de sus clases de la existencia de semejante espécimen humano, era tan peculiar que casi parecía más un marciano que un humano de manual.
    En las clases del profesor Miguelón cuando estudiamos a los humanos, de cuya existencia teníamos sobrada constancia así como de sus características y posibilidades, nunca nos hablaron de los casos especiales; como lo era yo en mi planeta. Y sin duda este era un caso peculiar, los seres humanos son inquietos, curiosos, instintivos, sensibles, inteligentes, pertenecen al grupo de los mamíferos peligrosos para nuestra especie. Se desplazan caminando, aunque también disponen de sofisticados vehículos que les permiten llegar antes a los sitios y aprovechar el tiempo, el cual, por lo visto, escasea y es un bien preciado.
    La cuestión es que cuando aterricé en el planeta tierra fui a dar con este hombrecito increíble, que echaba por tierra toda la teoría que había aprendido acerca de los seres humanos.


   
Aterricé mi nave en lo que era el trocito de planeta perteneciente a la familia de Especial. En realidad su nombre es otro, pero para mí es Especial. Es un niño que a diferencia del resto de niños humanos está todo el día tumbado en una cama. Al parecer está malito, bueno, tiene una enfermedad rara, así es como la denominan los terrícolas. Pensándolo bien yo también sería un afectado por las rarezas del universo. Aunque yo creo que los raros de verdad son los adultos humanos que no saben hacer otra cosa que ir corriendo de un lado para otro, para no llegar tarde y tener más tiempo para seguir corriendo, son como naves mecanizadas y se olvidan de lo importante, de disfrutar del camino, da la sensación de que ellos solo se interesan por llegar a algún sitio, no sé qué es lo que habrá en ese lugar que la mayoría quiere alcanzar.

    La nave se reparaba automáticamente cuando la luna hacía su aparición. Así que, prácticamente disponía de todo el tiempo del mundo para mí, y por no dejar sola a la nave me quedé en aquel trozo de planeta. Me asomaba a la ventana de la habitación de Especial una y otra vez. Al principio pensé que podía tener algún tipo de resfriado inmovilizador, luego que se podía tratar de gripe terrestre paralizante, aunque me resultaba raro, porque siendo un niño era extraño que no se moviera como decían los manuales y que permaneciera siempre quieto en el mismo lugar: una cama con ruedas que de vez en cuando su madre acercaba a la ventana.

   
Especial también recibía otras visitas, como la de una señora que debía ser algo parecido al doctor Remedios. Iba todos los días, le tomaba la temperatura, le miraba la boca y las orejas, y revisaba su cuerpo, movilizando sus extremidades repetidamente. Yo le observaba una y otra vez, le miraba, y sabía que era especial. Aún me quedaba algo de tiempo antes de retomar mi viaje por el universo en busca del planeta más adecuado para mi enfermedad metabólica, puesto que las reparaciones de estas naves invisibles para la tecnología humanoide no son rápidas, ellas se toman su tiempo en auto repararse. Así que como me aburría más que un asteroide troyano de la órbita de Júpiter, decidí contactar con Especial. Esto es algo absolutamente prohibido en mi planeta, debemos cuidarnos muy y mucho de hacernos visibles ante cualquier tipo de tecnología o cuerpo material de origen humano, pero la distancia planetaria y la emoción de hacer algo prohibido dieron rienda suelta a mis impulsos.
    Gracias a mis habilidades en comunicación telemática, y a haber hecho los deberes de práctica comunicativa cuando Miguelón lo mandaba, fui capaz de realizar los primeros intentos. La nave era imperceptible a todo ojo humano, pero yo no lo era tanto, lo que sucedía era que en clase de educación física había aprendido a mimetizar con todo tipo de objetos y estructuras; en la asignatura de “mimética” yo era de los que sacaba sobresaliente. Así que podía observar sin ser visto, era capaz de convertirme en una ventana, una alfombra, incluso en una almohada. En esa sucesión de conversiones miméticas llegué hasta Especial.
    Había observado a Especial, él no se podía mover, sin embargo podía sonreír, detrás de aquella mascarilla de oxígeno se vislumbraba una sonrisa. Su doctora Remedios siempre conseguía hacerle brotar alguna fresca sonrisita, entonces aunque su cuerpo estuviera paralizado por una extraña enfermedad era capaz de sonreír, así que era consciente, de modo que podía comunicarme con él a través de la telepatía.
   

Estuvimos hablando telepáticamente largo tiempo, días enteros. Al principio Especial era reacio a comunicarse conmigo, no es fácil estar abierto a aceptar que una lámpara o una almohada te hable, o que una sábana te diga cosas cariñosas. Porque una cosa he de confesar: los marcianos somos muy cariñosos. Sé que no lo parece, pero nosotros estamos convencidos de que es mejor demostrar afecto que frialdad, bastante tenemos con soportar el frío ambiental de nuestro rojo planeta.
    Especial me confesó que era feliz a pesar de llevar una vida un tanto escasa de aventuras, pero su inactividad física no le impedía el desarrollo de su imaginación y siempre estaba dándole vueltas y más vueltas a las cosas. Sabía que para su mamá él era un sentido de vida, y la vida en sí misma le gustaba. Además, una vez que comprendió que yo era simplemente un marciano con capacidades miméticas aceptó mi peculiaridad marciana y siempre respondía con una sonrisa cuando escuchaba mi primera señal de comunicación. Se tratada de la escala de notas musicales: “do, re, mi, fa, sol, la, si”. Yo sé que la música es una forma de comunicación estupenda y creativa para condicionar estados, y había observado que los cuidadores de Especial siempre le ponían música en sus terapias. Mi propio doctor Remedios me grabó mucha música para que la fuera escuchando en mis viajes y no me sintiera solo. Así que suponía que empezar por lo básico de la música no iba a asustar demasiado a Especial. Recuerdo el movimiento de sus labios cuando escuchó por primera vez la nota “do” procedente de mi mente. Sus ojos se abrieron cada vez más, en la “fa” esperaba que alguien apareciera frente a él. Cuando llegué a la nota “si”, me dio la sensación de que echaba de menos una presencia física, así que tuve que aparecer frente a él, y le pedí que no se asustara, que sólo quería ser su amigo. Entonces su gesto de sorpresa con cierto susto se transformó en un gesto de aceptación sonriente. Le pregunté si se había asustado, y él me respondió que solo un poquito. Me gustó que solo fuera un poquito, así que me quedé con ese nombre, y cuando Especial me preguntó que cómo me llamaba, le dije que me llamara Poquito.
    Tuvimos muchas conversaciones interesantes, a veces simplemente se trataba de contarnos cómo nos sentíamos, Especial me contaba las cosas que echaba de menos de su anterior vida, cuando aún no le habían diagnosticado su enfermedad, y yo también le hablaba de mi familia, y de mi vida en Marte. Él no se podía creer las cosas que yo le contaba, decía que en la tierra pensaban que no vivía nadie allí, y que se habían llegado a plantear vivir en mi planeta. Me hacía mucha gracia esta idea, con lo frioleros que son los humanos se morirían de frío, no ganarían para calefacción y además, que en Marte ya está mi familia, bueno y mis tropecientos primos y demás marcianos. Me hizo gracia imaginarme a la doctora Remedios con ochenta abrigos encima, nos reímos mucho ante esa idea. Nosotros no tenemos problema con la temperatura ambiental, nos adaptamos morfológicamente según los grados, así que no pasamos frío sin llevar abrigo, somos seres de sangre atemperada, ya se sabe, una especie extraterrestre de altas capacidades adaptativas.        
    Especial decía que cuando peor lo pasó fue el día que le dijeron que llegaría un momento en el que no volvería a andar más. ¿Cómo aceptar algo así? ¿Qué iba a hacer entonces? ¿No volvería a subirse a una bicicleta? ¡Cómo echaba de menos el pedalear! Bueno, echaba tantas cosas de menos. Lo que más rabia le daba era que cuando podía hacer todo lo que ahora ya no era capaz de hacer, nunca pensó en la suerte que tenía de poder hacerlo, y en aquel entonces jamás imaginó que podía haber otra gente enferma como lo estaba él ahora. Sus padres lloraron mucho, muchísimo, lo impensable, y él lo sabía, pero qué se ganaba con llorar, un desahogo, sí, pero nada más. Aunque no podía moverse de forma autónoma, a veces le sacaban de casa, sus padres habían conseguido un vehículo especial para transportarlo con toda su maquinaria. Había llegado a volver a ir al cine, incluso al teatro, eran ocasiones contadas, pero bueno. Yo sabía muy bien cómo se sentía, además de comunicarme con él y de ser su amigo dispuesto a escucharlo todo, también yo había sufrido un problema metabólico y por esa razón tuve que irme a buscar otros planetas que se adaptaran mejor a mi nueva situación física.

   
La nave estaba a punto de solventar el problema de carrocería, y no sabía muy bien cómo decirle a Especial que debía continuar mi viaje. Entonces me vino a la mente compleja y alocada una idea extraordinaria. ¿Y si Especial se viniera conmigo de viaje a explorar el universo? Pero, de dónde, cómo, de qué manera, eso era algo absolutamente imposible. Vaya, de pronto me di cuenta de que estaba empezando a pensar como un ser humano, pero si yo era un extraterrestre. ¿Por qué narices me parecía imposible que un amigo se viniera conmigo a descubrir el universo? ¿Sólo por el hecho de que fuera un humano peculiar? Había conseguido comunicarme con él, éramos amigos, y era tan especial como yo, tal vez en otro planeta él pudiera vivir mejor, e incluso hasta podría ser capaz de volver a pedalear una bicicleta bajando a toda leche por una peligrosa cuesta.
    ¡Cómo me gustaría llegar a Júpiter con él! Y descubrir el misterio de su gran mancha roja, bailaríamos sobre su núcleo rocoso y jugaríamos al “pilla pilla” por entre su atmósfera de gas frío y turbulento, ¡sería una pasada!
    Esa misma noche llamé a mi mamá, mi cariñosa mamá de corazón helado, cómo la echaba de menos, no recordaba ese tono apaciguador y cálido que siempre me tranquilizaba en los momentos de apuros imprevistos. La nave disponía de un comunicador transplanetario, y por mediación de ondas lunares podían llegar hasta Marte, así que sólo tenía que esperar a que fuera luna llena para que la comunicación se efectuara de forma perfecta. En cuanto mi madre escuchó mis ondas telemáticas supo que algo me pasaba, no sé qué tienen las madres que todo lo saben. Y entonces le conté más en detalle mis inquietudes. Especial era un niño lindo de la tierra que por su enfermedad se veía obligado a vivir permanentemente postrado en una cama, pero era mi amigo y quería que me acompañara en mi viaje, pero aunque yo lo deseaba con todas mis fuerzas lo cierto es que un cuerpo humano, por muy compleja que tenga su mente y por más capacidad comunicativa que haya desarrollado, no puede atravesar el universo sin desintegrarse, derretirse o explotar en el peor de los casos, así que no veía la manera de que Especial pudiera viajar conmigo.
    Por lo visto mi madre ya se había anticipado a este problema, y me pregunto yo ¿cómo es posible que mi madre tenga tantos recursos? ¿A caso había hecho un curso de cómo solucionar los problemas de sus hijos? Lo anotaré en mi libreta de enigmas por resolver.
   

    La cuestión es que me había puesto en la maleta de cosas a utilizar por si acaso, un frasquito que contenía un líquido rojo. Este elemento era líquido marciano, tenía unas propiedades increíbles, si yo quería que un humano tuviera la posibilidad de viajar telepáticamente conmigo debía ingerir el susodicho líquido, éste se mezclaría con su materia, sangre, huesos, carne, y otros componentes algo desagradables al imaginarlos colocaditos encima de una mesa y por separado fuera del cuerpo humano. De tal manera que ese humano se convertiría en un poquito marciano y podríamos estar en comunicación cada vez que uno de los dos lo deseara, eso sí, había que esperar a la llegada de la luna para que pudiéramos hablar sin interferencias interplanetarias, la luna nos ayudaría.

    Mi despedida de Especial no fue tan traumática, accedió a tomarse un chupito de líquido marciano, y se ha convertido en una especie de primo mío de la tierra, al que vengo a visitar muy a menudo porque me sientan bien los aires del planeta azul. Especial desde su cama mecanizada y con la ayuda excepcional de la doctora Remedios, ha conseguido una mínima autonomía, y ha llegado a utilizar la informática como una herramienta de comunicación con el resto del mundo, aunque entre nosotros no hemos dejado de comunicarnos telepáticamente.
    Y gracias a las aportaciones de Especial, el estudio del Universo sigue su avance, es un astrónomo impresionante, lo han contratado como investigador espacial en un proyecto de la NASA. Nunca ha desvelado mi existencia al resto de humanos, aunque haya ciertas informaciones que obtiene de primera mano sobre el espacio que tiene fascinado al resto del equipo de investigadores.

     Él y yo sabemos que solo hay una persona en la tierra que sí sabe que yo existo, pero no se lo ha dicho a nadie, es la persona más maravillosa que existe: la madre de un niño un Poquito Especial.




     Podemos preguntarnos por qué tienen que pasar estas cosas, existir enfermedades raras, situaciones difíciles, tragedias inesperadas, para darnos cuenta de que la vida es un regalo, que podemos ser capaces de percibir en su justa medida según nos encontremos, tal vez no haya que darle demasiadas vueltas a las cosas, en realidad las cosas suceden y ya está, no siempre se encuentra una explicación ni hay otras alternativas. Pero uno siempre puede seguir luchando y creyendo en los milagros, solo hay que tener un Poquito de esperanza.





Isolina Cerdá Casado



2 comentarios:

  1. Isolina, un cuento precioso lleno de sensibilidad; humano y tierno. Qué poquito cuesta hacer felices a los demás. Tú lo consigues. Felicidades. Pepe.

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  2. Gracias Pepe, me emocionan tus palabras. Soli.

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