
Supongo que primero debería decir de dónde
vengo, es complicado ya lo aviso. Toda mi familia vive en el planeta Marte, es
más pequeño que la Tierra, más rojo y hace mucho más frío. Yo estaba muy bien
allí, hasta que me entró una especie de alergia metabólica rarísima y mi madre,
con todo el dolor de su corazón helado me mandó a explorar el universo, guiada
por la orientación del doctor de la familia, una masa informe con una inteligencia
ultrasónica que con solo mirarnos sabe lo que nos pasa. Pues bien, el doctor le
aconsejó a mi madre que se agenciara con una de esas naves hechas con
materiales imperceptibles para la tecnología humana, no temía en absoluto que
yo pudiera ser visto por los demás extraterrestres que habitan el universo,
pero sí recomendaba que debía guardarme muy y mucho de ser descubierto por los
humanos. La cuestión es que mi rara enfermedad me llevó a realizar un viaje
extraordinario por el universo hasta encontrar el planeta que mejor se adaptaba
a mi peculiaridad, jamás se hubiera imaginado el doctor Remedios, llamémosle
así por su alta capacidad diagnóstica y prescriptiva, que mi cura iba a estar
en el planeta azul.
En las clases del profesor Miguelón cuando
estudiamos a los humanos, de cuya existencia teníamos sobrada constancia así
como de sus características y posibilidades, nunca nos hablaron de los casos
especiales; como lo era yo en mi planeta. Y sin duda este era un caso peculiar,
los seres humanos son inquietos, curiosos, instintivos, sensibles,
inteligentes, pertenecen al grupo de los mamíferos peligrosos para nuestra
especie. Se desplazan caminando, aunque también disponen de sofisticados
vehículos que les permiten llegar antes a los sitios y aprovechar el tiempo, el
cual, por lo visto, escasea y es un bien preciado.
La cuestión es que cuando aterricé en el
planeta tierra fui a dar con este hombrecito increíble, que echaba por tierra
toda la teoría que había aprendido acerca de los seres humanos.
La nave se reparaba automáticamente cuando
la luna hacía su aparición. Así que, prácticamente disponía de todo el tiempo
del mundo para mí, y por no dejar sola a la nave me quedé en aquel trozo de
planeta. Me asomaba a la ventana de la habitación de Especial una y otra vez.
Al principio pensé que podía tener algún tipo de resfriado inmovilizador, luego
que se podía tratar de gripe terrestre paralizante, aunque me resultaba raro,
porque siendo un niño era extraño que no se moviera como decían los manuales y
que permaneciera siempre quieto en el mismo lugar: una cama con ruedas que de
vez en cuando su madre acercaba a la ventana.
Gracias a mis habilidades en comunicación
telemática, y a haber hecho los deberes de práctica comunicativa cuando
Miguelón lo mandaba, fui capaz de realizar los primeros intentos. La nave era
imperceptible a todo ojo humano, pero yo no lo era tanto, lo que sucedía era
que en clase de educación física había aprendido a mimetizar con todo tipo de
objetos y estructuras; en la asignatura de “mimética” yo era de los que sacaba
sobresaliente. Así que podía observar sin ser visto, era capaz de convertirme
en una ventana, una alfombra, incluso en una almohada. En esa sucesión de
conversiones miméticas llegué hasta Especial.
Había observado a Especial, él no se podía
mover, sin embargo podía sonreír, detrás de aquella mascarilla de oxígeno se
vislumbraba una sonrisa. Su doctora Remedios siempre conseguía hacerle brotar
alguna fresca sonrisita, entonces aunque su cuerpo estuviera paralizado por una
extraña enfermedad era capaz de sonreír, así que era consciente, de modo que
podía comunicarme con él a través de la telepatía.
Especial me confesó que era feliz a pesar
de llevar una vida un tanto escasa de aventuras, pero su inactividad física no
le impedía el desarrollo de su imaginación y siempre estaba dándole vueltas y
más vueltas a las cosas. Sabía que para su mamá él era un sentido de vida, y la
vida en sí misma le gustaba. Además, una vez que comprendió que yo era
simplemente un marciano con capacidades miméticas aceptó mi peculiaridad
marciana y siempre respondía con una sonrisa cuando escuchaba mi primera señal
de comunicación. Se tratada de la escala de notas musicales: “do, re, mi, fa,
sol, la, si”. Yo sé que la música es una forma de comunicación estupenda y
creativa para condicionar estados, y había observado que los cuidadores de
Especial siempre le ponían música en sus terapias. Mi propio doctor Remedios me
grabó mucha música para que la fuera escuchando en mis viajes y no me sintiera
solo. Así que suponía que empezar por lo básico de la música no iba a asustar
demasiado a Especial. Recuerdo el movimiento de sus labios cuando escuchó por
primera vez la nota “do” procedente de mi mente. Sus ojos se abrieron cada vez
más, en la “fa” esperaba que alguien apareciera frente a él. Cuando llegué a la
nota “si”, me dio la sensación de que echaba de menos una presencia física, así
que tuve que aparecer frente a él, y le pedí que no se asustara, que sólo
quería ser su amigo. Entonces su gesto de sorpresa con cierto susto se
transformó en un gesto de aceptación sonriente. Le pregunté si se había
asustado, y él me respondió que solo un poquito. Me gustó que solo fuera un
poquito, así que me quedé con ese nombre, y cuando Especial me preguntó que
cómo me llamaba, le dije que me llamara Poquito.
Tuvimos muchas conversaciones interesantes,
a veces simplemente se trataba de contarnos cómo nos sentíamos, Especial me
contaba las cosas que echaba de menos de su anterior vida, cuando aún no le
habían diagnosticado su enfermedad, y yo también le hablaba de mi familia, y de
mi vida en Marte. Él no se podía creer las cosas que yo le contaba, decía que
en la tierra pensaban que no vivía nadie allí, y que se habían llegado a
plantear vivir en mi planeta. Me hacía mucha gracia esta idea, con lo frioleros
que son los humanos se morirían de frío, no ganarían para calefacción y además,
que en Marte ya está mi familia, bueno y mis tropecientos primos y demás
marcianos. Me hizo gracia imaginarme a la doctora Remedios con ochenta abrigos
encima, nos reímos mucho ante esa idea. Nosotros no tenemos problema con la
temperatura ambiental, nos adaptamos morfológicamente según los grados, así que
no pasamos frío sin llevar abrigo, somos seres de sangre atemperada, ya se
sabe, una especie extraterrestre de altas capacidades adaptativas.
Especial decía que cuando peor lo pasó fue
el día que le dijeron que llegaría un momento en el que no volvería a andar
más. ¿Cómo aceptar algo así? ¿Qué iba a hacer entonces? ¿No volvería a subirse
a una bicicleta? ¡Cómo echaba de menos el pedalear! Bueno, echaba tantas cosas
de menos. Lo que más rabia le daba era que cuando podía hacer todo lo que ahora
ya no era capaz de hacer, nunca pensó en la suerte que tenía de poder hacerlo,
y en aquel entonces jamás imaginó que podía haber otra gente enferma como lo
estaba él ahora. Sus padres lloraron mucho, muchísimo, lo impensable, y él lo
sabía, pero qué se ganaba con llorar, un desahogo, sí, pero nada más. Aunque no
podía moverse de forma autónoma, a veces le sacaban de casa, sus padres habían
conseguido un vehículo especial para transportarlo con toda su maquinaria.
Había llegado a volver a ir al cine, incluso al teatro, eran ocasiones contadas,
pero bueno. Yo sabía muy bien cómo se sentía, además de comunicarme con él y de
ser su amigo dispuesto a escucharlo todo, también yo había sufrido un problema
metabólico y por esa razón tuve que irme a buscar otros planetas que se
adaptaran mejor a mi nueva situación física.
¡Cómo me gustaría llegar a Júpiter con él!
Y descubrir el misterio de su gran mancha roja, bailaríamos sobre su núcleo
rocoso y jugaríamos al “pilla pilla” por entre su atmósfera de gas frío y
turbulento, ¡sería una pasada!
Esa misma noche llamé a mi mamá, mi
cariñosa mamá de corazón helado, cómo la echaba de menos, no recordaba ese tono
apaciguador y cálido que siempre me tranquilizaba en los momentos de apuros
imprevistos. La nave disponía de un comunicador transplanetario, y por
mediación de ondas lunares podían llegar hasta Marte, así que sólo tenía que
esperar a que fuera luna llena para que la comunicación se efectuara de forma
perfecta. En cuanto mi madre escuchó mis ondas telemáticas supo que algo me
pasaba, no sé qué tienen las madres que todo lo saben. Y entonces le conté más
en detalle mis inquietudes. Especial era un niño lindo de la tierra que por su
enfermedad se veía obligado a vivir permanentemente postrado en una cama, pero
era mi amigo y quería que me acompañara en mi viaje, pero aunque yo lo deseaba
con todas mis fuerzas lo cierto es que un cuerpo humano, por muy compleja que
tenga su mente y por más capacidad comunicativa que haya desarrollado, no puede
atravesar el universo sin desintegrarse, derretirse o explotar en el peor de
los casos, así que no veía la manera de que Especial pudiera viajar conmigo.
Por lo visto mi madre ya se había
anticipado a este problema, y me pregunto yo ¿cómo es posible que mi madre
tenga tantos recursos? ¿A caso había hecho un curso de cómo solucionar los
problemas de sus hijos? Lo anotaré en mi libreta de enigmas por resolver.
Mi despedida de Especial no fue tan traumática,
accedió a tomarse un chupito de líquido marciano, y se ha convertido en una
especie de primo mío de la tierra, al que vengo a visitar muy a menudo porque
me sientan bien los aires del planeta azul. Especial desde su cama mecanizada y
con la ayuda excepcional de la doctora Remedios, ha conseguido una mínima
autonomía, y ha llegado a utilizar la informática como una herramienta de
comunicación con el resto del mundo, aunque entre nosotros no hemos dejado de
comunicarnos telepáticamente.
Y gracias a las aportaciones de Especial,
el estudio del Universo sigue su avance, es un astrónomo impresionante, lo han
contratado como investigador espacial en un proyecto de la NASA. Nunca ha
desvelado mi existencia al resto de humanos, aunque haya ciertas informaciones
que obtiene de primera mano sobre el espacio que tiene fascinado al resto del
equipo de investigadores.
Él y
yo sabemos que solo hay una persona en la tierra que sí sabe que yo existo,
pero no se lo ha dicho a nadie, es la persona más maravillosa que existe: la
madre de un niño un Poquito Especial.
Podemos preguntarnos por qué
tienen que pasar estas cosas, existir enfermedades raras, situaciones
difíciles, tragedias inesperadas, para darnos cuenta de que la vida es un
regalo, que podemos ser capaces de percibir en su justa medida según nos
encontremos, tal vez no haya que darle demasiadas vueltas a las cosas, en
realidad las cosas suceden y ya está, no siempre se encuentra una explicación
ni hay otras alternativas. Pero uno siempre puede seguir luchando y creyendo en
los milagros, solo hay que tener un Poquito de esperanza.
Isolina Cerdá Casado
Isolina, un cuento precioso lleno de sensibilidad; humano y tierno. Qué poquito cuesta hacer felices a los demás. Tú lo consigues. Felicidades. Pepe.
ResponderEliminarGracias Pepe, me emocionan tus palabras. Soli.
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