Si por un momento supiera que no hay más momentos, no podría hacer otra cosa, traspasaría las paredes y buscaría a mis hijos, intentando rescatar la imagen de los últimos segundos de mi vida.
Todo pasa tan inesperadamente deprisa que no hay tiempo real para captar cada momento vivido con la intensidad suficiente. En otro tiempo jamás me hubiera imaginado en este punto de la vida. En el que me dejo llevar por el verde primavera y su brisa vespertina. Y los recuerdos pasan por mi mente como si fueran flotando sobre nubes de algodón.
Me dejé llevar por los impulsos y por ellos estoy aquí, como pasajera en una nave que parece estar llevada por las corrientes cristalinas del viento y su destino.
Y en ese recuerdo de las personas lejanas me empiezo a sentir recuerdo llevada por el temor a marcharme rápidamente de esta ensoñación. ¿Todo es un sueño? ¿es eso? ¿Todas las personas que me hicieron felices y gracias a las cuales soy lo que soy, son personajes de un sueño irreal?
Y si todo es un sueño, ¿por qué me duelen tanto las ausencias? Y si ellos están conmigo, ¿por qué no siento el calor de sus abrazos?
Eres un café de desahogo, eso es lo que tú eres, te he servido para tragarte en este estado de desespero.
Mi hija dibuja hadas con paraguas que le protejan de una lluvia de penas heladas y yo en mi fortuna de poder contar lo que me pasa escribo sobre libretas usadas, aprovechando huecos vacíos.
Todo tiene su sentido, tenía que llegar este momento en el que coger el bolígrafo y bailar sin miedo, salpicando gotas de tinta roja, de pasión no de tragedia, que la vida ya me ha servido el plato de tragedia suficiente por este tiempo de tormento. ¿Es así como lo ves? ¿Aprendiste a llorar en silencio? El viento no deja de emitir su gran susurro de libertad. Es la hora.
Isolina Cerdá Casado
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