Había una cobra en la carretera, justo al lado de la rueda de un coche blanco aparcado a la izquierda de la calzada. Era pequeñita, como un puño de hombre adulto. ¿Era eso posible? ¿Las hay tan pequeñas? ¿Una cría? ¿Dónde estaba su madre? ¿Había pues una cobra gigantesca desplazándose por las calles de Madrid? Un momento, tal vez no era una cobra, es posible que lo que hubiera en el asfalto no fuera una cobra sino una cuerda con forma de cobra. Es que incluso me pareció verla con la cabeza medio levantada y ensanchada con forma de cucharón, con sus ojos, su lengua bífida, con un ligero tono amarillento. ¿Existen las cobras amarillas? Olvídate, no, estaba teniendo un claro síntoma de miopía perceptiva deforme con incrustaciones por un exceso de imaginación creativa. Me acerqué con cierto repelús, porque seguía pareciéndolo a cada paso que daba. Sí, era una cobra. No, no, no. ¿Un lazo de pelo? ¿Cómo era posible haber imaginado que un mero accesorio para el cabello podía ser una cría de cobra? Tal vez a las crías de cobra no se le ensanchara la cabeza, claro, seguramente eso solo les pasa cuando son adultas. Había atribuido una característica de adulto a un bebé, una cría, una cría inexistente por otro lado.
Aquella imagen me hizo pensar, ¿cuántas veces imaginamos cosas que en realidad no existen? A veces por los miedos, otras por la experiencia. Este blog fue abierto porque me gustaba escribir, me gusta, casi es una necesidad. Escribo cosas que me inspira la vida, siempre hay cosas que no cuentas, pero generalmente me desnudo más que cuando muestro una foto mía.
El otro día Isabel fue al médico, fíjate que a punto estuvo de no ir, "si es que es una tontería", pensaba. Una heridita que iba y venía, justo en la zona donde al sentarse es fácil rozar con la silla, especialmente a ella, que parece que tiene tornillos en las articulaciones de sus huesos y le sobresalen los huesos de anclaje, los de la columna se le marcan como si fuera un camino lleno de piedrecillas, también los de las muñecas y los hombros. En ocasiones bromea sobre ello con sus hijos: "Es que mamá tiene tornillos que se desenroscan". Fue al dermatólogo a regañadientes, "si es que ya lo tengo mejor, justo ahora no me noto apenas nada". Así que al entrar en la consulta iba pensando en cómo le iba a explicar al médico su hipocondría. El médico le pidió que descubriera la zona en cuestión. Estuvo mirando con lo que parecía ser una lupa especial para médicos. "¿Desde cuándo se ha notado esto?" Un año tal vez, le respondió ella. Entonces el doctor empezó a escribir en su ordenador. Isabel comenzó a excusarse con lo que ella consideraba una visita fruto de sus miedos. "Es que mi padre tiene cáncer de piel, y claro, pues como esta lesión no acaba de curarse pues pensé que no estaría de más que lo viera el médico." El doctor no dejaba de escribir. Isabel pensaba que no debía ser para tanto, que era exagerado todo aquel sonar del teclado, ¿qué escribía en el ordenador? ¿tanto había que contar? ¿si era una tontería de heridita? Tras un largo rato de pulsación de teclas, Isabel que no había dejado de pensar en lo absurdo de aquella visita, que veía cómo la enfermera aprovechaba ese momento de escritura del diagnóstico para echar una ojeada al móvil, el médico dejó de escribir. "Bueno, pues vamos a sacarlo. Podríamos hacer una biopsia previa, pero va a ser mejor quitarlo directamente. Así que te voy a citar para una cirugía y después analizamos." "¿Cómo? ¿Cirugía?" Isabel se quedó atónita. "Pero, ¿es malo?" Sí, como lo que me has contado de tu padre.-Añadió el médico sin querer utilizar la palabra que parecía tener poderes de boxeador, pues cada vez que se oye es como si un puñetazo te golpeara la sien. Fue Isabel la que utilizó la palabra: "¿Es cáncer?". "Sí, pero no hay que asustarse, no suele producir metástasis, es un cáncer causado por el sol y que sorprendentemente puede salir en cualquier zona del cuerpo. No le demos más importancia de la que tiene".-Añadió el doctor. Lo mismo el médico no quería que Isabel empezara a gritar o a montar un drama en su consulta, seguramente esa forma de comunicar la enfermedad concreta que padecía había sido fruto de mucha experiencia dando diagnósticos complicados y sabía que la mejor manera era la de decirlo sin inmutarse. Así que Isabel cogió el sobre con toda la información y la cita para su intervención quirúrgica y salió de la consulta con la misma actitud que la del doctor, sin inmutarse, con naturalidad.
Isabel se dirigió a concretar la cita para la cirugía sin ingreso. Se encontró con el padre de una amiga, le contó lo que había pasado porque él la vio salir de la consulta donde se concretaba la cirugía. "A mí, me operan a mí."-Respondió a su pregunta y de este modo le contaba a la primera persona con la que se había cruzado su nueva situación. Fue caminando hacia su coche, pensando, dándole vueltas a la cabeza. Y una vez montada en él, cuando la intimidad del interior del coche liberó su contención inicial, comenzó a llorar. Necesitaba llorar. No era grave. No iba a morir mañana, o sí, quién sabe, todo ser vivo era susceptible de ello. Pero para Isabel fue como la primera confirmación de ese miedo hipocondríaco que siempre la estuvo rondando. Lloró sí, pero ahí quedó todo el llanto necesario. Bajó del coche y llamó a su hermano, se lo contó. Llamó a su padre y también se lo dijo. Y siguió caminando por la vida.
No queda otra querida Isabel, ya lo sabes, tú tienes que ser fuerte como todos los que caminaron y caminan a tu lado. Porque nadie dijo que esto fuera fácil querida, se habló de intensidad, de contrastes, de vuelcos increíbles, de creación maravillosa, llena de luces y sombras. Cuando estés en la sombra recuerda que ésta solo es posible porque hay una luz muy intensa en el otro lado.
Isolina Cerdá Casado
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