Primero pedir disculpas por haber incluido una palabra tan fea en el título de un texto en el que se hace alusión a la comida y aparecen imágenes de socorridos puerros y zanahorias con melenas verdes. Todo comenzó una bonita mañana de noviembre. Paseaba por el mercado buscando el producto adecuado para preparar una deliciosa crema de calabaza, entonces me fijé en el esplendor de este manojo espectacular de puerros confitados con nutritiva tierra natural, a su lado las maravillosas y anaranjadas amigas desenterradas me miraban con ojitos lindos y atrayentes. En ese momento me embargó una duda, ¿por qué no podía engrandecer el puré primigenio que me había inspirado la espectacular calabaza con puerros y zanahorias cortaditas en cachitos lindos? Me apropié de ese instante inspirador y llevé a mi cocina a todos los ingredientes para el espectacular puré de verduras que iba a preparar con todo el cariño del mundo. Descarné la calabaza, lavé las zanahorias pasando primero por una sesión de peluquería en la que corté la melena preciosa con la me atrajeron en el puesto del mercadillo y separé el trío de puerros para finalmente cortar uno de ellos en mil pedazos. Añadí cebolla, ajos, patatas y un toque de caldo de carne para incrementar sabores. Así los tuve cociendo, mientras hacía camas, limpiaba polvos y fregaba suelos. Oh, qué feliz me sentía. De vez en cuando bailaba, tenía de fondo a Mozart, sé que no es habitual, pero a mí me inspira. Como una mujer feliz, dedicada al buen funcionamiento del hogar, iba y venía a ver el estado de cocción de los puerros, patatas y demás familia de hortalizas acogidas y troceadas previamente en la olla heredada de mi querida abuela que en paz descanse, merecido lo tiene, el descanso, ya cocinó bastantes verduras y hortalizas la mujer. Al lío, que me voy para Burgos... Pues feliz estaba yo, mis hijos llegarían del cole hambrientos, y mi querido marido, cansado y agotado, seguramente recibiría ese plato delicado, dulce, nutritivo y sano, con todo el cariño del mundo. Todo iba muy bien, la jornada transcurría con normalidad, yo me sentía feliz: mi familia iba a ser alimentada con un plato muy sano y bueno para el cuerpo. Entonces, sucedió algo terrible. El niño estaba enfermo, se negó a comer; mi hija que le hace ascos a todo menos a las patatas fritas decidió que hoy no era un buen día para comer puré y todo el que le obligué a comer lo vomitó sin tapujos; y cuando llegó mi marido, me advirtió que había estado picando en un bar porque un compañero le invitó por su cumpleaños, así que no tenía hambre. Toda esa positividad que yo tenía se vino abajo, qué sentido tenía todo esto, mi tiempo, mi sabiduría, mi energía, todo perdido, sin valor, tirado,...Se me empezaron a poner rojas las orejas, los ojos se salían de la cavidad ocular y yo, no sabía qué hacer, había ido al mercado solo a por la calabaza, toda la mañana había estado bailando alrededor de una olla, y nadie había sabido valorar mi esfuerzo...Del mismo modo con las camas, con el polvo, con el suelo...No hay trabajo peor valorado que el de casa, no hay refuerzo posible que verdaderamente compense: ¿una sonrisa? ¿tus hijos que van creciendo? ¿la casa limpia? ¿una buena comida?
La única forma de valorarlo, el trabajo en casa me refiero, un plato de comida elaborado, una cama hecha, con sus sábanas limpias y la habitación aireada...la única forma de darle valor es pasándote tú mismo todo el día trabajando e invirtiendo tu tiempo para elaborar un puto plato, o para hacer cosas en casa, ...Reconozco que desde que soy lo que soy, y hago lo que hago, nunca se me ocurriría despreciar una comida elaborada, por muy poco que me guste.
No, no, si mi marido se come mis purés, faltaría más. Y mis hijos también. Sí, pero ¿cuántas veces he sentido que todo el trabajo no ha sido valorado lo suficiente? Supongo que lo primero es que una o uno valore su propio trabajo para que sepa ver si es o no valorado por los demás.
Yo no he nacido para ser ama de casa, no, por eso veo purés que hablan, que se extienden, que gritan, que rebozan y envuelven, que cantan. Yo no he nacido para ser la responsable de que una casa esté limpísima, tanto que se pueda comer en el suelo. Por favor, yo como en un plato limpio, punto.
- Pero, entonces, ¿para qué has nacido tú?
- Yo he nacido para volar, pulsando teclas, escribiendo.
- Ya, pero ¿tendrás que comer? ¿dormir? ¿ducharte?
- Sí, sí, por eso preparo purés, y hago camas, y limpio baños...
- Y tienes hijos y un marido, ¿no?
- Sí, sí, por eso preparo más purés, y hago más camas, y limpio más el baño...
- ¿Entonces?
- Nada, que a veces me canso y exploto.
- Ah.
Isolina Cerdá Casado
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