domingo, 15 de diciembre de 2013

Apenas unos minutos.

    Nada más que eso poseo en este instante para decirte algo, contarte un pequeño cuento que llega hasta aquí para ver la luz y acariciarte. Bueno, ya estamos con las típicas ñoñerías tuyas en las que te pones tierna y escribes con perfecciones programadas. ¿Por qué no te sueltas el pelo y saltas al vacío y vuelas libre? Lo he intentado, me asomé, y pude darme cuenta de que allá, en el fondo más alejado del abismo, había un cuerpo destrozado, el impacto del golpe lo había vaciado de vísceras y sangre y aquel desparramo rojo ennegrecido me aterró; sin vísceras yo no sería nada, no podría caminar, ni si quiera sentir miedo, no quería desaparecer del mundo de esa manera. Es cierto que sólo había un cuerpo, más allá se podía ver a personas felices volando, personas que estaban siendo arrastradas por mareas creativas y llenas de fuerza y de luz. ¿Pero y si muero? ¿Si me lanzo y me vacío? ¿Si vuelo y nunca más vuelvo a sentir las gotas de lluvia refrescando esas ideas destructivas que en algún momento me golpearon? ¿Y si no vuelvo a verles felices, sonrientes, llenos de vida? Desde la muerte no tengo la seguridad de poder poseer todos los sentidos. ¿Pero y si estás muerta en vida tiene más sentido? Oh, venga, no seas tan bruta en este lunes de diciembre helado. Ni estás muerta ni quieres estarlo, por eso en apenas unos minutos te has asomado aquí y has sonreído, aun a pesar de los cadáveres que te observan desde el averno, inmóviles, quietos, dormidos.

Isolina Cerdá Casado

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