lunes, 25 de noviembre de 2013

MALTRATADOR


        Ardía, todo era calor interno. Paseaba con normalidad, todos podían ver a una sencilla mujer que caminaba con su hijo. No parecía esconder nada, no había ningún gesto que hiciera intuir que algo estaba cociéndose por dentro. Sin embargo ella lo tenía claro, ya nunca nada volvería a ser igual. Había estado soportando durante mucho tiempo su sinrazón, y dentro de sí misma no cabía más injusticia, así que se había llenado de valor. Sabía lo que había hecho. Eso no estaba bien, pero ¿alguien había reparado en todos los actos violentos que había estado soportando una y otra vez? ¿alguien había reaccionado ante las manos levantadas y los gritos? Ese miedo terrible que la inundaba por dentro, había llegado al máximo, no sería capaz de soportar ni un grito más, su cuerpo físico tampoco. Estaba mal, sí, claro que estaba mal. Ella esperó a que su marido llegara de su salida vespertina, quedaba con esos amigos interesados que solo aparecían en la puerta de los bares y se le pegaban como losas para que la generosidad del hombre embriagado les invitara a emborracharse gratuitamente. Cuando regresaba a casa la mayoría de las veces estaba borracho como una cuba, y siempre la utilizaba como le daba la gana, marcándola con moratones como si su cuerpo le perteneciera. No estaba bien, lo que había hecho era algo brutal, pero no tanto como la paliza que le dio ante su propio hijo. Hacía tiempo que lo había estado pensando, quería marcharse pero algo la paralizaba, era el miedo, tampoco tenía dinero suficiente para emprender una nueva vida. Pero ya había llegado su momento, no estaba bien, dejar a un hombre atado y con sus partes íntimas al descubierto, en pleno balcón, expuesto ante vecinos y demás ojos curiosos, con un cartel gigante que ella misma había escrito con el rotulador permanente con el que marcaba la ropa de su niño, las letras eran muy grandes, todos podrían leerlo: MALTRATADOR. Todo el mundo lo sabría. Seguro que alguien lo habrá intuido, pero nunca hizo nada, tal vez también tenía miedo. La cartulina la compró en una tienda de chinos que habían abierto en los bajos de su edificio. ¿La meterían en la cárcel? Capaz, ya no creía en nadie, sólo en su familia, y ese cerdo que estaba resacoso e inmovilizado iba a saber lo que era bueno. Cargaba con su hijo, esperó a que llegara el siguiente autobús y se marchó. Le habían hablado de un lugar en el que se sentiría verdaderamente protegida, así que cogió lo más necesario y tras inmovilizarlo, se largó con su tesoro más valioso en busca de una vida tranquila.

Isolina Cerdá Casado

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