Bueno, hola, no tengo más tiempo, en realidad esto es una especie de tormenta de ideas. ¿Y para qué narices sirve esto? Me refiero al hecho de escribir de esta manera, ¿con qué propósito te sientas delante de la pantalla del ordenador sabiendo que en diez minutos tienes que salir zumbando a recoger a tu hijo de un parque de bolas? Este tipo de cosas solo te pasan a ti, ¿se trata de un impulso? ¿una necesidad de sentir que haces algo? ¿que parezca que en este domingo gris has hecho alguna cosa más que poner lavadoras, ducharte, fregar el suelo, tender ropa, comer, ver el inicio de una película, hacer las tareas con tu hija, ponerle de comer a tu perrita, limpiar el baño, hacer las camas, preparar la merienda de la niña... ¡Un momento! Has estado haciendo cosas sin parar, ¿por qué narices has sentido que debías ponerte frente a la pantalla del ordenador y vomitar letras? En realidad sé por qué, lo sé, me estoy entrenando, es un entrenamiento de ejercitación mental y de mecanografía creativa, me preparo. ¿Me preparo? Sí, me preparo para mi segunda explosión creativa que plasmaré en un libro, todavía no ha llegado el primero lo sé, llegará pronto. Cuando dije en el texto anterior que la vida era como unas cuerdas de guitarra que se afinan, es precisamente porque en ese momento, el momento en el que sentada en el vagón del metro escribía sobre un trozo de papel que tenía en el bolso, a sabiendas de que lo hacía con una especie de actitud mecánica de escritora frustrada, en ese momento un par de chicos jóvenes, qué horror, yo ya no lo soy tanto, entraron en mi vagón con guitarra en mano y se sentaron uno frente al otro para afinar sus instrumentos de cuerda. En la siguiente parada bajaron del vagón y volvieron a subir tres vagones más allá. Cuando se volvió a poner en marcha el metro, se oía de fondo una explicación previa y una música. Eran ellos, habían afinado sus respectivas guitarras y nos ofrecieron el fruto de las misma como resorte de un acto de agradecimiento no de compasión.
Yo no sé qué decir. Me pasó algo curioso. Olí la vejez, qué cosas, no fue grato. La mujer llevaba pendientes, iba pintada, medias, zapatos cómodos de medio tacón. Lo había percibido en hombres, nunca en mujeres. Ese día lo sentí, ese aroma rancio se metió en el hipotálamo a la fuerza, explosionó. Yo iba a ensayar. Ya. Han sido quince minutos. Ya.
Isolina Cerdá Casado
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