De repente un día sale el sol, la primavera te susurra al oído palabras de amor, sientes que estás viva, que la vida es esa sucesión de colores e intensidades, que no te puedes parar, que si tu lucha es grande para ti, hay montones de luchadores desconocidos que se asoman por la ventana, con los que te cruzas en la calle, frente al contenedor de basura, en donde tiras residuos y te gustaría tirar no solo los visibles, los palpables, los que se tocan y se aplastan, los que huelen mal, lo que te producen arcadas. Miras a los ojos a esa mujer que sostuvo la tapa del contenedor de residuos orgánicos, esperando amablemente a que tu bolsa gigante cayera en su interior, agradeces su gesto y en ese intercambio de miradas piensas, ¿qué más podríamos tirar querida? ¿Y si lo dejas abierto y nos lanzamos dentro? ¡Qué tontería acabo de decir! O de pensar, o de escribir... Sin embargo hay personas que no merecen otra cosa, son las que no empatizan, las que ignoran el dolor ajeno, las que además de ser emocionalmente huecas son humanamente apestosas.
Quería escribir sobre la primavera, quería hablar de la vida, que vuelve a renacer con fuerza tras el invierno frío, sin embargo cada vez es más difícil distinguir, diferenciar dónde está la frontera porque nos hemos cargado la línea divisoria, porque no sabemos hacia dónde vamos.
Empatizas porque eres humana, porque estás viva, porque te duele. Te duelen los ojos de esos padres que lloran sin derramar una lágrima porque su hija no está, y no está porque un hombre muy consciente la hizo desaparecer inmune a sus gritos, te duelen los ojos de los miles de padres que por una u otra razón sufren la pérdida tan grande de un hijo; te duelen los actos violentos, los que surgen del odio, de un amor mal entendido, de una posesión enfermiza, de una pasión enganchada con cadenas de ramos de flores; te duelen los que sufren en cualquier lugar por su vulnerabilidad ante los espíritus malignos que dirigen a determinadas personas para que gane el mal, que pellizcan, que empujan, que insultan sabiendo que el receptor del mal no puede hablar, y está obligado a soportar los grilletes apretados hechos con rabia y vómitos de inhumanidad, cuerpos que ya vivieron mil cosas, cuerpos cansados, cuerpos cuya alma está más viva que nunca porque lo han vivido casi todo.
Yo quería hablar de la primavera, quería hablar de la luz, de este domingo de ramos que antaño celebraba con mi familia...
Y a pesar de las hojas secas, del invierno frío, del casi abandono invernal, el geranio volvió a resurgir...
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