lunes, 23 de enero de 2017

Sal grasa


Quince minutos, tormenta de ideas, el bote de sal está abierto, con restos de las caricias de dedos manchados de aceite. Calcetines convertidos en un puño de algodón que aprieta el alma imperceptible. Una cartera vieja llena de papeles y tickets de compras de antaño: café, aceite, azúcar y sal. Todo está conectado. La cartera con el recipiente contenedor de la sal por un viejo y arrugado ticket. Así, por un pequeño trozo de papel también estamos conectados todos, por un papel, por una mirada, por el pelo que voló libre, que se despegó del cuero cabelludo de una bella mujer, que cayó en un abrigo, que alguien le quitó y lo volvió a tirar al aire, que el aire llevó hasta un escalón por el que subió un hombre cuyo zapato recogió ese pelo desvalido y se lo llevó con él hasta su oficina, de su zapato hasta la alfombra, de la alfombra hasta la silla de ruedas, de la silla de ruedas hasta el bolsillo de Matilde que lo llevó hasta allí con su pañuelo rosado.
No te preocupes, por dios, te lo digo, es así, que la cosa nunca es lo que parece, ni lo bueno, ni lo malo. Todo es una cuestión de percepción. Ya sé que hoy tienes la percepción jodida, perdona por el palabro, pero qué más da. Que no ves las cosas bien, como son realmente, hay evidencias de determinadas cosas, palpables, físicas. Si alguien te da una patada, provoca un derrame, y tu pierna queda amoratada, evidente, lo ves, lo sientes y lo ves. Si sientes un agobio por algo que no ha pasado, por algo que pasó, pasará, no tiene sentido. Solo tú sabes de tu angustia. Tú y yo. Venga, ya, cambia el punto de vista, y respira. Vuelve a vivir. No estás solo, o sola.

Isolina Cerdá Casado

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