martes, 19 de noviembre de 2024

La amiga mexicana y el árbol mágico. Gracias Diana.


 Su amiga, de hacía poco tiempo, sí, de apenas unos pasos de entre los largos y muchos kilómetros vitales que llevaba recorridos, su amiga mexicana le había sugerido que ante su malestar y su pena se abrazase a un árbol. Decía que los árboles con su sabiduría se llevaban lo negativo y te regalaban paz, en plena coordinación con la naturaleza. Así fue como ella, la mujer que estaba en plena crisis vital, sumida en una depresión paralizante hasta la respiración, se abalanzó hacia el primer árbol que encontró y se fundió en un eterno y casi simbiótico abrazo. Tanto fue así que la gente que pasaba por allí no era capaz de distinguir dónde empezaba el árbol y dónde la persona.

La mujer tenía tanta necesidad de paz que se fue solapando con él, adentrándose en cada uno de los círculos de vida, es cuando se pudo dar cuenta de que aquel símbolo de la naturaleza salvadora se había convertido en un sentido vital para ella. Savia y sangre, corteza y piel, ambos caminaron juntos en la inmovilidad del enraizamiento arbóreo. Y fue sintiendo cómo entraban en ella nutrientes vitales que procedían del mismísimo centro de la tierra.

Su perrita, llena de tranquilizantes para controlar los ataques de epilepsia, la miraba con esa inteligencia canina, conocedora del mal que acechaba el alma de su amiga humana. La gente se sorprendía al ver un pastor alemán que miraba un árbol en el que apenas quedaba una bota y un pañuelo de aquella mujer fusionada, y parecía que aquellas extrañas prendas estaban siendo custodiadas por aquella mágica criatura canina.
Luego, al paso del tiempo, horas, días, quién podía saberlo, la mujer salió del árbol, consiguió volver a ser ella y se fue de camino a casa junto a su perrita Leia, como poco tendría que hacer la cena, o la comida, o quién sabe qué otra cosa mundana, lo que sí sabía era que iba con un poco de paz en el cuerpo y una menor intensidad de dolor en el alma.


Isolina Cerdá

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