6-12-2016
Breve Historia del dolor
No quiero ser negativa, es simplemente que quiero constatar que el dolor del alma no siempre se reconoce, ojalá nunca tuviéramos que conocerlo. La primera vez que lo sentí fue algo nuevo, duro, triste, insoportable, pero nuevo. Lo sentí en el pecho, justo en el plexo solar, ahí donde llega el impulso de la lágrima que surca mejillas. Era extraño porque no estaba producido por una herida, no sangraba, ni era fruto de una caída, ni de un golpe tonto. Se originó como consecuencia de algo, algo físico, la transformación de la energía en otra cosa, y ese proceso golpeó el alma, no se vieron puños, ni machetes, ni martillos. Fue cosa del conocimiento, el básico, el que no entendía nada y que, al no entender, producía un nudo, que tampoco era visible, pero que se sentía con una presión desconocida en el pecho. El primer contacto con la muerte de un ser querido dio lugar al nacimiento de la sensación, y fue como el nacimiento de un río, ya no desapareció jamás, simplemente aumentaba de caudal conforme la vida iba transcurriendo. En ocasiones había tanta lluvia que se desbordaba el río, entonces la cuenca anterior no servía, y no había contención. No se podía disimular el dolor, y simplemente se desbordaba.
Hoy he vuelto a ir al tanatorio, este año he ido demasiadas veces. Y ese dolor, el dolor, ese, ese del pecho, ese que te presiona fuerte, que casi no te deja ensanchar la caja torácica, ese dolor me fue descrito, ella se presionaba en el pecho y me decía: "Aquí, tengo un dolor aquí, muy fuerte, tan fuerte que casi no respiro, como si algo no pudiera ser contenido, como si se me rompiera ahí dentro algo." Era la fuerza del agua, del golpe, de la transformación de la energía. Pero también era esa necesidad de apego a lo físico, el alma vuela libre, se transforma, viaja, pero ese cuerpo al que también hemos querido porque era el contenedor de nuestra alma querida deja de tener vida, es materia pero era la materia que contenía el alma amada.
Isolina Cerdá Casado
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