lunes, 28 de enero de 2019

El furgón de la residencia de día

Nadie lo pensó, yo por lo menos no lo creía,
tener la certeza, pasado el tiempo, vivida la vida,
mirando hacia delante, y volviendo la vista atrás.
No, no lo podía pensar, nadie, ni tú, ni yo,
ni la mujer sonriente que camina por la senda trazada.
No, no la trazó ella, aunque eligió el camino,
aunque fue hacia la izquierda, y volvió a girar a la derecha
se paró con la lluvia y siguió avanzando.

No, ¿cómo pensarlo?
Nadie le dijo nada, ni el susurro del viento,
ni la caricia húmeda del amanecer,
fría como el hielo, envolvente como ese estado anímico que la embriagaba de vez en cuando.
Solo de vez en cuando.

Nadie se lo advirtió
Ella nunca lo pensó.
Cuando se cruzó con él por vez primera,
cuando se enamoró hasta la médula
cuando trajeron una vida tras el fuego ardiente
cuando trajo otra tras mirarse a los ojos e intuir esas vidas unidas para siempre.
Quién le iba a decir que de repente la vida iba a volcar tan violentamente su camino, y que su cuerpo se vería arrastrado por una tormenta repentina.

Ella no se lo imaginaba
No, nunca lo pensó
Si lo hubiera pensado
Si lo hubiera intuido
Entonces la injusticia vital la hubiera sentido demasiado pronto.
Era mejor vivir como vivió
en la ignorancia de la fatalidad
en el desconocimiento de su valentía.

Su sonrisa no se modificó
solo se oscurecía en la intimidad, y en pequeños instantes de dolor empático
cuando lo veía encogido por el dolor acechante
cuando sentía que ese mal lo iba inmovilizando más y más deprisa.

Y entonces salió esa parte de ella
ese lado de guerrera invencible
de luchadora incansable
de mujer valiente, que seguía caminando con fuerza
porque sabía que dentro de ella también estaba esa esencia
la de la mujer que se enfrenta al monstruo
la que lucha incansable para no dejarse vencer por él.


    Hoy le he vuelto a ver, iba en su silla de ruedas, ella a su lado, una chica empujaba la silla, se acercaban al furgón que transportaba a su marido todas las mañanas hasta la residencia de día. Había salido el sol, era una mañana fría de invierno, más fría que la de los días anteriores. Su  rostro seguía transmitiendo calma, sosiego. El rostro de aquella mujer era un rostro sonriente, trasmitía paz. Él también transmitía calma, felicidad, incluso sabiduría. 
Y yo volví a pensar en ese vuelco repentino que nadie imaginó. Aquella escena me llevó a mis vuelcos del pasado, y sentí temor por los  del futuro.
 La vida está llena de vuelcos, la sabiduría de redirigir nuestra mirada está dentro de nosotros. Se puede mirar hacia abajo y llenarse de oscuridad fangosa, o mirar hacia arriba, ver el cielo y las estrellas, el sol, la lluvia fresca e incluso el devenir de las nubes blancas.

 Isolina Cerdá Casado


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