jueves, 22 de junio de 2023

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

 


    Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos puntuales que en algún momento tuvieron sentido, cuando dejan de tener sentido, el que sigan en el bolso no es más que un síntoma de una Diógenes incipiente. Hará como unos cuatro meses escribí en el sobre que contenía el recibo de la luz. Evidentemente lo debí coger del buzón en un momento que me iba a algún sitio, lo metí en el bolso, seguramente me transportaba en metro, tal vez iba al trabajo, el primer destino en esta primera etapa de la nueva etapa de mi vida laboral. La cuestión es que debí tener un impulso, una urgencia expresiva, y el sobre era la única superficie de papel con ciertos espacios en blanco que poder aprovechar para dejar hablar al alma. Debí abrir el sobre primero, de una manera brusca y torpe, soy un desastre lo confieso, solo así se explica que el texto se adaptara a tremendo destrozo en la apertura, o eso o la desesperación por saber a cuánto iba a ascender dicha cantidad.
    El caso es que hoy, haciendo limpieza como he dicho del bolso mágico, ha vuelto a mí, lo iba a tirar, aunque sé que en algún momento anterior también había tenido el mismo impulso pero no lo hice porque al releer ese texto escrito en lápiz sentí que debía darle una segunda vuelta antes de deshacerme de él en una vulgar papelera. Y hoy, justo hoy, mientras intentaba concentrarme en el siguiente examen, con olor a flan recién hecho, un flan que llevo queriendo hacer hace siglo y medio, en esa tarea ingente para distraerme de la oposición y de los flanes, me dio por abrir el bolso y empezar a tirar restos de vida, tickets, panfletos, caramelos blandengues,... Pero cuando llegué a este sobre de Iberdrola y leí, sentí que debía compartirlo antes de tirarlo. Simplemente porque pasó, porque todos tenemos ese trauma, cada uno a su manera.

"¿En qué momento dejé de tomarme ese tiempo para mí?
¿En qué momento me olvidé de que existía una manera de salvarme de la locura?
¿En qué momento desapareció el impulso, la mirada, la alegría de ver la vida como una oportunidad para crecer espiritualmente?
Tal vez no fue de golpe, fui desapareciendo, me iba borrando la culpa,
el desgaste, la sin razón, la imagen de un caos global.
No fue tanto el hecho de  ver caer a personas importantes para mí
sino que también se llevaron una parte de mí los anónimos
a los que amortajé en un sudario de plástico blanco,
como la luz en la que se habían convertido.
¿Acaso no iba a importarme atestiguar tanto dolor infame?
Soy persona, soy alma herida, soy mirada de luz amarga.
Déjame ser, déjame.

Isolina Cerdá





sábado, 1 de abril de 2023

Zapatitos mágicos

 



Me dirigía a ver una obra de teatro con mi amigo, habíamos quedado a la salida de la parada del metro Argüelles. Cuando llegué a la estación Puerta del Sur subiendo por las escaleras mecánicas me encontré con estos zapatitos, iba mirando al suelo y por casualidad vi ese brillo maravilloso de estos zapatitos. resaltaban muchísimo por encima del color aburrido del resto de los zapatos de los viajeros que se dejaban llevar por las escaleras mecánicas. Entonces levanté la vista y me encontré con una mujer de unos setenta años que iba muy elegantemente vestida, además su cara era afable, guapa, con los toques de maquillaje adecuados. Era un sábado, tal vez fuera a bailar, o a un encuentro de mujeres creadoras, o a una cita con un admirador secreto. Curiosamente al entrar en el vagón me había olvidado totalmente de los susodichos zapatos hasta que nuevamente tuve que reparar en ellos, su brillo era cautivador, aquella mujer estaba sentada frente a mí. Entonces la imaginación volvió a volar, no pude evitar pensar en su historia. Porque tenía que haber una historia maravillosa detrás. A lo mejor era investigadora social, tal vez estaba haciendo algún tipo de experimento, lo mismo ella me observaba a mí. A lo mejor iba a visitar a sus nietos, o a su marido que estaba ingresado en un centro para enfermos de Alzeimer y aquellos zapatos se los regaló él un día que paseaban juntos por la Gran Vía de Madrid. Ella se quedó prendada de ellos, y al día siguiente él la sorprendió regalándoselos, con la ilusión de volver a verla con esa mirada feliz. Fue un momento mágico, ahora ella quería que él recordara aquel instante vital. O no, tal vez esos zapatos los compró el día anterior, decidió darse un capricho ante los duros días que tenía por delante, una intervención determinante, un nódulo maligno en el pecho izquierdo. Bailaría con sus zapatos nuevos y se cargaría de energía porque nunca se sabe lo que pasará después. Lo que estaba claro es que ella era una mujer que se comía la vida, saboreando cada trocito,  inspirando el olor a hierba recién cortada, a lluvia que se acaba de retirar, sintiendo el calor del abrazo dulce de un niño, o del primer beso de amor. Así caminaba por la vida, segura, feliz, con sus zapatitos brillantes,con su sonrisa eterna.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Déjame que te cuente el cuento de Cantoblanco



Verdes intensos llenos de gotas de frescura mañanera, al borde de la carretera que lleva hasta el pabellón San Francisco.



    Érase una vez un lugar llamado Cantoblanco, en su origen fue un sanatorio especializado en enfermedades respiratorias como la tuberculosis, cuentan que al principio trabajaban en él monjas, de hecho los amantes de los fenómenos paranormales se afanan en creer la leyenda de la monja que pasea por el pabellón quirúrgico, yo juro por mi pelo marrón y mi rebelde cola que jamás la he visto, y espero no verla porque soy muy temerosa respecto a ese tipo de cuestiones. Este lugar no es un hospital normal, tiene una distribución particular, está formado por seis pabellones distintos y una edificación  llamada "Los Cármenes", que según rumores pronto cambiará, pero en este noviembre del año dos mil veintidós es como sigue. Al entrar en el recinto el señor de seguridad te recibe, está metido en su garita y cuida de cada rincón del fuerte a través de unas cámaras, a mí me ha captado varias veces, pero los pajarillos me avisan de que se aproxima y me subo rápidamente al árbol más alto, sí, todos lo son, altos y frondosos. Yo siempre me escabullo como puedo, mentiría si no reconociera que en más de una ocasión me dejo ver, para que sepan que no solo ellos son los privilegiados, me refiero a los humanos que pasean por aquí, o corren con sus coches, trabajadores mayormente y familiares que vienen a recoger a algún paciente recién intervenido.
    El primer edificio con el que te encuentras es el Pabellón Quirúrgico, allí pasa de todo, yo no puedo entrar, más que nada porque llamaría mucho la atención una ardilla correteando por esos largos pasillos, distraería el trabajo de los cirujanos, y jamás me atrevería a interrumpir ningún tipo de los importantes trabajos que se realizan en ese pabellón. Hay varias plantas, pero no te preocupes que no te vas a perder, nada más entrar te van a informar de cualquier detalle que necesites. Hay tres quirófanos en los cuales se realizan intervenciones de extremidades superiores e inferiores, y de dermatología. Son increíbles, todos, desde el cirujano principal, pasando por su ayudante, por las anestesistas, por las enfermeras, por los auxiliares, por el celador y la chica de la limpieza. Apenas tengo imágenes directas, pero dispongo de informadores, de vez en cuando consigo que una mosca se cuele en la sala de reuniones y salga como entró sin molestar demasiado, porque la pulcritud es algo que no se puede arriesgar, pero me informa detalladamente. Los protocolos hacia el bienestar del paciente son estrictos y el trabajo en equipo fundamental. Cuando los pacientes salen de la URPA en donde normalizan su estado posoperatorio y arranca la fase de recuperación, siempre comentan a los celadores que la atención y el cariño son exquisitos, ah y también valoran positivamente la tranquilidad de este hospital. Lo mismo sucede cuando el paciente se sienta en la cama tras una intervención en la sala de endoscopia, miran hacia el exterior a través  de la ventana y la naturaleza les sonríe. En la segunda planta de este pabellón hay pacientes ingresados, octogenarios mayormente, que te dan lecciones de vida maravillosas. Lo más importante es el capital humano, son equipos que cuidan del paciente de una forma holística, todos siguiendo tiempos y trabajos escalonados que se entrecruzan y que la mayoría de las veces se hace con un cariño admirable. Están los médicos que valoran a los pacientes y dirigen las acciones médicas, diagnósticos y prescripciones envueltas en gestos de cariño, miradas empáticas. El trabajo de las enfermeras es digno de valorar, hay una enfermera maravillosa que regala un trocito de su alma a cada paciente, que se entrega en cada gesto, a lo mejor el paciente ya no puede hablar, pero la mira desde dentro con agradecimiento, hasta el que pierde la razón por una demencia encuentra un gesto para responderle con un gracias que ella ni si quiera espera. Ay, mi niña linda. Básicamente todos los pabellones siguen esa forma de trabajar, analíticas, visitas médicas, aseo y levantar, desayuno, pruebas, comida, aseo para acostar tras la ingesta. 
    Nuestras amigas de ocho patas son grandes informadoras, aunque tienen que trabajar con mucho sigilo para que no las descubran, las invitamos a las reuniones de los jueves, nosotras pintamos piñas y ellas hacen ganchillo, y entre puntada y puntada nos cuentan. En una ocasión la señora Culebrilla quiso ver de primera mano el funcionamiento del Pabellón San Luis, y claro se armó una muy gorda, ya le hemos hecho prometer que no repetirá nunca más dicha locura. Así que para que esté informada se ha apuntado también a la reunión de los jueves. Nuestras amigas valoran mucho cada gesto de cariño del que pueden ser testigos. Hay auxiliares maravillosas, que trabajan con una energía y un ánimo que son parte de la terapia, cuidan a personas absolutamente vulnerables, asean con delicadeza, ponen una cremita, observan cada posible rojez, levantan al sillón, dan de desayunar, de comer, sonríen... Es cierto que no todas trabajan igual, pero la mayoría son personas buenas, con ese talento hacia el cuidado, con la empatía suficiente para ponerse en la piel del paciente y luchar con él. Muchas de ellas con fascinantes historias de vida a sus espaldas,  habiendo cruzado océanos, superado traumas de vidas intensas, luchadoras cuyas armas son brazos que regalan cariño a cada paciente. Los celadores suelen estar en cada parte de la rueda, que gira y gira, ellos trasladan  a los pacientes para realizar las pruebas oportunas, ayudan a las auxiliares movilizando al paciente tanto en el aseo como a la hora de levantarlos, llevan analíticas de los distintos pabellones hasta el laboratorio, ingresos, altas, comidas, asuntos varios gestionados por una encargada con un teléfono pegado a la oreja, lo hace de la mejor manera, dada la escasez de su regimiento, y milagrosamente el trabajo sale adelante y el engranaje sigue funcionando. Ellos y ellas no tienen brazos de titanio sin embargo muchas veces los celadores tienen la sensación de que el resto del mundo sí lo cree, porque no dan abasto, y al llegar a casa los músculos gritan de dolor y comprueban que no, no eran de titanio sino que además de agua estaban compuestos por miosina, actina y tropomiosina entre otras proteínas que duelen cuando se sobrecargan de trabajo. Ambulancias que van y vienen, y vienen y van. Los fisioterapeutas son los que acaban de preparar a los pacientes para que su vuelta a casa sea lo más fácil y grata posible, cuidando cada detalle, les preparan para levantarse solos, para subir escaleras, para coger una cuchara, para caminar autónomamente hacia la normalidad, es otra parte importantísima de la cadena y en los gimnasios de Cantoblanco hay un equipo humano maravilloso en el que se respira cordialidad y generosidad. 
    Y para que todo esto funcione están los hombres de azul, que reparan cualquier descosido, son expertos en todo. Del uniforme del personal, la lencería y lo relativo a suministros alimenticios se encarga otro equipo de personas cuya gobernanta dirige con una sonrisa desde un despacho sita en el pabellón administrativo, que apenas pisa ya que supervisa de primera mano cada pabellón. El funcionamiento de todo se controla desde unos despachos cuyos moradores abandonan para sumergirse en el campo de combate y ver si todo fluye, y hacer que todo fluya en caso de no fluir. Yo fluyo, tú fluyes, él fluye...

    Os voy a contar la verdad. Esto no es un cuento, yo no soy una ardilla, y aunque he visto muchas arañitas no me reúno con ellas, entre otras cosas porque padezco cierta aracnofobia pero coincido en lo que nos cuenta nuestra amiga de pelo marrón y rebelde cola, que en mi año de trabajo como celadora en Cantoblanco habré visto unas doce veces, unas subiendo por el tronco de un árbol, otras saltando de rama en rama e incluso en una ocasión lanzando una piña desde lo alto de un pino. Hay un gran equipo humano en Cantoblanco, tal vez porque aunque se pasen todo el día dentro de un pabellón, en algún momento de la jornada han tenido contacto con la naturaleza maravillosa en la que se enclava este centro hospitalario, y eso les permite respirar, limpiarse por dentro, y valorar la suerte de trabajar en medio del parque forestal de Valdelatas, con unas vistas privilegias a la sierra de Madrid, especialmente desde la segunda planta del pabellón quirúrgico. Hay que cuidar este espacio y sobre todo hay que cuidar a su personal sanitario, a todo el equipo de personas que hace posible que nuestros mayores, y no tan mayores, en los momentos de más vulnerabilidad sean recibidos con esa grandeza humana. Me siento una privilegiada por haber sido testigo de tantos momentos de profesionalidad y humanidad infinitos hacia el paciente. 
    Gracias a todas las personas que me han ayudado, en los pabellones, en el quirófano, en endoscopia, en consultas externas, en el camión, en la ambulancia, en las ecos y rayos, en el laboratorio, en el gimnasio, en la administración, en lencería, en admisión, en informática, en seguridad y, por supuesto, en conserjería. Gracias a mis compañeros y a mis encargadas y a mi jefe, y al Hospital La Paz por haber contado conmigo durante estos más de tres años, tan duros y difíciles para todos pero en especial para los guerreros blancos con los que he tenido el honor de trabajar codo a codo y en plena pandemia en las Urgencias Generales del Hospital La Paz. Gracias por priorizar al paciente y regalarle un trocito de vuestra alma, gracias por ser valientes, gracias por hacer de este mundo un mundo mejor, vuestro trabajo es la muestra de que la grandeza humana salvará al mundo. Hay que cuidar a los que nos cuidan, hay que salvar a la sanidad pública para que siga cuidando a todo el mundo, tanto a los que tienen como a los que no. Gracias, gracias,  gracias.

Isolina Cerdá Casado






Escaleras gastadas de tanto usarse, tal vez por la monja vigilante.

 

Rojo intenso, pasión sanitaria

Marrones de otoño

Caminos de ardillas hacia el Pabellón San Luís

Conserjería y pruebas funcionales en los bajos del Pabellón San Luís



Pabellón San Francisco

Pabellón San José y Hospital de día

Gotas de rocío camino de las analíticas

Pabellón San Ramón





Pabellón Quirúrgico


jueves, 27 de octubre de 2022

Fiesta de Hallowen (escritura creativa)



(A partir del susto producido por la caída de una piña cuando volvía a la Conserjería)

 Me dirigía hacia el pabellón San Francisco, me había pedido una medicación la enfermera del pabellón San Luis. Apenas estaba iluminado el camino, nadie circulaba por el recinto hospitalario, se escuchaba el silencio de la noche, al estar rodeado de árboles preciosos sólo el sonido de ramas que se mueven por el viento, alguna lechuza nocturna o el corretear de una ardilla inquieta rompía la quietud sonora. De pronto se oyó un chasquido, giré la cabeza hacia el tronco del pino y vi cómo caía una piña que chocaba contra el suelo desde la rama más alta, o eso o una ardilla adolescente mosqueada en grado máximo la lanzó con toda la fuerza  que le permiteron sus patitas delanteras de ardilla. Sonó muy fuerte al caer. Si me hubiera caído en la cabeza me habría hecho un buen chichón.

Entonces me vino a la mente esa posible discusión entre madre e hijo ardilla:

- Mamá, la noche del treinta y uno hay una fiesta justo enfrente del pabellón de los Cármenes. Será a las doce de la noche, habrá disfraces fantasmales. Ya sabes que es Hallowen. 

- Rodri, eres muy pequeño y tienes que dormir, a esas horas pueden pasar muchas cosas. 

- Pero mami, va a ser una pasada, hasta va culebrilla disfrazada y a mi amiga Luci sí la dejan ir.

- Tu amiga Lucía tiene tres años más que tú, así que no me compares.

- Pero mami, seguro que hay fiesta especial porque han quedado allí los viejos  moradores de los Cármenes. 

- ¿Qué dices niño?

- Pues que va a ser una pasada,  cientos y cientos de almas recordando viejos tiempos, vendrán tuberculosos ilustres. 

- Te dejo ir un ratito y a las diez y media te quiero en casa. 

- ¡Pero mami!

- No es discutible Rodri. (El adolescente enfadado lanza una piña con todas sus fuerzas ante la impotencia de no poder hacer nada frente a la cabezonería de su madre. ) ¡Bajas ahora mismo y recoges esa piña que has tirado! 

- Mami, hay una señora vestida de blanco.

- Pues espera a que se vaya, seguro que es la celadora que va de un pabellón a otro llevando cachivaches o medicinas. 

- Mami porfí, ¡que venga la celadora también!




jueves, 8 de septiembre de 2022

Despierta a tu duendecill@

 



Sucumbir no debería  ser tan fácil.  Deberíamos  tener un duendecillo que nos acompañara siempre, y que nos ayudara a decidir, a impulsarnos, a no rendirnos.

Deberíamos tener, pero ¿y si ya existe? Existe, no estamos solos. 

Lo creamos, lo inventamos.

Oye, ¿y si fuera una duendecilla? Un hada del bosque que siempre te recordará que tú  puedes hacerlo, que eres capaz de hacer lo que te propongas, solo tienes que hacer algo antes: creer en ti.

Y saber que si no lo intentas nunca lo sabrás.

Tu hada está contigo, de verdad, aunque nunca la hayas visto. 

Resulta que no te has dado cuenta de que con el paso del tiempo, y de la vida, has perdido visión, es la llamada "presbicia onírica'", con la edad dejas de creer en tus  sueños, algunos afortunados no la llegan a sufrir nunca.

Si quieres hazlo, es el momento. Tienes que escuchar la voz de tu Isolinilla, o de tu Yolandita, o de tu Emilita,...

Es que sucede que también la edad trae consigo problemas auditivos, sordera selectiva, se trata de una enfermedad terrible, el que la sufre solo escucha los malos presagios, los miedos paralizantes.

Tus luchas no son nuevas, ni únicas, ni exclusivas de tu nombre o condición.

Así que saca a pasear a tu duendecilla  y no dejes de cuidar de ella, la vida te lo recompensará con una mayor plenitud y satisfacción.


Isolina Cerdá 


martes, 9 de agosto de 2022

Mis vivencias con el Covid en las Urgencias del Hospital La Paz

 





La precuela del síndrome postraumático actual

1

                                                                          

 

¿Lo tienes todo claro querida? Bueno, no lo olvides, baja el fuego a cuatro y que siga a esa temperatura una hora más. Luego pasas el caldo para los fideos a la olla pequeña, para la sopa, sobre cinco cacitos y cuando empiece a hervir echas los fideos y bajas el fuego, que en unos cuatro minutos está hecho. Pues nada, me voy para allá, terrible asunto, a ver con qué me encuentro. La urgencia está terrible, siguen acondicionando nuevos espacios, liberando para llenar.

Eso era justamente lo que pasaba, se mezclaban las sensaciones, los sentimientos, lo  extraordinario con lo más rutinario del mundo. Intentabas prepararte para el más espantoso escenario bélico, muy parecido al que habías visto en las noticias alguna vez y que generalmente tenía lugar a miles de kilómetros de nuestro país, o eran escenarios que habían llegado a través del tiempo, recreados en alguna película terrorífica. No podías quitártelo de la cabeza mientras hacías los deberes con tu hija o ayudabas a tu hijo a entender un tema que había dado la profe de matemáticas a través de un vídeo de youtube. Era todo tan absolutamente surrealista, como estar viviendo una pesadilla de la que todos formábamos parte.

Esta pandemia nos ha marcado a todos, nos ha dejado tocados en lo profundo, donde se sostenían los pilares de nuestra sociedad, esa que algunos creíamos segura, me refiero a la seguridad que hasta ese momento nos ofrecía la sociedad capitalista, liberal y democrática, con una protección social sentida por la mayoría. De pronto llega un día y aparece un virus que lo rompe absolutamente todo, tanto lo que se ve como lo que no se ve, los muy sensibles emocionalmente caen del todo en el desconcierto de la locura, aquellos cuya cordura pendía de un hilo dejan de estar anclados a un puerto estable y seguro, y los que jamás precisaron de muelles a los que asirse ahora no encuentran la estabilidad que antes disfrutaban en mar abierto. ¿Qué ha pasado? Bueno, todos sabemos lo que ha pasado, que un virus desconocido empezó a atacarnos de una manera traicionera, prácticamente por la espalda y sin avisar, para cuando quisimos protegernos ya estaba entre nosotros. Su nombre fue haciéndose más y más conocido y lo peor es que lo empezamos a sentir mucho antes de saber cómo se llamaba y de dónde procedía o lo que era capaz de hacer.

Supongo que desde la distancia relativa que me da esta calma tensa de haber puesto tiempo de por medio y de notar nuevamente una séptima ola cuya virulencia se ha visto atenuada por la rápida respuesta de una  vacunación en masa, desde la distancia, como digo, puedo ver claramente que el milagro es seguir cuerda o ignorar forzosamente el trastorno postraumático que no hemos dejado salir porque sencillamente no había opción, o tiras o tiras, no hay más. Pero sucede que en cuanto me paro, en cuanto echo la mirada atrás, o me asomo al pozo de la memoria se me vuelve a erizar la piel, y los ojos sienten una presión increíble, como si un chorro de lágrimas estuvieran empujando los párpados, y la mirada se torna cristalina, y alguna gota de llanto contenido escapa a mi control y la aparto antes de que recorra la mejilla, lo hago con el canto del dedo índice para evitar su exposición a los ojos ajenos. Seguramente si lo dejara caer más a menudo no tendría este nudo que constriñe mi cerebro, porque el  pretendido control no me permite mostrar mi vulnerabilidad. Pero, ¿por qué siento que estoy tocada? ¿Por qué todavía me pongo a llorar por dentro y me contengo por fuera? ¿Qué fue lo que pasó allí, en el hospital La Paz, en las urgencias del hospital La Paz? ¿Sólo a mí me pasa esto? He hablado del tema con muchos compañeros, todos dicen lo mismo, están tocados también pero no nos permitimos caer, ni nos lo permitimos entonces ni nos los permitimos ahora.

Nosotros hacíamos nuestro trabajo, nos limitamos a hacer nuestro trabajo, sí, es cierto, nos pagaron por ello, pero solo yo sé lo que sentía cada vez que terminaba mi turno y salía de la urgencia camino al vestuario, yo, y todos mis compañeros supongo, cerraba la puerta que conecta la urgencia con los pasillos que llevan hasta el edificio de la mater, muy cerca del mortuorio. Recuerdo el llanto, me caían las lágrimas solas, casi sin conciencia, llegaba al vestuario con la cara empapada. Pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que te dolió tanto? ¿Qué? ¿Qué es lo que te sigue persiguiendo? ¿Qué? ¡Maldita sea! ¿Lo preguntas? ¿Lo estás preguntando en serio? En la vida hay muchos tipos de dolor, muchos desgraciadamente, y el trabajar en las urgencias de un hospital de referencia y tan grande como el Hospital La Paz, debía haberte preparado. Llevabas trabajando allí desde el verano del 2019, sabes que muchas veces te enfrentabas a situaciones difíciles, cuando llegaba algún accidentado e iba a la REA, o había que llevar a algún paciente a la UVI, o a Coronaria, estabas entrenada, las cosas se podían torcer en cualquier momento. Ya, pero aquello, aquello fue algo absolutamente inimaginable.

Pero qué paso, qué vieron tus ojos que te dejó tan tocada. ¿Cuándo empezó? ¿Cuánto duró? ¿Qué forma tenía? ¿Por qué te hizo tanto daño? ¿Qué heridas te produjo? ¿Cuáles fueron los síntomas de tu afectación? ¿Se lo contaste a alguien? ¿Te descargaste? ¿Compartiste con tus compañeros el alcance de tus heridas? Escribí sobre ello, algunos de mis escritos fueron destinados a liberar un poco el alma, pero claramente no fue suficiente. Recuerdo cuándo fue la primera vez que este virus hizo acto de presencia en la urgencia. Se trataba de un hombre que había estado en Italia, venía en un vuelo recién llegado de Roma y no se encontraba bien. Cuando comunicó de dónde venía y cuáles eran sus síntomas se aplicó el protocolo, similar al que ya se aplicaba con el ébola según me dijeron.

Se le llevaba a un cuarto de aislamiento y una vez allí esperaba a ser atendido por el equipo de enfermería todos debidamente enfundados en sus EPIS. Imagino el susto para el paciente esperando en ese cuartito y de pronto viendo aparecer al equipo médico vestido de esa guisa. Se le hacían las preguntas pertinentes para elaborar un informe médico, una serie de pruebas que un celador llevaba hasta el laboratorio y una vez se informaba del resultado entonces se procedía. Se cortaba todo acceso a la urgencia para aislar al paciente de modo que no interactuara con ningún otro paciente hasta ser llevado al cuarto de aislamiento. El segundo caso del que fui testigo fue una pareja de recién casados procedente de china, mismos síntomas, mismos protocolos. Entonces ningún trabajador de la urgencia llevaba mascarilla solo aquellos que iban al cuarto de aislamiento e interactuaban con el paciente. Con el transcurso de los días se fue intuyendo que su propagación extraordinaria podía tener que ver con las vías aéreas, así que empezaron a darnos mascarillas quirúrgicas a los que estábamos en puerta. Hasta que llegó un punto en el que todos llevábamos mascarillas en la urgencia, para entonces ya habían empezado a aflorar los primeros casos positivos entre los compañeros.

Del cuartito se había pasado a una sala. La sala cuatro de la urgencia pasó a ser la sala de los casos sospechosos. Había un equipo preparado para atender dichos casos en exclusividad. Cada vez eran más frecuentes los viajes al laboratorio para llevar las duquesas que contenían las muestras de posible covid. En la televisión las noticias sobre esta enfermedad originada en China copaba cada vez más tiempo en los informativos y las tertulias, lo mismo ocurrió con las redes sociales y los buscadores. Las noticias sobre el Covid 19 desplazaron a los demás temas, importaba todo aquello que tuviera que ver con el virus y su propagación por el mundo, lo que pasaba en los hospitales, en el trabajo, en los colegios...hasta que la OMS consideró que había que hablar de Pandemia mundial y nos dimos cuenta de que ya nada volvería a ser como antes.

Tengo muchas imágenes en mi cabeza, muchas, de esas que me impactaron sobremanera, de esas que no se borran ni aunque enfoques toda tu energía en hacerlo, lo sé porque lo he intentado, pero de vez en cuando aparecen y ahí está la lava del volcán, sus rugidos, su voracidad.  

Hace unos días llegó a casa un ramo de flores y un paquete lleno de sorpresas y de cariño. El ramo de flores era para mí, con gerberas, claveles, amaryllis… y la cajita era para mi hija, contenía una bolsita de aseo muy mona con rímel, agua micelar, loción especial para el cuidado del cabello,… cositas que para una adolescente en cierne formaba parte de sus mimos. Sus maravillosos tíos Alfredo y Gisela nos lo habían hecho llegar a través de una mensajera amiga. El motivo era porque mi hija estaba confinada y yo recién intervenida, nos enviaban cariño y nos ilusionó mucho la verdad. En ese momento yo le estaba dando vueltas a este texto, a que debía ponerme manos a la obra con él porque sentía que me iba a ayudar hacerlo, y no solo eso, sentía que podía ayudar a más gente. La cuestión era que no sabía exactamente por qué necesitaba escribirlo, bueno, sí lo sabía pero tal vez me daba miedo remover, y tampoco estaba segura de si eso iba a ser positivo para superar esa etapa, ni si quiera tenía la certeza de que fuera justo hacerlo. Aquel ramo de flores fue inspirador.

La analogía tampoco es que sea muy aclaradora, pero la imagen que me vino a la cabeza fue la de aquel paciente aislado en una habitación de aquella sala de la urgencia. Yo esperaba la entrada de la auxiliar, era el personal con el que trabajábamos mano a mano en el aseo de los pacientes, la TCAE, mi compañera había ido a coger unas esponjas para el lavado y yo entré antes, con mi epi, enfundada para protegerme a mí y a mi familia, me aseguré de que el paciente tenía bien colocado el oxígeno, estaba exhausto, se le veía que estaba haciendo un gran esfuerzo por continuar en esa lucha contra ese monstruo cobarde, en un acto reflejo acercó su mano a la mía, yo le cubrí su mano con mi otra mano y me acerqué a su oído, le dije que era un valiente, que no se rindiera, que luchara, que su familia lo estaba esperando, que él podía. Él podía, ella podía, tú podías, yo podía, nosotros podíamos… Miré su pulsera, y con mis manos enguantadas comprobé que tenía setenta años, apenas setenta años y estaba haciendo un esfuerzo increíble por seguir respirando. Entonces, no sé por qué, me vino a la cabeza su vida, sus luchas, todo lo que una persona de setenta años había tenido que hacer para seguir vivo y cuerdo hasta esa edad.  Todos formamos parte de ese ramo de flores, cuando ves que una se marchita el resto se pone a temblar. En la siguiente vuelta el señor dejó de respirar, había fallecido en apenas unas horas.

 

 

En busca del origen del dolor

2

 

    Quiero pensar que este escrito no solo me va a servir a mí, para soltar y liberar, también va a ayudar a otros, tal vez por eso me obligo de alguna manera a hacerlo, creo que muchos compañeros se sentirán identificados y mostrará una visión que ayudará a conformar esos escenarios que se dieron en pleno centro de batalla, o al menos en uno de ellos, el lado humano de los guerreros blancos. O a lo mejor no, y simplemente se convierte en un desahogo para mí, para nadie más, pero tengo derecho a ello, a gritar de alguna manera las imágenes imborrables, a ponerles voz, a la tremenda tristeza, al trauma por la impotencia, pero también al privilegio de haber estado ahí entregando energía y fuerza.

    Esta situación de estar presente y formar parte del equipo que contribuye a ese cuidado tan importante del paciente no solo se da o se ha dado en los casos de covid, en ese escenario bélico que fue para todos, pero no es lo mismo la normalidad que esta intensidad cargante y casi inasumible de personas afectadas por un virus desconocido, como lo fue entonces. Tengo tantas imágenes en mi cabeza, tantas: de miedos paralizantes, de luchadores incansables, de valientes arriesgados y entregados.

    Para mí siempre ha sido un privilegio trabajar en un hospital y lo fue desde el principio, antes de que llegara el Covid, desde el minuto uno en el que pisé la urgencia de un gran hospital como lo es el Hospital La Paz. Me sentía afortunada de estar presente por ejemplo en la recepción de un paciente que llegaba a la REA, y era precisamente porque podía ser testigo del gran equipo sanitario que se ocupaba de él. Recuerdo que mi estado era de puro nervio, y eso que en la escala de responsabilidades y toma de decisiones estaba en el escalón más bajo, yo participaba en la transferencia y movilización del paciente, no tenía más complejidad, es cierto que las transferencias no siempre eran fáciles, ni el traslado urgente a la UVI, siempre se me aceleraba el corazón al sentir que formaba parte de su atención aunque fuera poniendo un pequeño granito de arena. Y aunque era cierto que no tenía que hacer intervenciones complejas sobre el paciente mi intervención era esencial para facilitar la intervención del resto del equipo, y cada vez que estaba dentro de la REA me sentía privilegiada al ser testigo directo de la actuación de esos grandes guerreros y guerreras cuyas armas son el conocimiento y la humanidad.

 

A ver, estaba con el Covid, con el origen del trauma. Seguramente tuvo que ver con el miedo a lo desconocido. El ver los estragos que estaba causando, verlo y respirarlo. Sentir el miedo también en los mismos enfermos que iban sustituyendo a los pacientes de otras enfermedades, que habían sido relegadas a un segundo plano porque sencillamente este virus afectaba a toda la población de forma indiscriminada especialmente a las personas más vulnerables, personas mayores y con enfermedades previas, aunque el hecho de que cursara con gravedad no siempre estaba directamente relacionada con esos parámetros de vulnerabilidad.

Había que frenar como fuera a aquel monstruo invisible cuyas garras estrujaban los pulmones de los pacientes hasta dejarlos secos, muertos de pena, sin capacidad funcional. Este monstruo tenía otros síntomas que afectaban a la totalidad de las vías respiratorias, dolor de garganta, desaparición del gusto y del olfato, y también tenía efectos dermatológicos y musculares. Con el paso del tiempo iban apareciendo nuevos síntomas compatibles con el susodicho.

A cada persona le atacaba de una manera o de todas las posibles, cada organismo respondía de una u otra forma. Lo que quedó evidenciado fue que en las personas de mayor edad el efecto era demoledor, sus efectos se intensificaban, neumonías que se agravaban en cuestión de horas y que no respondían a ningún tratamiento.

Las salas de la urgencia se fueron llenando de pacientes covid, era tal la cantidad de afectados que llegaban con los síntomas compatibles con el virus que hubo que aprovechar al máximo el espacio disponible, duplicándose en algunos casos la cantidad de pacientes por sala. Después vendría la necesidad de acondicionar nuevos espacios para organizar a los pacientes por niveles de gravedad y según las necesidades de atención: los más urgentes, los que podían esperar…

Habría que cambiar la funcionalidad de los espacios como el gimnasio o la sala de espera de la urgencia que se convirtieron en salas de preingreso, o parte del parking de las ambulancias y vehículos especiales que tuvo que ser ocupada por una gran carpa que se convertiría en una nueva sala de espera de la urgencia.

Las imágenes impactaban, todas, hasta las que aparentemente podían serlo menos por la situación de los pacientes porque cuando estaban en sillones podía dar la sensación de que no estaban tan malitos como los pacientes encamados, sin embargo no siempre era así debido a la escasez de camas disponibles. Impactó ver el gimnasio convertido en una sala más, gigantesca, repleta de sillones vacíos que rápidamente se llenaron de pacientes, con la misma mirada asustada, con la incertidumbre, todos ellos con una bala de oxígeno colocada al lado del sillón, la mayoría tenía la saturación baja. Cuando se necesitaba más intensidad entonces se les ponía un reservorio y se colocaba a los pacientes en las zonas en las que había tomas de pared, generalmente cuando esto ocurría la gravedad se estaba abriendo paso en su evolución. Muchos empezaban con una gafitas de oxígeno y acababan necesitando un reservorio. Era muy duro. En el gimnasio se delimitaron las zonas. Los pacientes estaban en zona “sucia” y para interaccionar con los pacientes había que ponerse un EPI y al salir de la zona había que llevar a cabo todo un protocolo de desinfección para evitar que se expandiera más e impedir contagios entre el personal y otros pacientes.  El gimnasio era una especie de sala de pre-ingreso, conforme iban habiendo camas en planta se ingresaba a los pacientes. Las camas que se vaciaban no siempre eran altas ni éxitus, muchos eran traslados a los hoteles medicalizados cuando su estado había mejorado relativamente, o traslados al hospital de Cantoblanco cuando seguían necesitando cuidados pero los criterios médicos y de gestión decidían ese traslado hospitalario.

Fue una especie de explosión de pacientes absolutamente impactante, trataba de que mi miedo no se notara, camuflaba el miedo con frases normalizadoras. “¿Qué tal? Bueno, ya le han informado de que va a ingresar en planta. Cogemos sus papeles y nos vamos. Ingresa en la tercera de trauma.” Muchos te contaban sus historias por el camino. Intentaba que ese momento fuera lo más grato posible, les animaba mucho porque podía ver el miedo en su mirada. Recuerdo el caso de Manuel, me hablaba de cosas muy cotidianas al principio del traslado, que justo se había jubilado en febrero, que después de tantos años de trabajo por fin había llegado ese momento tan esperado, que quería disfrutar de su nieto, pero la pandemia lo envolvía todo, y que vaya faena con este virus, que qué iba a pasar ahora, que cuánto iba a durar aquello… Eran tantas las preguntas que todos nos hacíamos y que en aquel momento no tenían respuesta. Usted sea fuerte y piense en positivo, haga todo lo que puede hacer, y una de las cosas es luchar con fuerza mental y física, hasta donde pueda, hágalo por usted y su familia, que le está esperando. Entonces, no sé, surgía la emoción, tenía que contenerme emocionalmente porque pensaba en ellos, en el miedo, en su preocupación de saberlo ahí, en el hospital sin poder verlo, era como un ejército particular, me refiero a la familia, atenta a cualquier noticia, cualquier información, enviando energía positiva para todos, no solo para su familiar, también para nosotros, los que trabajábamos cara a cara con el virus, cada uno en su función.

Yo rezaba, a mí manera, enviando fuerza a los investigadores, para que dieran con una cura, con algo esperanzador, algo que nos iluminara con la esperanza de que al menos la gente no muriera como lo estaba haciendo.

He dicho con anterioridad que el propósito de este texto es que ayude de alguna manera a todos los que hemos vivido este proceso, que ayude a soltar, para aligerar el dolor, porque todavía duele, porque desde aquellos meses he pasado por momentos muy duros, momentos en los que anímicamente estaba hundida, atravesando túneles oscuros, y creo que una de las cosas que más me está afectando, en esos viajes de transiciones anímicas tienen que ver con aquella etapa.

 La primera vez que entré en una sala cien por cien covid, con casos de cierta gravedad, fue en la sala 1 de la urgencia, en ese momento ya se estaba implantando como medida de protección para el personal que atendía a esos pacientes la colocación de un EPI, y esa fue la primera vez que me puse un EPI completo, sin curso previo, tal era la urgencia y la necesidad, lo hice con la ayuda de otras compañeras a las que iba a ayudar en el aseo y movilización de los pacientes, casi tres horas con el EPI puesto, aquellas gafas eran insoportables para mí, sudaba y se empañaban las lentes, pero era cierto que por más mal que me sintiera aquellos pacientes estaban mil veces peor. Les cogía de la mano y les hablaba acercándome al oído, intentaba que les llegaran mensajes positivos: No te rindas, ánimo, tu familia está esperándote… Lo hacía mientras les movilizaba, eran unos luchadores, hombres y mujeres que se habían encontrado de frente con el dichoso virus.

 

Gestos

3

 

Para mí siempre ha sido un privilegio el poder poner mi granito de arena en el cuidado del paciente. Una mirada, un gesto, unas palabras que acompañaran a esa función de movilización, traslados, ingresos, higiene y acomodamiento del paciente. Privilegio al ejercer esa función de apoyo a los técnicos en el cuidado y atención de los pacientes, o a las enfermeras y médicos.

Un simple gesto de cariño puede suponer un cambio en el estado anímico del paciente, y ese pequeño cambio positivo puede empujar a la negatividad somatizada y sacarla del cuerpo. Nunca podemos olvidar que tratamos con personas. Agradezco tanto el ser testigo directo del buen hacer del personal sanitario. Sé que no siempre es así, pero por lo general sí lo es, y el paciente lo agradece. Hay muchas enfermeras, y médicos y TCAEs, a las que no les importa un derroche de palabras cariñosas, de gestos atentos, de escuchar al paciente con la máxima paciencia. Y siempre intentando transmitir la fuerza, esa que sus familiares querían que tuvieran. "Su familia está esperándole fuera, no pueden pasar para no contagiarse pero le están esperando. Luche, luche, luche…” Pero ese maldito virus… de una vuelta a otras les obligaba a luchar con toda la metralla, algunos no resistían los embates y en la siguiente ronda te los encontrabas fríos, ya mirándonos desde cierta distancia corpórea. Preguntándose cómo fue que un virus tan pequeño había sido capaz de acabar con un cuerpo que había logrado superar tantísimas batallas, tan gigantes como una guerra, una posguerra, un cáncer, e incluso que logró superar el dolor más grande, como lo es la pérdida de un hijo. Hasta ese momento el alma había logrado empujar al cuerpo a convivir con la diabetes, la tensión, o el asma. Hasta que ese bicho malo empezó a coparlo todo, a extenderse como una plaga apocalíptica.

El privilegio del cuidador. Supongo que eso es lo que me ocurría en la sala 3 de la urgencia, aquellos días de infierno en los que nos vimos inmersos en el terror más absoluto. Podíamos hacer algo por ellos, los pacientes mayores, septuagenarios, octogenarios, la mayoría, pero también por encima de los cuarenta, desorientados, perdidos en su malestar, podías cogerle la mano mientras estábamos aseándolos, contribuir a su bienestar dentro de su situación, ser transmisores de esperanza. La visión tenía que impresionar. Yo formaba parte del equipo de valientes, y me emocionaba constantemente al ser testigo directo de muchas actuaciones heroicas, en las que se priorizaba al paciente incluso sobre la integridad del propio médico, supongo que estaba por encima ese instinto de generosidad absoluto hacia el cuidado del enfermo, ocurrió en la sala 3 de la urgencia, el médico no llevaba puesto el EPI y se trataba de un caso claro de Covid aunque no estaba el resultado de la PCR, había que intervenir con urgencia, pidió el material esterilizado para poner una sonda al señor que estaba muy malito y tenía espasmos, yo intervine en la sujeción, y a pesar de las advertencias el médico procedió porque se requería una rápida intervención. Lo mismo se veía en la REA covid, cuando llegaba algún paciente tan malito que apenas había tiempo para prepararse.

Recuerdo aquel líquido rosa con el que lo rociábamos todo, el Virkon, nos rociábamos con él, rociábamos las ruedas de las camas que tenían que salir de la sala de la urgencia para ingresar en planta, o las ruedas de las sillas, nuestros zapatos, nuestros epis, era el gran desinfectante… pasados los meses se dejó de usar, nos enteramos de que era cancerígeno, no solo mataba al virus, y se comenzó a utilizar alcohol de 70 grados en lugar del virkon.

Las durísimas imágenes no eran exclusivas de los hospitales, en la televisión se pudo ver la famosa pista de hielo cubierta con féretros llenos de historias crueles procedentes de los mortuorios de los diferentes hospitales. Tal era el alcance de la tragedia, aquella imagen la veíamos todos los días en el mortuorio, estuvimos respirando dolor y virkon durante muchas semanas, utilizando sudarios todos los días, despidiendo cuerpos exhaustos y almas que nos acompañaban a la fuerza, preguntándose cómo era que su cuerpo había dejado de latir vida. Esas imágenes no se podían normalizar, no podían ser respiradas sin dejar una huella, no era posible que esas vivencias que tenían lugar en esas horas de trabajo pudieran ser canalizadas con normalidad en nuestro haber emocional. Claro que no estoy bien, ni yo ni ninguno de los que tuvo que vivir aquello: pacientes, sanitarios, personal hospitalario, familiares…esa huella de dolor está ahí, porque se hizo lo que se pudo hacer, lo que estaba en nuestra mano, pero esa sensación de satisfacción por un lado no borra la tragedia de las tantas pérdidas humanas y la impotencia de no haber podido hacer algo más que mandarles nuestra fuerza mental y espiritual cada vez que atendíamos a algún enfermo.

 

Agradecimiento

4

 

En medio de las historias tristes también pasaban cosas esperanzadoras, familias que se reencontraban en la habitación de un hospital, hermanos, matrimonios, personas que superaban el virus, que lograban sobrevivir, aunque tuvieran que arrastrar su huella y sufrir alguna secuela física, ya sabemos que la psicológica estará ahí, siempre presente, en ellos y en nosotros.

Por encima de aquellos hacinamientos que se produjeron en las salas de la urgencia se abrían paso los equipos médicos maravillosos, el ejército de enfermeras, tcaes, celadoras, limpiadoras, ambulancieros…con el apoyo inestimable de los auxiliares de atención al paciente, los de centralita. A mí me emocionaba cada gesto hermoso que veía procedente del personal, gestos a los que no estaban obligados pero que hacían que su trabajo alcanzara un nivel diez de humanidad. Seguramente también se cometieron errores, fallos, pero nunca conscientemente ni con mala fe.

Quiero dar las gracias a todos aquellos que estuvieron allí, en el campo de batalla, aquellos que se dejaron la piel para ayudar a los demás, aun a pesar del riesgo evidente, aun a pesar del dolor, quisieron ayudar y lo hicieron asumiendo el gran coste de la cordura y el equilibrio emocional.

Supongo que el tiempo ayudará a que esas huellas en el alma sean cada vez más ligeras, y que  poco a poco vayamos alcanzando cierto remanso de paz en nuestro corazón, tal vez sean necesarios unos cuantos escritos sanadores más.

 

Isolina Cerdá Casado

 

 

 

   

   

miércoles, 18 de mayo de 2022

La luna te está mirando.

 

    La luna te está mirando, ella lo sabe todo, sabe que todo pasará y volverá a salir el sol, y ella, y el sol otra vez, y ella, y tú la mirarás con ojos distintos, ella será la misma pero tú no la verás igual porque la vida te habrá cambiado.
    El paso del tiempo, las huellas del camino, los bofetones a destiempo, las desnudeces provocadoras, la muerte y la pena, la risa y el baile de tambores, los sueños rotos y los irrompibles, la pérdida y la ganancia, el virus y su virulencia, las marcas de muerte en la piel, el chiste y la magia, los besos y el roce de los cuerpos, el frío intenso y el calor asfixiante, el rojo y el azul, los miles de abrazos pendientes rebozados en lágrimas de felicidad, los pensamientos paralizantes y los liberadores, la distancia, el vacío,... 
    La luna te está mirando, pero tú ya no la ves como la veías antes, casi no te da tiempo de mirarla, ella está como siempre pero tú ya no eres igual, el tiempo te cambió la sombra, no fue el sol, fue el tiempo, la fue tumbando, la hizo muy pesada, tanto que apenas te dejaba caminar, y arrastrabas esa sombra tuya cada vez más costosamente, te obligaba a caminar despacio, los que te querían trataban de ayudarte, te daban la mano,  hasta se ofrecieron a llevar tu sombra, pero no podían cargar con ella,  de la sombra no se puede uno despegar.
   Hasta que un día, mirando la luna, esa luna que ya no era igual, ella, que también te miraba te guiñó un ojo, solo trataba de hacerte ver lo evidente.
 Cuando la noche es oscura y la luna se renueva, tu sombra se libera de ti y se va a jugar con el viento, pero tú obsesionada con su peso sigues siendo prisionera de ella aun sin estar contigo. 
    Esa noche la luna te abrió los ojos, liberó tu mente y te permitió caminar con ligereza, libre, tranquila.
    Tal vez no fuera la luna sino el tiempo.

 

miércoles, 11 de mayo de 2022

Tonos creativos





 

¿Sabes lo que te digo? Yo, un resto de pera medio pocha a punto de ir a la basura, sí, yo, rodeada de piel de mandarina, hueso de dátil y de restos de mi propia piel. Sabes que estoy en todo mi derecho de decirte algo, a ti, que  llevas una racha ñoña, cansinamente sensiblona, que si sensaciones, emociones, sentidos...
Ya me gustaría verte a ti en mi lugar, me cogen, me toquetean, me lavan y me comen, o me pelan y me comen, o me tiran sin más después de estar metida en una nevera con el único propósito de alargarme la vida y evitar mi oxidación. ¿Pues sabes lo que te digo? Que te den ingrata de lágrima fácil, no es fácil para ti ni para nadie, te zampaste varios trozos de mí misma, amargada, pensando en problemas, y yo te digo que no son problemas, es la vida. Al menos la tuya tiene más alicientes que un destino cruel como la mía, ser postre o tentempié de media mañana o media tarde, diseccionada por dientes o por un cuchillo de cocina, si al menos fuera una navajilla toledana me consideraría descuartizado y despedida con honores, pero ni esa pequeña gloria me das. Lo único que te perdono es que en esa explosión creativa que has tenido en pleno almuerzo me has puesto unos ojos y una boca con la que desahogarme ante la claridad que me da  este nuevo sentido que me has dado con tu bolígrafo Bic  de cuatro colores, utilizaste el negro, gracias, me gusta su contraste con mi verde piel. 
    Ya sabes, ve modificando el tono que ya toca el cambio de estación, se regenera el cabello y el calor da sus primeros coletazos.

Isolina Cerdá 

martes, 10 de mayo de 2022

Sensaciones

 

El contexto ambiental donde surgió la idea.

Hoy le he estado dando vueltas a una idea, fue tras una sensación. De repente me acordé de mi madre, me vino el recuerdo a raíz de la próxima  cirugía, sin buscarlo, fue cosa de la mente, sentí que estaba conmigo, no físicamente claro era su espíritu, como si una parte de su yo estuviera en mi mente, o en mi corazón, no sabría explicarlo. Entonces pensé en mi tío Martín, su hermano que falleció en noviembre del año pasado, también lo sentí ahí. Luego pensé en una tía a la que quiero mucho pero hace años que no veo, aunque hablo con ella de vez en cuando,  está viva, pero su recuerdo era muy parecido al de los familiares que se fueron físicamente, entonces fui consciente  de que aquella sensación era parecida a otra ya experimentada, volví a sentir lo mismo que aquel día cuando vi el cuerpo inerte de mi tío poco antes de darle sepultura, su cuerpo ya no tenía vida pero él viviría conmigo para siempre en forma de recuerdo de vida compartida, de ideas intercambiadas, de miradas, de sonrisas preciosas. Supongo que esa conciencia  puede surgir cuando el duelo ha pasado y te permite despertar esas sensaciones.

    Sentí cierto alivio y quería compartirlo.  Gracias a nuestros seres queridos tenemos el corazón repleto de una energía vital que nos ha regalado el amor sincero de nuestra gente y que siempre estará con nosotros. 

Isolina Cerdá 

lunes, 9 de mayo de 2022

¡Sonríe! ¡Sonríe! ¡Sonríe!


Rosa -¿Qué tal estás?
Rosita -Bien, bien, bien.
Rosa -¿Por qué tres?
Rosita -Porque tres mejor que uno.
Rosa -Depende.
Rosita -¿De qué?
Rosa -De nada.
Rosita -No te entiendo.
Rosa -Yo tampoco.
Rosita -Sonríe anda.
Rosa -¿Por qué?
Rosita -Porque nos hacen una foto hija.
Rosa -Pues no es mi mejor día.
Rosita -Ya, eso ya lo sé. Pero tú sonríe, sonríe y sonríe. 
Rosa -¿Pero porqué otra vez tres? ¿Qué te ha dado con el tres Rosita?
Rosita -No me ha dado nada pero de estas cosas mejor tres, porque mejor sonreír tres veces y que quede un poso de esas sonrisas en tu rostro y en tu alma que no quede nada más que confusión y torpeza. ¿Qué te parece?
Rosa -Me parece bien, bien, bien.

 

sábado, 30 de abril de 2022

Tiempo

 



Caíste del árbol y fuiste a parar a una mano amiga, que  últimamente no deja de ver belleza en todo lo que la naturaleza le ofrece. Eras bella cuando floreciste encumbrada entre hojas verdes llenas de vida y sigues siendo bella cuando reposas silenciosa sobre el suelo rojizo que rodea el jardín primaveral. 
Sentada sobre un banco de piedra cuyo frescor se agradece, mirando al infinito, atravesando la cafetería entre pensamientos difusos y sentimientos vitales, sí, estoy bien, ella está bien, asumiendo que hay que sacar brillo a la armadura, y revisar los flancos por si hay vulnerabilidades, y fortalecer, con flores o con palabras que acarician el alma.
Todos tenemos luchas en el horizonte, están ahí esperando al tiempo.

Isolina Cerdá 

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...